Seguro que te resulta familiar: vuelves del trabajo cansada después de un día estresante; tu cuerpo necesita hidratos de carbono y lo más rápido es suplirlo con un buen chute de azúcar. Como no te apetece cocinar, recurres al chocolate mientras te recuestas en el sillón. Como esta, hay mil situaciones en las que comemos por alegría, por tristeza, por aburrimiento, para saciar la sensación de vacío… Es lo que los expertos llaman 'hambre emociona'l: buscar alimentos para conseguir bienestar.
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“Hay que aclarar que el hambre o el comer emocional no es una enfermedad, es algo natural que nos pasa a todos. La diferencia está en cómo lo gestionamos. Está asociado a las mal llamadas ‘emociones negativas’, aunque en los talleres trabajamos todas las emociones. Así, aunque pueda ayudarnos, no es un método para perder peso, sino de autoconocimiento, que nos va a ayudar a ‘no comernos las emociones’ y, sobre todo, a no sentirnos culpables por comer”, explica la nutricionista y coach Azahara Nieto, quien imparte talleres para aprender a comer en el estudio de Pilates L’Anatomie (Madrid).
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Saber diferenciar entre hambre emocional y hambre real
La primera pauta para aprender a manejar el hambre emocional es distinguirlo del hambre fisiológica. ¿Cómo? Aquí van algunas pistas que nos da la experta para comenzar a tomar conciencia de lo que nuestro cuerpo nos está demandando en cada momento.
- El hambre emocional es urgente, surge de un momento a otro, como una necesidad inmediata. Por el contrario, el hambre real aparece poco a poco y va ligado a la sensación de saciedad.
- Es específico, nos pide un alimento en concreto.
- Genera irritabilidad y ansiedad si no la satisfacemos inmediatamente.
- No da saciedad, podemos comer mucha cantidad y no llegar a saciarnos.
- Siempre lleva ligada una emoción que no resolvemos de manera adecuada, la parcheamos con comida. Literalmente, ‘nos la comemos’.
- Suele ser producto de la rutina, frente a las mismas emociones, situaciones y con los mismos alimentos.
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Consejos para liberarte del hambre emocional
Una vez, hemos identificado que lo que nos pasa es hambre emocional, lo mejor es no comer nada. Date al menos 20 minutos para romper el automatismo de emoción-comida y pon en práctica estas estrategias que recomienda la psicóloga de Kilos Out, Paloma Gómez de Salazar.
- Aprende a estar presente. Sintoniza con tu cuerpo y con tu estómago y cuestiónate: ‘¿tengo hambre de verdad?’ ‘¿necesito un segundo plato?’ ‘¿de verdad me apetece esto?’ ‘¿tengo necesidad de terminar todo lo que tengo delante’?
- Mantente hidratada. Beber agua nos ayuda a no confundir la sensación de sed con el vacío que provoca el hambre física.
- Muévete, pon tu atención en otro lugar y deja que la sensación pase. Puedes ponerte a cantar, a bailar, salir a dar un paseo o escribir cómo te sientes.
- Obsérvate. Si te quedas el tiempo suficiente verás cómo la urgencia se va y la sensación de haberlo afrontado sin comer, te llenará de fuerza y autoestima.
- Deja de poner foco en la culpa, el estrés y el remordimiento. Solo conseguirás aumentar tus niveles de cortisol y permitirás que tu autoestima se resienta, con lo que será más fácil que el ciclo de los antojos se inicie otra vez.
- Sustituye el conflicto y el malestar por ejercicios que te conecten con sentimientos positivos, como escribir. Adopta, por ejemplo, la costumbre de anotar motivos por los que dar las gracias, practicar afirmaciones positivas…
- Asume tu responsabilidad. Puedes elegir afrontar esta situación como una oportunidad para cambiar o permanecer en la parálisis habitual. Sé sincera contigo misma y profundiza en querer ver qué te está provocando comer de forma emocional.
- Aprende a responder y no a reaccionar. Siempre vamos a tener dos opciones que nos permitirán decidir si comer o no, qué, cómo y cuánto.
- Redirige tu energía a lo que de verdad te nutre. Imagínate utilizar toda la energía que estás poniendo y consumiendo en la comida en otras áreas que te aportan y en las que te sientes feliz. Esta simple acción nos permite reconectar con la vitalidad y la creatividad de nuestro ser, que muy probablemente teníamos olvidadas.
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