Celebramos las navidades más glamurosas en el Château Marcellus, propiedad de nuestra anfitriona, Catherine Roger, acompañada para la ocasión por su amiga e influencer Tazhikhanova Gulzada, especialista en el Art de la Table, la estilista Laura Issayeva y la empresaria de moda Marianna Kizina. Para Catherine, la Navidad es pura magia. Nos cuenta que, para ella, no se trata solo de regalos, sino de una profunda sensación de asombro. "Es un momento para hacer una pausa, reflexionar sobre lo que he logrado y soñar. Casi todos los años, voy a un servicio navideño a tocar el piano y cantar villancicos. Pero la verdadera magia es cómo ese día llena mi corazón. La Navidad no es solo un día festivo, es un momento en el que me siento más conectada con este lugar, su historia y aquellos que vinieron antes que yo".
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El hogar de Catherine es un castillo francés situado en el municipio de Marcellus, en el departamento de Lot-et-Garonne, muy cerca de Burdeos. La propiedad, de 35 hectáreas, domina el hermoso valle del Garona. Construido entre 1773 y 1775, muestra una arquitectura neoclásica que refleja elegancia y nobleza. Cuenta, además, con una gran colección de antigüedades, esculturas y piezas arquitectónicas del siglo XVI al XIX. Recientemente renovado y con abundante luz natural, dispone de elegantes habitaciones, salones, una biblioteca, sala de música y varios cuartos de invitados cuidadosamente decorados. Una espléndida terraza da a los hermosos jardines, decorados con privado.
Tesoros en un pozo
Nuestra anfitriona, además de ser empresaria, es una gran chef que adora cocinar, realizar grandes fiestas y recibir constantemente a invitados de todas las partes del mundo. Gran coleccionista de antigüedades, pasión que compartía con su fallecido marido, Samuel Roger, Catherine es creadora de contenido y cuenta con una legión de seguidores en las redes sociales. Una de las anécdotas más conmovedoras de la historia del château fue el rescate de la familia Marcellus, durante la Revolución Francesa. Se corrió la voz de que los revolucionarios estaban en camino para secuestrar a la señora de la casa. Arriesgando sus propias vidas, el personal reunió los tesoros de la familia y los escondió en un pozo. Esos objetos de valor permanecieron allí durante años y su ubicación se transmitió, entre susurros, solo entre los trabajadores del castillo.
Cuando terminó la Revolución, esos tesoros fueron recuperados. Entre ellos, se encontraba un impresionante servicio de plata del siglo XVIII, grabado con el monograma de la familia, una verdadera obra maestra de su época. En una recepción ofrecida en honor de Madame Peace, por la última baronesa, Roseline, ese mismo servicio se dividió simbólicamente entre los descendientes de Marcellus. Quinientas personas se reunieron en el patio y cada una recibió una pieza de esta extraordinaria colección. Era como si la misma historia hubiera cobrado vida, recordando a todos los presentes el legado perdurable de la familia.
—¿Qué es lo que más le inspira de la historia de este lugar?
—Me deja boquiabierta la resiliencia de la gente que vivió aquí. Se enfrentaron a guerras y revoluciones, y se mantuvieron firmes haciendo gala de su lealtad y coraje. Creo que ahora nos corresponde a nosotros coger ese testigo. También vivimos tiempos difíciles y nuestro papel es proteger y transmitir este legado a las generaciones venideras.
—¿Tiene mucha importancia para usted la preservación cultural?
—Para mí no solo es un trabajo, es una misión. No podemos permitirnos el lujo de perder el hilo que nos une al pasado, incluso cuando el mundo sigue avanzando.
—¿Ha hecho algún descubrimiento en el castillo? ¿Qué es lo que más le sorprendió?
—Una vez, encontré algunos documentos antiguos en el sótano. No fue solo un descubrimiento, sentí como si el propio castillo me estuviera susurrando sus secretos. Había cartas de finales del siglo XVIII, selladas por Reyes, e historias de cómo el castillo sobrevivió a la Revolución, e incluso de tesoros escondidos en el pozo. Recientemente, encontré correspondencia en tiempos de guerra entre miembros de la familia, llena de miedos, esperanzas y alegrías. Al leerla, sentí que estaba viviendo sus emociones y convirtiéndome en parte de sus vidas.
—¿Considera que estas historias son la parte más valiosa de la casa?
—Sí. Cada pared y cada rincón respiran historias. La familia Marcellus ha compartido conmigo algunas de cómo este lugar soportó guerras y revoluciones. Esa conexión hizo que todo cobrara vida para mí. Las cartas antiguas son como pequeñas ventanas al pasado, pero son esos recuerdos vivos, transmitidos de generación en generación, los que hacen que este lugar sea realmente especial. El castillo no es solo un edificio: está vivo, tiene alma.
—¿Cuál consideras que es el acontecimiento más decisivo en la vida del 'château'?
—Para mí, la restauración del Music Hall, uno de los espacios más antiguos e históricos del castillo, que ha sido testigo de guerras, revoluciones e innumerables transformaciones. Cuando lo reabrimos a nuestros invitados, sentimos que no habíamos restaurado simplemente una habitación, sino que estábamos devolviendo a la vida el alma misma del castillo. Esas sillas del siglo XVIII, las pinturas de un artista de renombre, no son solo artefactos, sino parte de una historia viva. Y sí, vivir aquí es, a la vez, un privilegio y una responsabilidad. No es solo un lugar para vivir, es un mundo en sí mismo, un mundo que te protege del exterior, pero que también te abre infinitas posibilidades.
—¿Cómo equilibras el respeto por la historia del château con su interpretación moderna?
—La historia está viva en cada ladrillo y balaustrada, pero, seamos realistas, no puedes simplemente congelarla en el tiempo. Eso no es vivir, eso es un museo. Mi filosofía es preservar su alma y, al mismo tiempo, darle una perspectiva fresca y moderna. Incorporo elementos históricos, pero siempre hay espacio para un toque contemporáneo.
Los rituales
—¿Cuál es el mejor consejo que has recibido?
—Hay un consejo que nunca olvidaré, cuando nos mudamos al castillo, y me lo dio un amigo. Me dijo: "No te apresures a comprar arte o a decorar la casa. Deja que cada pieza encuentre su lugar. De lo contrario, te costará". Al principio, no lo entendí del todo y me di de bruces con la realidad. Elegimos un color demasiado oscuro para el cuarto de baño y, un año después, tuvimos que volver a pintarlo. En mi casa todo tiene que ganarse su lugar. No se trata solo de estética, es una filosofía.
—¿Cómo se mantiene la armonía en un espacio tan monumental?
—Para mí, la armonía se reduce a los rituales. Cada mañana comienza en el jardín. Los pájaros cantan, mis mascotas corretean y yo, con el café en la mano, observo cómo el paisaje cambia de aspecto con la luz. Luego está mi "zona de calma". Todos los días, sin excepción, paso un rato junto a la chimenea, leyendo un libro o sencillamente contemplando las llamas. Esos momentos me recuerdan que este no es solo mi hogar: es donde encuentro mi equilibrio.
—Háblenos de su infancia
—En mi infancia, las historias que leí y la música con la que crecí me inspiraron. Pero siempre me sentí dividida entre las formas de arte. Soñaba con escribir y, sin embargo, no pude resistirme a la magia de la danza. Este conflicto interno era enloquecedor. Con el tiempo, me di cuenta de que esto no era una debilidad, sino una fortaleza. El château me enseñó eso. Aquí, el arte se entrelaza: la arquitectura cuenta historias, la música da vida a las salas y los archivos escritos susurran secretos del pasado.
—¿Pensó, realmente, que algún día sería la princesa Anastasia? Suena como una fantasía infantil.
—Cuando era niña, me encantaba la historia de Anastasia Romanov (hija de Nicolás II, el último Zar de Rusia) y creía que algún día encontraría mi propio reino. El château se convirtió en eso para mí. Nunca olvidaré el día que entré por primera vez en la biblioteca. Había un viejo globo marcado con los viajes de sus dueños. Era como un mapa de sus aventuras. En ese momento, me sentí parte de algo más grande.
—¿Conservas aquí alguna tradición de tu país de origen?
—¡Por supuesto! En vacaciones, siempre preparo arenque bajo abrigo de piel. Es un alimento básico de mi infancia que me trae recuerdos festivos.
—¿Se considera una entusiasta de la comida?
—Una entusiasta no, solo alguien que ama la buena comida y ve una historia en cada plato.
—Para usted, ¿qué significa cocinar?
—Es una forma de arte. Mi amor por esto comenzó hace mucho y, con el paso del tiempo, he aprendido a mezclar ingredientes, como una artista mezcla colores en una paleta. En mi opinión, cada plato debe ser como música. Debería resonar, ser una obra maestra por sí solo.
—¿Qué es lo que no falta nunca en sus mesas navideñas? ¿Cuál es el plato perfecto?
—La cena de Navidad en Francia es un ritual, no solo una comida. Empezamos con ostras, pasamos al pollo con castañas y terminamos con el clásico tronco de Navidad. Pero, para mí, el plato perfecto es el cordero con salsa de grosellas. Es atemporal y elegante, como un puente entre épocas.
—¿En qué consiste el baile inspirado en María Antonieta que está planeando?
—Se me ocurrió mientras celebraba mi 30 cumpleaños. Pensé: "Si vas a organizar una fiesta, hazlo con estilo, alma y atención a cada detalle". Fue cuando nació la visión del baile: una combinación de grandeza, historia y creatividad moderna. Estos eventos no son solo fiestas, son una oportunidad de darle vida al pasado, con un toque de inspiración actual. En 2025, planeo albergar otro, manteniendo su encanto único y haciéndolo aún más deslumbrante.
—El proyecto de sus sueños es un pueblo.
—En el terreno del castillo, tenemos graneros del siglo XIX y mi sueño es transformarlos en un centro cultural. Imagínelo: un pueblo de artesanos, bodegas… un lugar donde la historia se encuentra con el presente. Es un desafío, sí, pero toda gran idea comienza con una chispa y mi chispa es el "Château Marcellus".
—¿Cómo ve el castillo dentro de diez años?
—Lo veo como el corazón cultural de la región. Seguirá respirando historia, pero de una manera que conecte el pasado con una audiencia global y moderna. Quiero que este lugar sea un imán para mentes creativas, reuniones significativas e hitos culturales. No será solo un destino, sino una experiencia que transformará a todos los que crucen sus puertas.