A todos nos ha ocurrido. Vamos paseando por la calle y repente, ese olor irresistible a comida que despierta de inmediato nuestro apetito: Hamburguesa, pizza, patatas fritas, bollería, cereales azucarados…. ¿Por qué sentimos esa atracción fatal hacia ciertos tipos de comida? La explicación es sencilla: Porque sus ingredientes han sido especialmente seleccionados para alterar el sistema de recompensa de nuestro cerebro. El azúcar, la sal y las grasas procesadas, producen en nuestro cerebro un efecto similar a las drogas. ¿Hasta qué punto la comida que ingerimos puede alterar nuestras habilidades mentales? ¿Podría afectar a nuestro aprendizaje o memoria? ¿Podría generar adicción?
Varios estudios demuestran que dietas cargadas de azúcar y grasas pueden perjudicar nuestras habilidades cognitivas. Investigadores de la Universidad de New South Wales, Australia, encontraron que un alto consumo de grasas saturadas y azúcares, puede producir inflamación del hipocampo (una zona cerebral encargada del aprendizaje y la memoria). En esta línea, existen otros estudios, como el publicado por el departamento de psicología de una Universidad de Princeton que defienden que el abuso de estas sustancias puede producir cambios en el cerebro.
Sin embargo, es curioso leer el reverso de muchos de los alimentos manipulados que consumimos diariamente. A pesar de que se conoce que ciertos ingredientes pueden perjudicar nuestra salud si son consumidos en exceso, gran cantidad de la comida que compramos los contienen ¿La razón? se imagina con facilidad: Para que una vez que empieces a consumirlos no puedas parar.
Los ingredientes más aditivos
El azúcar. Inicialmente, nuestro cerebro ama el azúcar. Obtenemos la energía que nuestro cerebro necesita de forma rápida. Nos hace sentir genial (a corto plazo, por supuesto). El azúcar hace que nuestro cerebro segregue dopamina, de la misma manera que lo hacen drogas como la cocaína.
El azúcar nos hace sentir bien, y esa sensación es la que nos anima a seguir comiendo azúcar para seguir activando ese sistema de recompensa. Algunos estudios, como el publicado por la Universidad de Bordeaux, defienden que el azúcar puede ser incluso más adictivo que la cocaína.
Las grasas. Sabemos de sobra que el típico “el lunes empiezo la dieta”, siempre conlleva un consumo reducido de grasa. Lo sabemos, pero nos cuesta resistirnos: “el lunes que viene empiezo la dieta… otra vez”. Al igual que el azúcar, las grasas también son adictivas. Comer alimentos grasos nos produce placer. Que sean tan irresistibles parece deberse a que produce en nuestro cuerpo efectos similares a los del cannabis o marihuana, de acuerdo con un estudio de Piomelli (2011), de la Universidad de California, Irvine, consumir grasas, hace que nuestro cuerpo genere de manera natural endocannabinoides, que podrían generar no sólo euforia, sino también más necesidad de consumir grasas. Su acción se explica evolutivamente porque las grasas son escasas en la naturaleza, pero necesarias para el funcionamiento de nuestro cuerpo. Sin embargo, en la sociedad actual las grasas se adquieren casi sin querer, y seguimos contando con ese impulso innato de devorarlas. Vemos que, paradójicamente, una dieta elevada en grasas nos incita a comer cada vez más grasas.
La sal. Su funcionamiento es similar al del azúcar: Activa el sistema de recompensa cerebral que implica la liberación de dopamina, sustancia que nos hace sentir placer. De nuevo, es el mismo sistema que sigue la cocaína, cuyo nivel de adicción se asemeja con el de la sal. Es muy frecuente que muchos tipos de alimentos precocinados la añadan importantes cantidades de sal a su receta. De hecho, según la OMS la cantidad recomendada de sal es de 5 gramos al día, mientras que la ingesta en España es de 9’9 gramos, de acuerdo con los datos proporcionados por la Fundación Española de Nutrición, casi duplicando las recomendaciones sanitarias.
¿Qué puedo hacer para mejorar mi dieta?
Vemos que un elevado consumo de grasas y azúcares no sólo hace que aumentemos de talla, algo que todos sabemos, sino que también afecta a nuestra salud física, y nuestras funciones cognitivas, nuestras habilidades mentales. ¿qué podemos hacer?
- Evita hacer la compra cuando estés muerto de hambre. Típico, vas a comprar justo antes de la hora de comer, con el estómago rugiéndote... y llenas el carro con cientos de cosas que te comerías en ese mismo momento. Pero también conocemos esa sensación de cuando estamos llenos, en la que no nos apetece ni pensar en comida. Es en ese momento cuando compraremos aquello que tengamos apuntado en la lista y será menos probable que caigamos en escoger dulces y grasas innecesarias.
- Evita comer solo: Muchas veces tenemos prisa o pereza, y por no ponernos a cocinar, compramos algún producto precocinado (frecuentemente ricos en sal, azúcar y grasas). Sin embargo, cuando comemos acompañados nos esmeramos más por disfrutar del placer que puede ser comer.
- Practica nuevas recetas (y si es en compañía, mejor). Cuando cocinas en casa, sabes qué estás comiendo, eres tú quien controla los ingredientes. Por ejemplo, puedes sustituir la bollería industrial por postres hechos en casa.
- Trata de buscar cambios de alimentación saludables. Si tienes hambre, y te mueres por comer algo dulce, puedes probar a tomarte un batido de frutas. Si lo que se te antoja es salado, puedes probar con frutos secos, encurtidos, conservas de pescado (mejillones, sardinillas, atún…).
- No abandones tus alimentos favoritos y date caprichos de vez en cuando. Hay que ser realista, es imposible, y desaconsejable, eliminar de tu dieta los alimentos manipulados. Debes seguir comiendo aquello que te encanta, la clave está en la moderación.