El círculo de emociones negativas que a menudo se instala entre los habitantes de una oficina puede llegar a convertirse en un auténtico hervidero de pasiones al estilo Falcon Crest. La envidia, la vergüenza, el odio o la vanidad, son algunas de las emociones que llevamos impresas en nuestro ADN desde hace siglos y que, nos guste o no, juegan un papel determinante también en nuestras relaciones laborales. Algo que explica, sin duda, el universal ‘odio a los jefes’ y las envidias más habituales entre aquellos que comparten mesa durante ocho interminables horas. Pero, ¿qué hacer cuando una mala gestión de las emociones pone en peligro nuestra salud mental y nos hace acabar en la consulta del psicólogo? Lo primero que debes saber es que, aunque no podamos impedir muchas de las situaciones indeseables que nos causan estrés, sí podemos mantener a raya las emociones que las provocan. Toma nota.
No te dejes arrastrar por la envidia
El ámbito laboral es quizás uno de los territorios más propicios para que se desaten las envidias más profundas del ser humano. Sin ir más lejos, seguro que en más de una ocasión has tenido que lidiar con el compañero envidioso al que le molesta que promocionen o suban el sueldo a otro compañero (o puede que el envidioso hayas sido tú, quién sabe) o aquellos que pasan gran parte de su tiempo infravalorando los logros y los éxitos de los demás para aliviar el mismo sentimiento de envidia. Por ejemplo, cuando insinuamos que alguien ha conseguido el puesto de trabajo mediante influencias o ‘enchufes’.
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Pero, más allá de la naturaleza que provoca esos sentimientos de envidia, la pregunta es: ¿qué podemos hacer para evitarla? La clave para evitar o reducir la envidia está en ser capaces de evitar el rechazo que nos provoca el envidiado. “Evitar el sentimiento de envidia cuando hay circunstancias que nos abocan a él es muy difícil, si no imposible, pues las emociones se nos imponen, incluso contra nuestra voluntad, y su control no está en nuestras manos. No obstante, otra cosa es nuestra reacción, es decir, el modo de comportarnos cuando sentimos envidia, y eso sí que es controlable. Podemos, por ejemplo, evitar hablar mal del envidiado, en lugar de hacerle cualquier tipo de daño, como negarle cosas, marginarlo, difamarlo, ofenderlo... De esta forma, nos abrimos la puerta a considerar la posibilidad de que el envidiado haya conseguido lo que tiene gracias a su esfuerzo, a su dedicación y motivación, a sus horas, días o años de trabajo, y quizá acabaremos también dándonos cuenta de que su intención al conseguir lo que tiene nunca fue fastidiar a nadie, sentirse superior o causarnos envidia. Incluso podemos llegar a entender que sus aciertos y éxitos tampoco nos perjudican como pudiéramos pensar”, explica el catedrático de Psicobiología y director del Instituto de Neurociencias de la Universidad Autónoma de Barcelona, Ignacio Morgado, autor del libro Emociones corrosivas (Editorial Ariel).
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Combate el odio con una buena dosis de inteligencia emocional
También en el trabajo suele abundar el odio entre empleados y a los jefes; lo que consume muchos recursos de atención, tiempo y energías, compromete la productividad y puede generar incluso sabotajes y venganzas en casos extremos. “Estoy personalmente convencido de que al menos una parte de nuestro odio se vendría siempre abajo si nos detuviésemos a reflexionar: «¿Por qué odio? ¿Qué pretendo conseguir con ello? ¿Qué gano, y qué pierdo, con mi odio?». La clave está siempre en ser capaces de humanizar al odiado y saber que no se puede luchar contra el odio si lo consideramos aceptable o tolerable. Aunque el odio, por naturaleza, cambia incrementándose, hemos de confiar también en que el tiempo acabe siempre enfriándolo y haciendo que quienes odian se miren más hacia sí mismos, reflexionen de otro modo y eso pueda facilitar un cambio en sus sentimientos y actitudes hacia los demás”, sentencia Ignacio Morgado en su libro.
Pura cuestión de autoestima
La vanidad, el ego o la soberbia son otros grandes rasgos que a menudo encontramos conviviendo en una oficina. El escritor de Emociones corrosivas lo explica así: “Pongamos por caso cuando un científico o intelectual vanidoso ve la publicación de otro que trabaja en temas similares. Lo primero que mira son las referencias bibliográficas de esa publicación para ver si le citan a él o si esas referencias son mejores o más actualizadas que las que él utiliza con ese prejuicio que lleva también siempre al vanidoso a considerar que no puede haber nada mejor que él o lo suyo en el mundo. Y lo mismo ocurre entre escritores de ficción, cineastas, actores, periodistas o profesionales diversos... Sentir orgullo no es malo, ser algo vanidoso tampoco. Pero engreírse en la vanidad y convertirse en un ególatra es algo que hay que tratar de evitar, aunque sólo sea para cortarle el paso a la soberbia. Si uno quiere combatir la vanidad, y con ella sus males derivados, hay que trabajar la propia confianza, conquistarla tratando de valorar y aceptar más lo que somos en lugar de lo que nos gustaría ser. Cuando uno modera sus ambiciones y se reconoce a sí mismo tal como es mejora su autoestima y deja de necesitar lisonjas, reconocimientos y adulaciones que no siempre son manifestaciones sinceras”.
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