Nació en la isla de Gozo, la segunda más importante del archipiélago de Malta, situada frente a las costas de Sicilia. Un idílico lugar en el que, en el pasado, sus habitantes vivían, en general, de la agricultura y en el que, como en el campo las cosas unas veces van bien y otras no tanto, sus moradores tienen la costumbre de ayudarse unos a otros . "Aprendí, de mi abuelita y de mi madre, que si la vida es generosa contigo, tú has de ser generoso también".
Ese es el lema con el que vive nuestro protagonista, Francis Sultana, diseñador de interiores, creador de muebles, director creativo de David Gill Gallery, embajador cultural de su país, miembro del consejo internacional del museo Victoria & Albert de Londres... y tantos ejemplos más que no cabrían en este artículo.
A los siete años
En su palacio de La Valeta, construido para un noble español, Francisco de Torres, hace 500 años, y que él ha reconstruido minuciosamente durante siete años, Francis echa la vista atrás. "Siempre supe que era diferente. Soy hijo único y ya, a los cinco o seis años, 'devoraba' la única revista de decoración que llegaba a la isla, House & Garden. A los seis, acudía a la biblioteca local a estudiar los cuatro libros sobre arquitectura que allí tenían. Básicamente, a Frank Lloyd Wright, el maestro de la 'arquitectura orgánica' (ocho de sus más de mil proyectos están declarados Patrimonio de la Humanidad por la Unesco), y a Philip Johnson, artífice de emblemáticos edificios del siglo pasado. Copiaba incluso sus planos una y otra vez. A los siete años, diseñé la casa de una hermana de mi madre. Pero no me considero ningún genio. He comprobado que es algo que tenemos en común los espíritus creativos… que empezamos muy jóvenes".
Su madre estaba empeñada en que fuera a la universidad y se convirtiera en arquitecto. Aprobó el ingreso, pero no quería quedarse en la isla. "Iré a Londres", afirmó contundentemente, y no tuvieron más remedio que aceptarlo. Tenía familia allí, así que se marchó. En los múltiples artículos que leía en las revistas, hablaban de un galerista muy interesante y prometedor: David Gill.
"Tenía, por aquel entonces, una pequeña galería en Fulham Road, Chelsea. Era y es un hombre cultísimo. Licenciado en Historia del Arte, es un experto en arte barroco, en pintura antigua y en grabados modernos. Redescubrió, en su galería, a genios del diseño como Jacques Émile Ruhlmann o Eileen Gray. Posteriormente, comenzó a solicitar a diseñadores emergentes, que luego serían emblemáticos, como Marc Newson, Tom Dixon, Mattia Bonetti y Zaha Hadid, y diseños exclusivos. Tenía que conocerle, así que fui a verle. Se sorprendió al comprobar que un chaval tan joven, como era yo, supiera mucho de arte y le fasciné (sonríe)".
Francis también se fascinó y, unos meses más tarde, recién cumplidos sus 20 años, consiguió que le diera trabajo en su galería, en la trastienda, consultando catálogos antiguos del archivo, aunque muy pronto descubrió bien y tenía unas ideas fantásticas como creativo. Y es entonces cuando aparece Annie Lennox: "La galería que lleva su nombre, David Gill Gallery, era ya bastante conocida y Annie, que vivía entonces en Hampstead, se acercó porque necesitaba un sofá. Con el atrevimiento de la juventud y sin saber apenas quién era ella, se lo diseñé. No le di, por supuesto, ninguna importancia al hecho".
Curvado. Hermoso. Sin tapizar. Un objeto muy especial. Luego, como la galería crecía en importancia, Madonna, que siempre está dispuesta a "descubrir" a gente nueva, se acercó al local. "Estaba haciendo un proyecto teatral (Up For Grabs) en Londres y necesitaba elementos para el decorado en escena. Los encontró en la galería y yo le ayudé con la decoración. De nuevo, me pareció todo normal y, sin proponérmelo, pero apoyado por David, que se dio cuenta de que había un potencial en mí, fueron llegando mis clientes".
También llegó el amor, o diríamos que muy pronto llegó el amor, porque este español universal (David) y este maltés ciudadano del mundo (Francis) forman pareja desde hace más de 30 años. Distintos, pero iguales en talento, sencillez… y humanidad. "David y yo nos apoyamos mutuamente y las decisiones importantes las tomamos juntos. Excepto en una ocasión en la que, pensando solo con el corazón, como buen español, compró este palacio sin consultarme (ríe)".
La historia es como sigue. Fue David el primero que sugirió tener una casa en una ciudad poco burguesa y, como La Valeta le recordaba a La Habana en su decadencia, sugirió buscarla allí. "Por aquel entonces —hablamos de hace unos 18 años—, la ciudad era una ruina. Había atravesado invasiones y guerras destructoras en su historia, pero, durante la Segunda Guerra Mundial, los alemanes y los italianos la bombardearon furiosamente. Habíamos visitado ya 80 propiedades y, un fin de semana que yo no pude ir, David viajó en solitario a la isla. “He comprado un palacio”, me dijo al teléfono. “¿Queeé?”, respondí en shock”.
El precio original
Lo peor no era que la hubiera comprado sin su conocimiento ni consentimiento, sino que, además, había pagado el precio original sin regatear. El fin de semana siguiente, Francis acudió a visitarla y, por supuesto, le encantó. No podía ser de otra manera. "Llamé a mi madre y le dije: 'David ha comprado la casa sin regatear'". "¿Quééé? ¡Déjame a mí!", contestó, y contactó con el exdueño.
Era un maltés que se llamaba como yo, Francis, pero que, por sus barbas largas, era conocido como “Mesías”. “Mi hijo no es un extranjero, tenemos que hablar”, empezó mi madre enérgicamente. “Señora Sultana, es usted una mujer muy intensa”, respondió él, y le preguntó: “¿Está libre?”. A lo que mi madre, astutamente, le contestó: “Depende del descuento que me haga”. Cuando se lo hizo, le respondió que no lo estaba. Siempre recordaba con una sonrisa aquel intento “de ligue… a mi edad”.
Durante años, se destruyeron muchos edificios emblemáticos. Luego, tras la declaración de La Valeta como Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, en 1980, comenzaron las regulaciones. Francis estaba encantado, porque recuperar el pasado para que pueda vivir en el futuro es necesario, aunque a veces sea agotador.
"Los dos primeros años los dedicamos a los permisos y a esperar su resolución. Luego comenzó la reconstrucción. Los ingleses —que estuvieron a principios del XIX y a los que parece que no les gustaban ni los frescos antiguos ni las tallas— lo destruyeron todo. Eliminamos pintura de siglos y apareció la piedra caliza. Y aunque es grande (1.000 metros), es muy manejable por su distribución. El patio de entrada, con su fuente y su situación bajo los miradores de seis de sus siete pisos, lo convierte en un edificio muy fresco en verano y... muy español". Naturalmente, porque fue construido por un español, Francisco de Torres.
El Rey Carlos I de España, que era entonces también Rey de Sicilia y de la isla de Malta, le otorgó, hacia 1520, el título de barón de Fiddien. Se instaló en La Valeta en su posición de caballero de San Juan (más tarde Orden de Malta), donde construyó este palacio que continuó en la familia durante generaciones. En 1567, Sebastiano de Torres (cuarto barón de Fiddien) participó en la batalla de Lepanto junto a don Juan de Austria, donde, como se sabe, también peleó Miguel de Cervantes, que rememora su experiencia, en la voz de don Quijote, como "la más alta ocasión que vivieron los siglos pasados, los presentes y esperan ver los venideros". Salvando las distancias, las palabras también serían adecuadas para la desinteresada labor que realiza Francis respecto a su país.
"Conocí, hace años, a una dama que tuvo una gran influencia en mi vida y que, un día, me dijo: 'Algunas personas nacen con buena estrella, y eso te ha ocurrido a ti. Debes ser siempre humilde, darte a los demás y apoyar las causas en las que creas'. Por ejemplo, trabajo voluntariamente con el museo Serpentine. Creo que los museos son vitales para el aprendizaje. No tengo una formación académica, pero he pasado horas, horas y horas… y sigo pasándolas observando y aprendiendo entre sus paredes, también en el Victoria & Albert, de Londres, y otros muchos. Por tanto, ayudo, en mi pequeña medida, a que otros también puedan beneficiarse".
Embajador cultural
Son muchas las causas a las que Francis dedica su tiempo, como conseguir que Malta volviera a estar presente en la Bienal de Venecia. En 2018, fue nombrado embajador cultural. Es una posición especial, gracias a la cual representa a su país donde quiera que vaya y con la que ayuda a su difusión cultural. Le llegó por sorpresa cuando, por fin, sus conciudadanos descubrieron que llevaba años ayudando a la difusión de la cultura y el arte local. También es gracias a su empeño —unido al de otros muchos, por supuesto— que, desde el pasado 27 de octubre, la ciudad tiene un museo de arte contemporáneo: el MICAS (Malta International Contemporary Art Space)
"Tenía que tenerlo. Desde hace siete años, soy simple y humildemente como un hilo conductor, un puente para conseguir donaciones y ayudar a enlazarlo con el mundo del arte internacional. Y todo lo hago desde el corazón por dos razones: mi amor por el proyecto y por Malta". Le guste o no, por aquello de su humildad, Francis ha contribuido en gran medida a la creación del museo. Como ahora, tras su inauguración, "le sobra algo de tiempo", está pensando en encontrar un lugar que un día albergue su extensa colección de arte —en Malta, por supuesto—, para que la disfruten futuras generaciones. Ciertamente, Malta debería hacerle a él un monumento.