Casada con el conde Amaury de la Moussaye, padre de sus hijos, Octave y Alfred, Flore de Brantes, hija del marqués de Brantes, se convirtió, en 2007, en la orgullosa heredera de una auténtica joya arquitectónica: el majestuoso Château de Le Fresne, diseñado por el arquitecto Anatole Amoudru, célebre por sus notables obras religiosas. Es un edificio que, símbolo de tradición, lujo y cultura, refleja la esencia de la arquitectura clásica francesa, con líneas sencillas y elegantes y que, inspirándose en el palacio de Versalles, evoca el regreso al clasicismo.
La mansión cuenta con 1.500 metros cuadrados construidos y otros 3.300 metros cuadrados en los que se encuentran una iglesia, una piscina, lavanderías, graneros, establos, pabellones conectados bajo tierra por un túnel y varias granjas escondidas en el frondoso bosque que rodea la propiedad, la cual abarca 570 hectáreas.
Un lugar de ensueño
Situada a tan solo 45 minutos de la ciudad de Tours, Le Fresne es un lugar de ensueño donde la historia se entrelaza con la naturaleza. En 2021, un desafortunado incendio devastó uno de los pabellones del castillo, considerado monumento nacional francés por su valor histórico y cultural. Originado por un cortocircuito, el fuego se propagó rápidamente, aunque la pronta intervención de los bomberos evitó una mayor tragedia. Aun así, las llamas tardaron tres días en extinguirse por completo. Este incidente marcó un antes y un después para Flore, quien decidió embarcarse en una más de las muchas renovaciones del castillo.
Esta reforma duró más de un año, en un proceso en el que su gran amigo y artista Ignacio Goitia jugó un papel esencial pintando, entre otras obras magníficas, un espectacular mural en el techo del comedor principal de la mansión. En esta imponente pieza, Goitia inmortalizó a su gran amiga, a lomos de un elefante, en una interpretación que combina su historia familiar y el toque irreverente y creativo del artista.
Un espíritu que encaja a la perfección con el carácter audaz de su propietaria, para quien Le Fresne es, más que un legado familiar, el centro de su vida familiar, social y cultural. Ubicado en el idílico Valle del Loira, ha sido escenario de grandes celebraciones familiares y eventos sociales de alto nivel, reuniendo a algunas de las familias más distinguidas de Europa, como los Montesquieu, la Rochefoucauld, los Astor, los Brissac... Hoy, el château, bajo el cuidado y visión de su dueña, descendiente de la familia Terry (fundadora de las célebres bodegas Terry, en el Puerto de Santa María), es un testimonio vivo de una historia que continúa evolucionando, en la que la tradición y la modernidad coexisten en perfecta armonía.
—¿Qué estilos y épocas se mezclan en el castillo?
—De estilo Luis XVI y líneas sencillas y rectas basadas en el número áureo, el castillo es un ejemplo del neoclasicismo perfecto y cartesiano fruto de la Ilustración, reflejado en las edificaciones y en las perspectivas. Llegó a mi familia con el general Pierre-Cuiller Perron, una personalidad local increíble, quien hizo su fortuna en la India, donde acabó como generalísimo del Gran Mogol. Cuando volvió a Francia, en 1806, compró este castillo recién construido con todas las comodidades modernas de la época.
—¿Qué desafíos encontrasteis a lo largo de su restauración?
—Desde que estoy al cargo, he realizado varias intervenciones, empezando por los tejados y siguiendo bajo ellos. ¡El problema es que nunca se acaba! En el château principal, la idea fue restaurar los aspectos básicos, instalando calefacción, internet y baños, las cosas normales de la vida moderna, pero conservando su propia identidad. Esa era una de las prioridades, que siempre fuera mi casa, con todos sus recuerdos. Es como un pueblecito, siempre con hijos, perros, caballos, granja, caza, amigos, primos... Aparte del castillo, hay otras casas que restauré en el bosque para alquilar y otros lugares para nuestro disfrute, como la piscina, la huerta y un túnel subterráneo, al que llamamos el 'metro' y que comunica uno de los pabellones con el château. El peor desafío fue el fuego de hace tres años. Ver tu casa envuelta en llamas es una experiencia traumatizante. Por suerte, nos dimos cuenta inmediatamente, así que los bomberos pudieron llegar muy pronto. Tuvimos la suerte de que ocurrió en un edificio contiguo y no en el pabellón principal.
El roble de la buena suerte
—¿De qué manera gestionas este impresionante legado?
—Me encanta que siempre tengamos en casa nuestros propios productos de la huerta, como legumbres, verduras o frutas biológicas. Se podría decir que somos casi autosuficientes. De manera cotidiana, me centro en la agricultura, en la gestión de los bosques y en los alquileres de las casitas repartidas por las distintas áreas de la propiedad. Mi padre pasaba días cuidando de los robles y, hasta la fecha, yo he plantado unos 11.000 ejemplares. Tenemos uno de más de 300 años, que abrazamos para que nos de buena suerte y buena energía.
En lo que respecta a las flores, tenemos un famoso jardín de rosas con variedades antiguas, y con mi marido, que también es un gran aficionado a la jardinería, planté, hace 15 años, un jardín de dalias, ideales para mis centros de mesa cuando recibo a mis amigos. En algunas ocasiones también recibimos grupos selectos más numerosos en eventos especiales que, de la mano de mi amigo y gran profesional Alejandro Muguerza, de Le Basque, pueden disfrutar de una celebración al estilo de un château. Él organiza recepciones de alto standing a nivel mundial y es una suerte poder contar con su talento aquí, en Authon.
—¿Cómo es un día normal de tu vida aquí?
—La primero que hago es dar un paseo con Hendricks, mi perro labrador, para ver lo que hay que hacer y comprobar los últimos desastres. A veces tengo que pasear por el bosque para observar los árboles y decidir sobre las próximas intervenciones. También me pongo a cuidar mis dalias. Me divierte mucho más que las tareas de administración, que, desgraciadamente, tengo que hacer e intento terminar antes del fin de semana, para cuando llegan mis hijos, Octave (23 años) y Alfred (15), que, a veces, vienen acompañados por sus amigos. También suelo ir bastante a París, ya que solo tardo 45 minutos en AVE.
—Tus fiestas son muy conocidas aquí y en París. ¿Cómo sueles organizarlas?
—Son siempre distintas y eclécticas. Organicé, por ejemplo, un pícnic gigante e increíble. Montamos desde una autentica jaima marroquí a un Bentley con el capó lleno de hielo con botellas de champán y una ballena inflable en el techo, y preparamos una fondue estilo Gstaad con trufa en contraste con otros invitados, que cocinaban salchichas en papel de aluminio en una barbacoa sobre el suelo y con chancletas de goma. Otra fue la de Etre Sauvage ('Sé salvaje'), con amigos disfrazados de animales, de maoríes y de los Picapiedra, y también fue muy especial la fiesta de Studio 54, donde hice mi entrada montada en un elefante.
Invitados importantes
—¿Qué personajes importantes han pasado por aquí?
—Han pasado y siguen pasando muchísimos invitados importantes, como, por ejemplo, el poeta Robert de Montesquiou; el general de Cessac-Fezensac, ministro de la Guerra de Napoleón; Marcel Proust; la Emperatriz Farah Dibah; la Reina de Tailandia; mi tío Valéry Giscard d’Estaing, ex Presidente de Francia; Frédéric Mitterrand; Mick Jagger.
—¿Qué importancia tiene para ti el equilibrio entre preservar la historia del castillo y darle un toque moderno?
—El equilibrio entre la historia y la actualidad es esencial, siempre fue así. Cada época ha tenido intervenciones de modernización, por ejemplo, el teléfono, los baños, los muebles, los retratos... Aparte de las cosas más modernas, como la piscina o internet, he encontrado en Ignacio el artista perfecto para hacer la fusión entre la historia y el toque contemporáneo. Nos ha realizado aquí cuatro retratos de nuestros hijos; de mis perros, Uzo y Hendricks, y otro en el que aparece, entre otros, mi caballo Darky. El fresco del techo del comedor principal reúne toda la historia de la propiedad, reflejando todas las etapas, desde la de la India, con el general Perron, hasta ahora, con mis hijos. Siempre se quedará aquí como nuestro testimonio de vida.
—¿Son conscientes tus hijos de que algún día heredarán todo esto?
—Octave y Alfred son muy conscientes de la carga que representa le Fresne, pero también están muy enraizados a este lugar. Les trae muchos recuerdos y quieren hacer todo lo que puedan para que perdure.
—Ignacio, ¿cómo os conocisteis Flore y tú?
—Fue en 2007, al final de mi estancia, de casi un año, en la parisina Cité des Arts, donde estuve becado por el Ministerio de Asuntos Exteriores francés. Nos conocimos en una cena en el famoso restaurante Anahí, de Carmina Lebrero, madrina del hijo menor de Flore, gracias a unos amigos en común, los decoradores Michael Coorengel y Jean-Pierre Calvagrac. Me quedé prendado rápidamente de su fascinante personalidad y de su contagioso afán de libertad.
—El encargo del techo del 'Château Le Fresne' y tu aportación artística en el castillo fue un verdadero reto. ¿Cómo fue el proceso creativo para una obra de tal envergadura?
—Como artista, aparte de los retratos que he pintado de sus hijos en diferentes momentos de sus vidas, que decoran el hall de entrada, y el cuadro de la Polka del Emperador, que preside su dormitorio, mi intervención más importante ha sido la transformación del comedor principal con el techo alegórico sobre la historia de la familia y la adaptación del color de las paredes para resaltar e integrar dicha obra.
Fue durante una cena de Nochevieja, celebrada en dicho comedor, cuando Flore y Amaury me propusieron la idea de realizar un gran fresco que coronara el techo de esta estancia. Como el retrato del general Perron preside una de las paredes, la idea era crear una obra en la que se reflejara la historia familiar y su vinculación con el que llegó a ser generalísimo del Gran Mogol en la época de Napoleón.
Las premisas que me plantearon eran que el tema tuviese que ver con la India y, a poder ser, con presencia de algunos elefantes, ya que, debido a su elevada posición en la corte del Gran Mogol, Perron era de los pocos que tenía, el privilegio de combatir montado en dicho animal. El día que vi el techo terminado fue muy emocionante para mí, casi se me saltaban las lágrimas y no podía dejar de sonreír. Hay algo importante y trascendental cuando de repente te das cuenta de que formarás parte de la historia de un edificio tan representativo.