No somos seres racionales, somos seres emocionales que razonan. Una reafirmación a la que vuelve una y otra vez en su libro, Emoción y sentimientos (Editorial Ariel), el especialista argentino Daniel López Rosseti, cardiólogo universitario de la Facultad de Medicina de Buenos Aires y, sobre todo, uno de los mayores expertos del mundo en el tratamiento del estrés. El autor, que anteriormente ha publicado numerosos trabajos, como Estrés, epidemia del siglo XXI, reivindica la importancia de las emociones y los sentimientos en nuestras acciones, nuestras decisiones, nuestra salud y, en definitiva, nuestra felicidad. Y es que sin emociones estaríamos muertos.
- Como dice en el libro, tal vez debiéramos de sentir más y pensar menos. ¿Tienen las emociones más importancia de la que les damos?
Sin duda alguna. Evolutivamente las emociones han formado parte de nosotros mucho más tiempo que la razón. Ahí tenemos el ejemplo de Lucy, la mujer Australopithecus más antigua que se conoce (y cuyo esqueleto tiene más de tres millones de años), de la que se sabe, además, que tenía emociones y sentimientos. Mientras tanto, la razón, que, por supuesto, también es importantísima, no hay que olvidar que es una recién llegada a nuestro estadio evolutivo, que eclosiona durante la llamada revolución del conocimiento y que, por tanto, no tiene más del 50/70 mil años. Por tanto, las emociones y los sentimientos constituyen nuestra base emocional más potente. Es como una pirámide en la que solamente el vértice es de orden racional. Es decir, cuando uno dice: ‘Pienso algo o decidí algo’, lo más probable es que lo haya decidido la emoción y el sentimiento. Así que, metafóricamente, podríamos decir que ‘el corazón decide, y el cerebro justifica’.
- ¿Cómo pueden ayudarnos las emociones en nuestra vida? ¿Qué diferencia hay entre emoción y sentimiento?
Sin emociones no habría vida, esto es así. Es más, hay seis emociones básicas, que son el miedo, la ira, la alegría, la tristeza, el asco y la sorpresa, que juegan un papel fundamental y sin las que no habríamos llegado donde hoy estamos. Por ejemplo, el miedo nos hizo aprender hace millones de años a defendernos de los depredadores y sin él no hubiéramos sobrevivido. La tristeza, por otro lado, es fundamental para procesar una pérdida, para que entiendas a los demás y los demás te entiendan a ti. Otra emoción básica indispensable sería el asco, ya que históricamente tener asco por algo determinó una selección emocional por la comida. Sin él hubiésemos comido alimentos inconvenientes, hubiésemos enfermado más… Así, cada una de las emociones básicas son experiencias que hemos vivido y sentido, y que son claramente identificables a través de un gesto que se dibuja en el rostro. Además, se caracterizan porque duran poco tiempo y son universales, pueden ser identificadas tanto por un etíope como por un esquimal.
Los sentimientos son otra cosa: son una mezcla de emociones pasada por el proceso mental del pensamiento. A diferencia de las emociones, tienen poca repercusión física, pero, por el contrario, son duraderos. No hay, como en las emociones, taquicardia, palpitaciones, elevación de diferentes sustancias…, pero pueden durar toda la vida. Hablamos de sentimientos como el amor, la vergüenza, culpa, odio, orgullo, envidia… Como las emociones, algunos de ellos también tienen una connotación negativa, que cumple una función comunicativa en nuestras vidas. Por tanto, ni unos ni otros se medican, ni hay que reprimirlos; sino procesarlos con inteligencia emocional.
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- Sin embargo, hay emociones mal gestionadas como los celos patológicos y enfermizos que pueden ser un arma muy destructiva. Y en este contexto, como señalabas, entra en juego la inteligencia emocional. ¿Qué importancia tiene a la hora de regular nuestras emociones?
Como hemos dicho, todas las emociones y sentimientos que tenemos están bien porque fueron seleccionados para cumplir una función. Por tanto, lo importante aquí es la proporción, la intensidad de las emociones y los sentimientos. Los celos, por ejemplo, existen como una respuesta ‘de cuidar lo que se tiene’; por tanto, no está mal tener celos hasta cierto punto. Ahora, si hay un exceso de celos, como en Hamlet, entonces hablamos de una patología. Y así pasa con todas las emociones y sentimientos. Tener ira en un determinado momento puede ayudarnos a establecer nuestra posición; ser un iracundo puede tener que ver con un trastorno disruptivo de la conducta. Tener culpa también está bien porque te permite sentir que generaste un daño que debes reparar socialmente; pero no tenerla te convierte en un psicópata. Ser inteligentes emocionalmente va a ser la herramienta que nos ayude a establecer relaciones más sanas con nosotros mismos y con los demás.
- ¿Nos falta educación emocional?
Por lo general, no tenemos educación emocional. Por ejemplo, si le preguntamos a alguien: ‘¿Qué piensas?’, seguro que nos responderá al momento. Pero, si la pregunta es: ‘¿Qué sientes?’, va a ser más difícil que nos conteste. Principalmente, porque nunca vamos a sentir una única emoción; sino una mezcla de varias. La ira, por ejemplo, suele ir acompañada de miedo, inseguridad… Así que no es tan fácil ponerle palabras a lo que sentimos y, además, no estamos acostumbrados a pensar y analizar nuestros sentimientos y emociones sobre lo que hemos experimentado a lo largo del día. Ahora, creo que se ha evolucionado y, sobre todo, que la inteligencia emocional va a cumplir un rol activo en el futuro.
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- Esto explicaría, en parte, por qué a la hora de tomar decisiones importantes todavía seguimos priorizando la razón por encima de las emociones. ¿Nos equivocamos al querer racionalizarlo todo?
Yo tengo una convicción enorme que repito a lo largo del libro: No somos seres racionales, somos seres emocionales que razonan. ¿Qué quiere decir esto? Por supuesto que somos seres racionales, y eso está bien, así llegamos a la Luna y mil cosas más; pero no hay que fiarse demasiado de la razón. Porque la felicidad no está en la razón, incluso si tu capacidad de lógica está por encima de lo normal. Es más, me atrevería a decir que un alto nivel intelectivo juega en contra de la felicidad. En general, las personas que alcanzan mayor nivel de bienestar son personas sencillas, no complicadas. Por eso hay que buscar el equilibrio.
- ¿Cómo se mide la felicidad en medicina?
No se llama felicidad, pero se llama bienestar subjetivo percibido, y existen tests e índices de calidad de vida que nos permiten medirlo. No tiene que ver con el nivel de vida, como puede ser tener un millón de dólares; sino con la calidad, es decir, con disfrutar de lo que tienes. Así, la felicidad es el resultado de medir la diferencia entre tus expectativas sobre determinados ámbitos y tu realidad vivencial. Si el promedio de tus expectativas en la distintas áreas (trabajo, dinero, familia, pareja…), es mucho más alta que tu realidad vivencial, está mostrando una baja calidad de vida. Por tanto, cuanto más cerca están nuestras expectativas de nuestra realidad, nuestra calidad de vida es mejor. Así que la felicidad no es espontánea y se puede buscar.
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- ¿Qué importancia tiene esta ecuación a la hora de enfrentar el estrés?
Como sabéis, hay informes internacionales que miden la felicidad de los países en función del bienestar de sus ciudadanos. En este sentido, la inequidad de los habitantes de un país es uno de los factores que mayor sufrimiento genera, y el sufrimiento es la palabra popular con la que se denomina al estrés. El estrés es sufrir, es cuando la carga supera a tu capacidad de respuesta. Por tanto, el poder de las emociones y los sentimientos y cómo los gestionamos va ayudarnos a enfrentar situaciones estresantes, por ejemplo, el aprender a decir 'no' emocionalmente. Por eso, la educación emocional en los colegios debería ser tan importante, porque de allí saldrán personas felices y exitosas.
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- Más allá del papel determinante de la emoción en nuestro bienestar general, ¿de qué manera influyen las emociones y los sentimientos en aspectos concretos de nuestra salud como puede ser el buen funcionamiento del sistema cardiovascular?
Muchísimo. Al estresarnos, nos inmunodepremimos, nos sale un herpes, nos duele la espalda… Un paciente triste, melancólico y depresivo tiene peor pronóstico que otro. La influencia de las emociones y sentimientos es la base de la psiconeuroinmunoendocrinología. Esto quiere decir que lo que pasa en la mente, en el corazón, el pensamiento, en el sentimiento… tiene una repercusión neurológica, inmunológica, y hormonal endocrina. Por otro lado, el estrés psicosocial o colectivo (las guerras, las crisis económicas, las catástrofes naturales como hambrunas, terremotos…) está demostrado que está emparentado con la producción de infarto agudo de miocardio con la misma gravitación que el cigarrillo, la diabetes o el colesterol.