No es lo habitual, pero, de verdad, hágannos caso. Vayan a Spotify y busquen The Beatitudes, de Vladimir Martynov. Den al play. Y ahora, un último esfuerzo, hagan memoria. Recuerden esa escena de La Grande Bellezza en la que Stefano (o Giorgio Pasotti), el guardián de las llaves delle Principesse romane, después de una performace pictórico-festiva en el Gianicolo, va abriendo las cancelas de los palacios más majestuosos de la Città Eterna. Ahora, sí: abandónense al stendhalazo y siéntanse como el periodista Jep Gambardella (o Toni Servillo) o como Ramona (o Sabrina Ferilli), la stripper de Via Veneto, por las maravillas que se muestran ante sus ojos en estas líneas. En la última doble, no es el Marforio de los Museos Capitolinos, pero se le parece. Porque tampoco es Roma, es Génova. Y Paolo Sorrentino no forma parte del equipo de ¡HOLA! —ojalá—, aunque, Paolo, yo que tú, le echaría un ojo a Eugenia Silva.
Ella, artífice de esta escenografía, nos ha conducido hasta las hermanas Giorgina y Sveva Clavarino, que nos abren il loro palazzo di famiglia, que data de un tiempo en el que la Repubblica Marinara dominaba los océanos y las finanzas y en el que, a falta de reyes, tenían decenas de «palazzi reali» en los que hospedar a los emperadores. Como este y como Carlos V. Angelo Giovanni Spinola, embajador en España y banquero de los Habsburgo, lo mandó construir en 1558, bajo la supervisión de Giovanni Ponzello. En Le Strade Nuove, un hito de la arquitectura del renacimiento. Y aquí, bajo techos pintados al fresco y trampantojos de Van Dyck o Rubens, rodeados del oro traído de América y de dioses paganos del Foro, ha transcurrido la historia, con mayúsculas. Eso, su pasado glorioso, es lo que estas dos mujeres, enamoradas del arte y la belleza, quieren devolverle a la ciudad, una joya escondida, incluso, para los italianos. Pero sus cruzadas son otras, más del siglo XXI: servir de puente cultural entre las dos orillas del Mediterráneo y revivir otras veladas, quizá más mundanas, como las que mantenían Marella Agnelli o Valentino de protagonistas, aunque igualmente míticas. ¿Cómo van con los niveles de paroxismo? ¿La serotonina, bien? Pues esto no ha hecho nada más que empezar.
—Giorgina, cuéntame la historia del palacio y alguna anécdota que nos deje ojipláticos de lo que ha ocurrido entre sus muros.
GIORGINA.—Este palacio no es solo un símbolo de Génova, rico en historia y vida, sino que también es el hogar de mi familia. Recientemente restaurado con gran esmero por mi tío Carlo Clavarino, el palacio ha recuperado su antiguo esplendor, convirtiéndolo en un escenario aún más magnífico si cabe. Durante mi vida, he tenido el privilegio de asistir en él a momentos únicos, tanto a grandes recepciones como a celebraciones íntimas. Es difícil elegir un único recuerdo, pero, quizá, de los más especiales, el cumpleaños de Valentino, un diseñador al que admiro profundamente.
—Administrar un palacio de estas características y en el centro histórico de la ciudad no debe de ser nada fácil...
G.—No lo es, no, pero es un reto fascinante. Exige un delicado equilibrio entre conservación y modernización. Nos esforzamos por mantener viva la historia del palacio, pero haciéndolo accesible y funcional, con exposiciones y eventos culturales y así revelar al visitante el esplendor que esconden sus muros, pero sin dañarlo nunca.
—Génova es la Superba, la Repubblica Marinara... Le Strade Nuove, donde nos encontramos, es Patrimonio de la Humanidad, pero ¿podríamos decir que esta ciudad sigue siendo —incluso para los italianos— una desconocida? ¿Es Génova una ciudad que aún necesita despertar?
G.—Suele describirse como una joya oculta, una joya escondida, pero creo firmemente que tiene mucho que mostrar y, sí, despertar en términos de reconocimiento mundial, porque la ciudad es muy muy vibrante. Su belleza es sutil, impregnada de un aura de misterio y grandeza que merece ser descubierta.
—Tu hermana y tú sois jovencísimas, pero, en cierto modo, gracias a vuestras inquietudes, podría decirse que estáis contribuyendo a un renacimiento de la ciudad y de sus patrimonio, ¿me equivoco?
G.—Aunque Sveva y yo somos jóvenes, estamos profundamente comprometidas con Génova y el arte italiano. Este compromiso enlaza con el proyecto Friends of Genoa, una fundación que dirige mi tío Carlo. Este proyecto, que él dirige con increíble visión y energía, se dedica a devolver a la ciudad el papel protagonista que tuvo —y merece— en los intercambios internacionales. A través de la restauración de lugares simbólicos y mediante eventos culturales de alcance internacional o iniciativas dirigidas a los jóvenes y a la innovación tecnológica, Friends of Genoa celebra, por un lado, el pasado de la ciudad, y por otro, invierte en su futuro. Nuestro sueño es que Génova vuelva a ser el centro de la escena cultural y artística italiana, y trabajamos con pasión para hacerlo posible.
—Viendo vuestro currículum, sois supercosmopolitas y tenéis un gran sentido de la belleza. ¿Qué os conmueve? ¿Qué os inspira? ¿Qué sueños tenéis? Debe de ser muy 'estresante' vivir en el 'Bel Paese' donde el arte, la belleza y la creatividad brilla en cualquier esquina, ¿no?
G.—Mi visión del mundo está profundamente traspasada por el amor innato a la belleza. Tras una década trabajando para grandes agencias de marketing, como WPP, decidí canalizar mi experiencia y pasión por la industria de la moda y el lujo fundando Creative Ants. Para mí, no es trabajo, es pasión. Esto me lleva a colaborar con marcas que comparten un profundo respeto por la artesanía y un compromiso con la excelencia estética. Vivir en Italia es increíblemente inspirador. Eso me empuja a superar constantemente los límites de lo convencional para descubrir nuevas posibilidades.
—Tanto arte, tanta historia… ¡Qué responsabilidad!
G.—Pero también un honor. La restauración supuso un reto, dada la complejidad de las grandes obras de arte que alberga el palacio. La renovación se centró en preservar las obras de arte y los frescos originales, que, en muchos casos, se encontraban en un estado precario. Trajimos expertos y restauradores de varias partes de Italia para ocuparnos del más mínimo detalle. Porque nuestro vínculo familiar con Génova y el palacio va más allá de la pertenencia física. Formar parte de una familia tan estrechamente vinculada a la cultura y la tradición nos recuerda cada día lo valioso que es nuestro patrimonio y también nos motiva a reinventarlo con la vista puesta en el futuro. Por eso, aunque cada uno de nosotros vive en países o puntos geográficos distintos, nos une un profundo sentido de pertenencia. Eso lo heredamos de nuestros abuelos Clavarino. Crecimos con el mantra de que la familia y el arte son lo primero.
—Después me gustaría ahondar en ese primer elemento de la ecuación, en la familia, en vosotras sobre todo, pero, ante este derroche de belleza, ¿por dónde empezamos?
G.—Personalmente, estoy enamorada de la sala principal, con los frescos de la cubierta que narran la historia legendaria de Génova. ¿Te parece buen comienzo? Porque, cada antigüedad y cada obra de arte cuenta una historia, pero... quizá sea la atmósfera del palacio lo que más me fascina. Las vistas desde las ventanas, sobre los tejados de Génova, le dan ese toque extra de magia
SVEVA.—El palacio tiene per se algo mágico. Para mí, en cambio, son los espacios más íntimos los que más me impresionan. Me encantan los salones más pequeños, los que tienen las paredes cubiertas de tapices antiguos, donde el tiempo parece haberse detenido. Y luego, ese equilibrio de las formas y el mobiliario para que nunca resulte recargado. Es esta armonía la que me atrae: el contraste entre la opulencia del barroco y el deseo de crear estancias en las que se pueda vivir cómodamente a diario. Sin olvidar las vistas, claro. La fachada al jardín all’italiana me encanta. Pasear entre los parterres, la puesta de sol sobre el mar... Es raro, pero cuando recorro las estancias del palacio siento que estoy entrando en la memoria de todas las personas que han vivido y amado aquí antes que yo. Para mí, el arte y las antigüedades son el testimonio de una belleza que nunca muere, sino que se transforma y renueva con el tiempo.
—El palacio ha encontrado una nueva vida a través de vuestra familia y recreando los vínculos históricos de la ciudad con todas las orillas del Mediterráneo, gracias a exposiciones y proyectos culturales que nacen, precisamente, con esa vocación ,¿no?
G.—Absolutamente. Sirviendo de catalizador para conectar Génova no solo con su glorioso pasado mediterráneo, sino también con nuevas corrientes artísticas y culturales de alcance mundial. El objetivo es organizar acciones que no solo realcen la belleza y la historia del palacio, sino que sirvan de puente para presentar al público internacional aquellos aspectos menos conocidos de Italia.
—No sé si, viviendo rodeadas de joyas barrocas y renacentistas, luego 'os pirra' el minimalismo...
G.—(Risas). Afortunadamente, tengo muchos amigos en el mundo del arte que me permiten seguir explorando otras dimensiones del mismo.
—Y las conexiones entre hermanas, ¿cómo son?
G.—Una mezcla perfecta de apoyo mutuo y pequeñas diferencias creativas. Somos dos caras de la misma moneda: yo me dedico al fragor del marketing, mientras que a Sveva le encanta la decoración sostenible para el hogar. Aunque nuestros mundos son diferentes, nos apoyamos y aconsejamos mutuamente. Y siempre celebrando las victorias de la otra. Podría decirse, en realidad, que somos más amigas que hermanas. Ambas amamos el arte y la creatividad, lo que nos ayuda a mantener un diálogo constante y rico. Cuando se trata de nuestra gran familia, el respeto y la admiración están en el centro de todo. Y nuestro tío Carlo es, quizá, el nexo de unión más fuerte de la familia. Un ejemplo para todos. Un hombre abierto a nuevas ideas y proyectos, especialmente cuando implican a los jóvenes. Es un recordatorio constante de lo importante que es invertir en lo que representamos y en lo que podemos construir para el mañana.
S.—El vínculo con mi hermana va más allá de las palabras. Y entre nosotras, aunque somos muy diferentes, hay un profundo entendimiento. Giorgina es como 'la antena a tierra' de la familia, siempre pragmática y centrada en sus objetivos, mientras que yo soy, quizá, más creativa y soñadora. Pero, al final, esas diferencias son las que nos enriquecen. Lo nuestro es una auténtica alquimia: yo aporto nuevas ideas, ella las concreta. Y como dice mi hermana, nuestra relación es más de amigas que de hermanas. Estamos acostumbradas a hablarnos como si fuéramos cómplices de una gran aventura. Cada vez que uno de nuestros sueños toma forma, es como si fuera el sueño de las dos.
—Sois mitad romanas y mitad genovesas, ¿cómo funciona ese mix? ¿Dónde os sentís más a gusto? ¿Cuando estáis en Roma echáis de menos la Lanterna o cuando estáis en Génova buscáis (sin encontrarlo) el Coliseo?
G.—Es como tener el corazón dividido y es una suerte tenerlo así, entre dos de las ciudades más fascinantes de Italia. Crecer entre la majestuosidad de Roma y la discreta belleza de Génova me ha hecho como soy. En Roma, cada callejón y cada plaza me envuelve con su encanto atemporal y su vibrante energía. Y cuando estoy en Génova, es la serenidad del puerto y la intimidad de las callejuelas lo que me hace sentir inmediatamente en casa. Como volver a mis orígenes, a una parte de mí más tranquila y reflexiva. Pero mi día a día es en Londres, y Londres es una aventura continua, aunque siempre eche de menos Italia.
S.—Las dos ciudades forman parte de nosotras mismas. Para mí, la Lanterna es algo de lo que no puedo prescindir. Cuando estamos en Roma, a veces echo de menos esa vista del horizonte que te da Génova, ese aroma salado al que huele toda la casa. En cambio, en Roma no puedes evitar que te falte esa magnificencia de las ruinas antiguas y esa fuerza que te hace sentir que estás en una ciudad que nunca duerme, de milenios de historia. No puedo prescindir de ninguna de las dos. Génova es la ciudad de la intimidad, de la tradición, del silencio, del mar que te hace pensar en mil cosas, mientras que Roma es la que me empuja a pensar a lo grande, a mirar más allá, a saborear el mundo.