¿A qué nos referimos exactamente cuando hablamos de colesterol bueno y colesterol malo?
LDL, HDL, grasas trans… todas las claves para entender en qué consiste esta afección
Tener 'colesterol alto' es algo bastante frecuente, sin embargo, no todo el que lo padece sabe exactamente de qué se trata. Concretamente, es un tipo de lípido (estenol) que se encuentra en los tejidos del cuerpo y en la sangre. Pese a lo 'demonizado' del término, es necesario para el correcto funcionamiento del organismo, ya que ayuda, por ejemplo, a mantener el buen estado de las arterias, interviene en la formación de ácidos biliares, así como de ciertas hormonas, como las sexuales y las tiroideas.
Ahora bien, hay que distinguir entre colesterol bueno (HDL) y colesterol malo (LDL). El primero se transporta a través de la sangre hasta aquellas partes del cuerpo que lo necesitan y arrastra el colesterol 'no utilizado' hasta el hígado, donde es almacenado y eliminado a través de la bilis. Por su parte, el LDL o colesterol malo es el que acaba depositado en las arterias y el que hay que vigilar, especialmente si refleja altos niveles en las analíticas. Cuando las células son incapaces de absorber todo el colesterol que circula por la sangre, y el sobrante se va quedando en las paredes, se produce arteriosclerosis, un progresivo estrechamiento y endurecimiento de los vasos sanguíneos que puede provocar graves problemas cardiovasculares.
Así, es importantísimo mantener los niveles de colesterol por debajo de 200 mg/dl, algo que, en contra de lo que muchos creen, no se consigue 'eliminando' las grasas de la dieta diaria. Los lípidos son necesarios para que el cuerpo funcione, entre otras cosas, para absorber y transportar las vitaminas llamadas liposolubles o aportar ácidos grasos esenciales. Tanto que, según los índices recomendados de ingesta diaria, las grasas ocupan un porcentaje del 30-35%.
Ahora bien, nuevamente es necesario hacer una oportuna distinción, aquella que clasifica este macronutriente entre grasas insaturadas, saturadas y trans. Las primeras son las más saludables y se dividen en monoinsaturadas (como pescados o frutos secos) y poliinsaturadas (aceite de oliva), aumentan el colesterol bueno y ayudan a reducir el malo. Sin embargo, las saturadas (presentes en carnes, derivados y la mayoría de los lácteos) suben los niveles de colesterol malo y las trans o hidrogenadas (alimentos procesados) no solo aumentan los niveles del malo (LDL) sino que, además, reducen los del bueno (HDL).
¿La clave? Mantener una dieta equilibrada, basar el consumo de grasas principalmente en insaturadas, reducir el consumo de saturadas y desterrar las trans del menú. Incluir en la cesta de la compra alimentos como legumbres, frutos secos, aceite de oliva o aguacate, llevar el tupper a la oficina para no caer en precocinados y saltarse el pasillo de la bollería o los snacks son gestos que tu corazón agradecerá.