Los fisioterapeutas estamos acostumbrados a que algunas personas lleguen a su primera valoración fisioterapéutica después de haber pasado por toda una variopinta sucesión de rituales que se aprenden por tradición familiar o vecinal. Son terapias que la ciencia se ha encargado de relegar al cajón de lo que ni cura ni mejora, pero a las que acuden con la intención de obtener alivio o de conseguir una completa recuperación. Hablamos de las consabidas friegas con alcohol de romero, los carísimos tratamientos de inyecciones que no cubre la seguridad social o las pastillas de cartílago de tiburón para los huesos que todavía resuenan en algunas consultas. Pseudociencias.
Y es que, la sensación de sentirse enfermo es algo que no tiene que ir necesariamente acompañado de estar enfermo. Esto no quiere decir que en algunos casos no se requiera de atención sanitaria. Ni mucho menos. Pero la decisión de que así sea es única y exclusiva del profesional sanitario. De nadie más. En este sentido, resulta primordial que el paciente entienda que lo que busca no siempre es lo que realmente necesita. Ese es el momento en el que el criterio profesional debe florecer para poner cada cosa en el sitio que le corresponde, pues los profesionales sanitarios estamos entrenados para afrontar, junto con nuestros pacientes, esos problemas que ellos perciben que le están afectando a su estado de salud, en cualquiera de las esferas que engloban a las personas.
Lo que ocurre es que, a veces, desde el lado de la mesa en el que se viste con bata blanca, se nos olvida que esas personas que acuden a nosotros para que les ayudemos, no siempre tienen los mismos objetivos que nosotros diseñamos ni sus expectativas o tiempos se corresponden con los nuestros. Por lo que utilizarán sus redes sociales para detallar los “escabrosos” casos de los que son “víctimas”: médicos que yerran en sus diagnósticos, fisioterapeutas que “no me hacen nada” por no darme el masaje que espero que me cure, dentistas que “me cobran un ojo de la cara para lo poco que hacen”, etc.
Situaciones como estas provocan que el profesional de la fisioterapia adquiera una actitud a la defensiva. Esto, unido a que las ciencias de la rehabilitación no tienen respuestas redondas y sencillas para todos los problemas, provoca que en nuestro entorno se genere el caldo de cultivo perfecto para que personas con mejor o peor intención ofrezcan supuestos remedios que se centran más en la fe que en la fundamentación científica para dar respuesta a las demandas de nuestros pacientes.
Ofrecen remedios “redondos” que solucionarán ese problema que tanto agobia a la sociedad, respuestas sencillas a todas las preocupaciones que tenga; en definitiva, cantos de sirena de los vendedores de “crecepelo” del siglo XXI, que son los verdaderos peligros que prosperan detrás de nuestra necesidad de sentirnos sanos a toda costa y en todo momento. Percepción de sentirnos sanos que, por tanto, queda en muchos casos al buen hacer de la diosa fortuna, que permite que una persona que requiere de algún apoyo en su estado de salud, caiga en manos de algún desaprensivo que le convenza, por ejemplo, de que tiene que “recolocarse la espalda”.
Mientras que en el mundo real requeriría de la valoración de un cirujano ortopédico, el paciente puede ser convencido de que su problema real es que tiene algún desajuste que, casualmente, se soluciona con sesiones quincenales en su consulta, con un par de masajes y crujidos varios de por vida…
Pero ahí no acaba la cosa. El terreno está abonado para que en los centros de fisioterapia se den más situaciones esperpénticas que en una obra de Valle Inclán, aplicando cosas que algunos tienen el valor de llamar terapias, rondando casi siempre en torno a esa experiencia tan subjetiva y común para toda la humanidad que es el dolor. A los tratamientos centrados en técnicas hechas con las manos y otras muchas mediante el movimiento por prescripción de algún tipo de ejercicio propias de los fisioterapeutas, se están ofreciendo otros servicios más enfocados al bienestar que a la sanidad. Se amparan bajo el mantra de que “mal no le va a hacer” y se aprovechan del juicio de las personas.
Y es que, en el campo de la fisioterapia, durante muchos años hemos fomentando que nuestra imagen profesional se asocie al contexto del tratamiento con masajes, cuando la realidad no tiene mucho que ver con la imagen de “soba-lomos”, “enciende-maquinas”, o “cruje-cuellos”. Más bien, el fisioterapeuta es una persona que empleará bastante tiempo en saber más sobre tu problema para profundizar en algún aspecto concreto y así acordar contigo cómo podréis llegar a solucionarlo o mejorar. Él velará por conseguir que, en todo momento, te sientas en las manos de un profesional sanitario. Y basará sus decisiones en lo que tú quieres y en lo que, según su experiencia y el método científico, piensa que es mejor para ti.