En Japón, por ejemplo, la práctica del shirin-yoku -cuya traducción literal del japonés es ‘baños de bosque’- es mucho más que una moda y casi dos millones de japonés disfrutan de los centenares de recorridos verdes que, desde el año 1982, los servicios de salud nipones prescriben como terapia. Los estudios les avalan: está comprobado que el contacto con la naturaleza tiene unos beneficios extraordinarios para nuestra salud física y mental. ¡Incluso el escritor y poeta Thoreau ya hacía alusión hace más de 150 años a los efectos positivos de pasear por espacios salvajes en su libro Walden o la vida en los bosques!
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La realidad es que cada vez pasamos menos tiempo al aire libre y más absorbidos por la tecnología, una desconexión de nuestro ser con el entorno que, según algunos expertos, está acarreando serios problemas de salud, especialmente en los niños. El periodista Richard Louv, autor del best-seller El último niño en los bosques, habla por ejemplo de ‘Trastorno por déficit de naturaleza’ (TDN) y enumera las consecuencias de la falta de exposición a espacios verdes, sobre todo en las ciudades: problemas de desórdenes de atención y depresión, hiperactividad, ansiedad, estrés, irritabilidad, peores resultados académicos, reducción de la creatividad y la productividad, y un largo etcétera. Por el contrario, varios estudios han demostrado que las personas que viven en entornos verdes muestran niveles más bajos de irritabilidad y agresividad que las que viven en entornos urbanos sin naturaleza cercana; por lo que se evidencia una disminución general de la fatiga mental y el estrés psicológico.
Prescribir naturaleza
El remedio parece simple. De igual forma que se recomienda llevar una dieta equilibrada o practicar deporte al menos una vez a la semana, cada vez está más claro que recuperar el hábito de salir y disfrutar al aire libre es requisito imprescindible para un mejor estado de salud general. El profesor Quing Li, de la Escuela de Salud y Medicina Japonesa de Tokio, pone de relieve en sus estudios cómo la práctica de shirin-yoku, además de reducir los niveles de cortisol (la hormona del estrés), disminuye la frecuencia cardiaca y la tensión arterial y refuerza el sistema inmunológico. De igual forma, otras publicaciones científicas apuntan beneficios como un menor sobrepeso y obesidad, mejora de la salud cardiovascular e, incluso, un aumento significativo de la concentración en sangre de células NK (del inglés natural killer), un tipo de glóbulo blanco que contribuye a la lucha contra las infecciones y el cáncer. En otro estudio de 2008 en Japón, por ejemplo, se observó una correlación entre la baja densidad de bosques en zonas residenciales y una mayor mortalidad en mujeres por cáncer de pulmón, mama y útero; y en hombres por cáncer de próstata, riñón y colon, tas contrastar otras variables como el tabaquismo o el nivel socieconómico.
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¿Cómo es un baño de bosque?
No hay una única manera de disfrutar de una sesión de shinrin-yoku. Lo cierto es que se desconoce si existe un entorno natural ideal que permita extraer todos los beneficios de esta práctica; por lo que si vives en la ciudad y no tienes forma de desplazarte al campo o una zona arbolada bastará con darte un baño de naturaleza en cualquier parque. En realidad, de lo que se trata es de pasear durante un buen rato con todos nuestros sentidos puestos, olvidándote del móvil, disfrutando del silencio y la tranquilidad, de los sonidos de la naturaleza… Y, sobre todo, de los olores, ya que parece ser que inhalar profundamente los aceites esenciales -conocidos técnicamente como fitoncidas- que desprenden los árboles y las plantas convierten el paseo en una auténtica sesión que combina aromaterapia natural y ciertas técnicas de la meditación.
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5 claves para poner en práctica un baño de bosque
Si quieres comenzar a disfrutar de los beneficios del shirin-yoku, aquí tienes algunas ideas que te ayudarán a sumergirte en esta relajante experiencia.
- Sacúdete el estrés. Antes de comenzar el paseo, libera las tensiones de tu cuerpo con algunos estiramientos, respiraciones…
- Conecta con tus sentidos. Si alguna vez has practicado mindfulness, este ejercicio te resultará familiar. Cierra los ojos por un momento y observa cómo se siente tu cuerpo en ese momento. Mueve lentamente tus pies y tus manos para tener una idea de tu cuerpo en el espacio. Después, sintoniza con el exterior: la temperatura del aire, presta atención a los sonidos, trata de identificar los olores que te llegan… Por último, abre tus ojos lentamente y vuelve a mirar el paisaje como si fuera la primera vez.
- Camina en silencio. Concéntrate en cada paso, con sigilo, intentando no alterar el entorno. Siente cómo apoyas la planta del pie y cómo cambia la distribución del peso conforme comienzas a caminar. Mientras avanzas en el camino, reconoce el entorno, las especies animales y vegetales que viven en él y párate cuando algo te despierte la curiosidad para observarlo.
- Concentra tu atención en pequeños detalles. Elige algo no más grande que el tamaño de una nuez (una mariposa, una mariquita…) y examínalo de cerca para descubrir esos detalles que se nos escapan a primera vista. ¿Has hecho algún descubrimiento?
- Haz un regalo al bosque por su hospitalidad. Encuentra tres o cuatro objetos que te llamen la atención –una piedra, algunas hojas caídas, musgo, una flor…- y fabrica un ‘regalo’ para el bosque por hacer agradable tu visita. Pon en marcha tu imaginación y disfruta del proceso de creación y de disfrutar como un niño. Antes de marcharte, elige un lugar para dejarlo y dedícale una sonrisa a modo de despedida.