Nos recibe la gran artista Erika Trojer junto a su marido, el CEO de la empresa Emecom SRL, Vincenzo Schettino, y sus dos hijos, Godoffredo y Greta, en un enclave privilegiado, su villa en el lago de Como.
Erika creció en el seno de una familia sencilla y feliz a la sombra de los Dolomitas. A los 18 años, dejó su pequeño pueblo natal, San Candido, para dar el salto a la gran ciudad y convertirse en top model. Se presentó a 'Miss Italia', en donde quedó finalista, y Milán le abrió las puertas del mundo. En una fiesta, conoció a su marido y, poco tiempo después, nació su hija, Greta. La maternidad la llevó a sustituir el frenético ritmo de la industria de la moda por la paz y el sosiego de las laderas de los Alpes italianos, donde reside desde 1997. Allí, en Cernobbio, rehabilitó un antiguo horno de pan donde ahora ha montado su estudio, Lo Spazio Forno, donde crea esculturas e instalaciones a partir de materiales de segunda mano a los que da una nueva vida y otro uso. Piezas de dimensiones magníficas y espectaculares, pero todas ellas creadas a partir de materiales reciclados. Obras nunca predecibles y llenas de simbolismo que no solo decoran espléndidos hoteles, como el Villa d’Este, sino también las mansiones de sus clientes internacionales. De Londres a Nueva York .
En 'Villa Torno', donde hoy nos recibe en familia, Erika pasa temporadas y fines de semana junto a su marido, Vincenzo, emprendedor, piloto y coleccionista de arte africano.
La villa está ubicada en el encantador pueblo de pescadores de Torno y es una armoniosa combinación entre lo antiguo y lo contemporáneo. Por la piedra, que procede del corazón de las montañas que la rodean y con la que está construida la casa, tal y como se puede apreciar tanto desde fuera como en el interior, con varias paredes vistas, y por la decoración. Un atrezo que combina con el mobiliario de diseño, con las obras de arte contemporáneo de Erika Trojer y con el coleccionismo de su esposo, Vincenzo, en especial, de arte primitivo. El enfoque ha sido combinar elementos históricos y modernos de una manera que realce la belleza connatural de cada uno de ellos en virtud de su contraste de los unos con los otros.
El matrimonio tiene dos hijos: Godoffredo Michele, de 21 años, que actualmente vive y estudia en Barcelona, y Greta, que se graduó en Marketing y Comunicación por la Universidad Bocconi de Milán
Es lo que sucede con en el enclave de la casa, un oasis de verdor entre las rocas. Y es que este lugar era en realidad una cantera, en funcionamiento desde el siglo XVII, de donde se extraía la famosa piedra local 'pietra di Moltrasio', con la que se erigieron muchas de las mansiones, palacios e iglesias que descienden colina abajo hasta el lago. Construyeron la casa —sobre una antigua edificación preexistente— hará unos diez años y lo hicieron preservando el entorno con una estructura y una estética que guarda los cánones de la zona y con los mismos materiales que antaño. Eso sí, se erigió de acuerdo con los gustos contemporáneos, la eficiencia y el máximo confort. Y por supuesto, los más altos estándares del design made in Italy. De esta manera, lograron un hogar en el que no solo reinan la paz y la tranquilidad al estar inserto en medio de la naturaleza, sino que, además, sin romper con el entorno, viven con todas las comodidades de la vida moderna sin olvidar los vestigios de la vida rural y la antigüedad. El arte y la poesía del lago consiguen este mix mágico.
—¿Recuerdas tu primer trabajo?
—Quería hacerle un regalo de cumpleaños a mi marido y pensé en hacerle un mosaico partiendo de una serie de fotos antiguas de Vincenzo. A través de una combinación armoniosa de colores y formas, di con el signo zodiacal de mi media naranja. Mientras creaba, me sentí inmensamente feliz. Supe que este era el camino.
—¿En qué estás trabajando ahora?
—Trabajo en una gran escultura a partir de tapones de botellas de aluminio. Y me apasiona.
Erika ejerció de modelo en su juventud. Fue una conocida top model de los 90 hasta que conoció a su marido y el matrimonio decidió construir su familia alejada del ajetreo. Primero, en los Dolomitas. Después, en Como, donde viven actualmente
—¿Cómo definirías tu arte?
—Yo nunca planifico nada de lo que hago. No trabajo por ganar dinero. Mi arte es mi droga. En todas mis casas, me gusta estar rodeada de mis esculturas. Soy autodidacta. Quiero ser libre en mi arte. No quiero estar condicionada para crear. Cuando alguien ve mis piezas, de hasta siete metros, ni se imagina el trabajo que tienen detrás y las horas que les dedico. Cuando las ven desde lejos, son incapaces de descubrir los materiales de los que están hechas. Y cuando se aproximan, se quedan muy impactados y se emocionan.
—¿De dónde viene esta pasión?
—He pensado muchas veces en eso y he encontrado varias respuestas en mi pasado. Mi sólido interés por el reciclaje proviene de mis orígenes en el Südtirol. Aquí está mi ADN: mis fuertes lazos con la naturaleza explican mi amor por la flora y la fauna. Pero aquí también he vuelto a redescubrir el reciclaje. Nací y crecí en una familia muy sencilla donde nada se desperdiciaba y a la que estoy muy agradecida. Tenía una hermana mayor, así que, obviamente, heredaba de ella su ropa; mi madre, solo en ocasiones muy especiales, nos compraba ropa nueva. Ella misma cosía la ropa a mano para nosotras. Por ejemplo, recuerdo esos maravillosos jerséis que aún aprecio hoy, ¡de hecho, incluso más que entonces! Ya en aquellos tiempos, nuestro estilo de vida rechazaba de plano la filosofía del consumo rápido de hoy en día. Gracias a la enseñanza de mi madre, he logrado convertir esta actitud de ahorro en un trabajo agradable que me da un propósito en la vida y la llena de alegría. Y también es terapéutico mentalmente. Hay quien se somete a psicoanálisis, otros hacen yoga. Yo creo y consolido mis vínculos con mis raíces profundas.
—¿Cómo recuerdas tus años como modelo?
—Los recuerdo como viajes interminables que abrieron nuevos horizontes para mi mente y mi corazón. Aquellos años me enseñaron a ser flexible y dinámica. Experimentar el mundo abrió mis ojos. Me enseñó a aceptar lo que es diferente a mí y a recibirlo con completo respeto. Y aprendí que el mundo está compuesto por infinitos matices.
—¿Cómo os conocisteis tú y tu marido?
—Enzo y yo nos conocimos en Milán. En mi época de modelo, en una fiesta privada en una casa, me pareció guapo, inteligente e increíble. Me hizo reír mucho, enseguida todo fluyó de una manera muy simple y bonita. Al tiempo, nació mi hija, Greta. Decidí que era el momento para dejar la moda y nuestra frenética vida en Milán. Primero, vivimos pocos meses en los Dolomitas para, después, asentarnos en Como, que era el lugar perfecto para la familia.
Para la escultora, el arte es "terapéutico": "Hay quien se somete a psicoanálisis, otros hacen yoga. Yo creo y consolido mis vínculos con mis raíces profundas"
—Vives en un lugar privilegiado. ¿Cómo es el día a día aquí?
—He pasado la mitad de mi vida aquí, 28 años hace ya. Al ser un sitio tan turístico, los inviernos, en cambio, son mucho más tranquilos. Para mis esculturas es ¡perfecto! De abril a octubre, todo cambia. Famosos, bodas... A nosotros también nos encanta viajar. Estamos a hora y media de Milán y al lado de Suiza. Si queremos cambiar de aires o vivir el ritmo frenético de una metrópoli, también podemos.
—¿Recibís a amigos en casa?
—Sí, nos encanta. Recibimos con mucha frecuencia. Organizamos cenas, veladas en la piscina, barbacoas... Al no tener vecinos, la intimidad es absoluta.
La casita del embarcadero es el 'museo' particular de Vincenzo, marido de Erika, quien también es coleccionista de arte. Aquí, la familia cuenta con un atraque suficiente para barco e hidroavión y una playa privada
—¿Tus hijos han heredado tu vena artística?
—Desafortunadamente, no. Han nacido en una época distinta, tienen otros intereses y... no les atrae crear con sus manos. Pero están muy orgullosos de mí y yo les entiendo, necesitas mucha paciencia para esto y dedicarle infinitas horas...
—¿Sin qué objeto decorativo no podrías vivir?
—Sin mis obras de arte. No puedo evitar cogerles cariño. Desde el mismo momento en el que recojo y recopilo lo que la gente ha desechado, le doy una nueva vida. Desde ese momento, ya están a salvo conmigo.