Para cualquier mujer amante del arte, convertirse en una prestigiosa coleccionista es más que un logro. Si a ello se le añade tener una parte de su colección privada, unas 300 piezas, en su propio banco, ya es “el no va más”.
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Y sin embargo, Suzanne Syz sintió que aún podía llegar más lejos. A medio camino en su andadura, su espíritu creativo la impulsó a diseñar joyas de lujo , y cuando ya había conseguido una clientela mundial, en ningún momento se paró a descansar. No, se enfrentó a un nuevo reto.
Ese reto se llama La Fattoria Di Caspri, unos viñedos centenarios, rodeados de una casa milenaria en la que en su momento “reinó” un fantasma poco amistoso. Todo ello en la Toscana, en una Italia en la que a veces las cosas no funcionan como deberían y, sin embargo, para alguien con la capacidad de trabajo y la entrega a nuevas ilusiones, esos obstáculos son solo un guijarro en el camino. “El arte, las joyas, los vinos —afirma Suzanne— son todos proyectos creativos. Tengo una mente activa y necesito continuamente nuevos retos. Como, además, siempre pienso que las cosas van a salir bien, me lanzo a emprender estas aventuras”.
La casa principal de la propiedad, que tiene 70 hectáreas y varias edificaciones, fue construida por Casperio Eliano, general de la Guardia Pretoriana del Emperador Domiciano, en el año 80, aproximadamente
Ya el arte estaba presente en su infancia. Su padre, abogado, era un brillante acuarelista y coleccionaba antigüedades. Pero, para esta suiza nacida en Zúrich y educada en París, fue seguramente su estancia en Nueva York, recién casada con Eric Syz, la que ensanchó su mente.
“Eran los 80. Yo tenía 22 años y Nueva York suponía en ese momento —y para el arte contemporáneo— la ciudad en la que TODO ocurría. Conocí al gran Bruno Bischofberger, coleccionista, amigo, galerista y descubridor de Jean-Michel Basquiat, Andy Warhol, Julian Schnabel, Francesco Clemente, Jeff Koons, etcétera. Suizo como yo, es un indiscutible experto que amablemente me abrió los ojos y me hizo conocer y vivir el gran momento histórico que fueron aquellos años. También traté a la galerista italiana Annina Nosei, que organizó el primer ‘show’ de Jean-Michel Basquiat, en el sótano de su galería, cuando aún él pintaba grafitis en el metro. Yo ayudaba a colgar los cuadros”.
Para los amantes del arte contemporáneo, Andy Warhol y los artistas a los que se refiere Suzanne, además de otros como Keith Haring, fue aquel un momento histórico en el que coinciden en el tiempo. Los precios de sus obras hoy son estratosféricos. Basquiat, por ejemplo, que en aquella primera exposición las vendía a unos sobrevalorados 2.500 dólares, hoy, si una de ellas aparece en las grandes casas de subastas, no baja de 70.000 dólares.
Su colección de arte contemporáneo, que se encuentra expuesta en la sede de su banco privado en Ginebra, tiene unas 1.000 obras que hace rotar y también presta a otros museos
“De Jean-Michel fui especialmente amiga y me gustaba ir a su atelier y observar cómo mezclaba las pinturas. Estoy convencida de que el sentido del color que desarrollé posteriormente tiene su origen en aquellas sesiones en las que yo contemplaba con admiración su trabajo”. Pero Suzanne no se contentó con mirar. Su marido le prometió un retrato de Warhol como regalo tras el nacimiento de Marc, su primogénito. Fue a The Factory (su estudio) con el bebé. Les hicieron la correspondiente polaroid y al mes la llamaron para que fuera a recoger su cuadro.
“Allí estaba Andy Warhol y también mi cuadro. Lo vi y me quedé en ‘shock’. ‘¿Que pasa?’, preguntó. Contesté tímidamente: ‘Es muy bonito, pero no soy yo. Tengo el gesto serio y los labios apretados. Yo soy una persona alegre y no me gustaría que mi hijo me recordara así’. ‘¿Como te gustaría?’, dijo el. Y me atreví: ‘Pues con una sonrisa’. ‘OK’, afirmó y dio por concluida la entrevista”.
Antes de comercializar sus joyas, estando en una cena, Elizabeth Taylor se le acercó y quiso comprar el espectacular collar que llevaba. Al día siguiente pasó a formar parte de la colección de la actriz. “Creo que fue Michael Jackson quien pagó la factura”, recuerda Suzanne
¿Cuestionar al propio Warhol? ¿Cuando estaba en la cúspide de su carrera? Ya era mundialmente famoso y aquellos retratos que él hacía costaban 20.000 dólares, que era mucho dinero entonces, y más en francos suizos. Suzanne se dio cuenta demasiado tarde de sus palabras y regresó a casa cabizbaja.
“Un tiempo después me volvieron a llamar. Como vivía muy cerca, me acerqué corriendo, nerviosa. Pensaba: ‘Si no me gusta, ¿qué hago?’. Ante mí estaban tres cuadros apoyados en la pared. ‘¿Qué te parecen?’, preguntó Andy. ‘Que son fantásticos, que me encantan y no sé por cuál decidirme’, respondí. Entonces él añadió: ‘Has sido la única persona que se ha atrevido a decirme lo que piensa, así que he decidido venderte los tres por el precio de uno’. ¡Ufff! Creo que, en lugar de enfadarse, le hizo gracia que fuera tan sincera”.
Y Suzanne se llevó los tres. Unos años más tarde, cuando quiso hacer un nuevo retrato con su segundo hijo, Nicolas, ya era demasiado tarde. Andy Warhol había muerto en el hospital a consecuencia de una operación de vesícula. Hoy, los cuadros se encuentran uno en casa de Suzanne, otro en casa de Marc y el tercero en casa de Nicolas. ¡Tres Warhol por el precio de uno!
“Regresamos a Ginebra y mi exmarido, con otros dos socios, fundó el banco privado Banque Syz. Más tarde, cuando sus ‘partners’ dejaron la empresa, yo me convertí en el otro socio mayoritario. En los últimos años, desde que Eric abandonó la presidencia, pertenezco, además, al consejo de administración y me lo tomo muy en serio. Hago preguntas inquisitivas que nadie hace, porque creo que es mi deber para con los accionistas, porque estoy protegiendo el futuro de mis hijos, pues ambos trabajan en la empresa en cargos ejecutivos. Y porque se trata de una empresa familiar”.
Al volver a casa después de la excitación de Nueva York, Suzanne ejerció de mamá a tiempo completo, y cuando los chicos crecieron en edad e independencia, se dio cuenta de que se aburría. No le apetecía hacer las mismas cosas que otras señoras de su entorno. Siempre le había gustado dibujar. También le habían gustado siempre las joyas, pero no esas que venden las grandes marcas, todas prácticamente iguales y la mayoría de pequeño tamaño, así que decidió diseñar lo que le apetecía lucir.
“Como perfeccionista que soy, me puse a estudiar gemología y técnicas de joyería hasta que me sentí segura para crear mi propia marca. Conseguí que un prestigioso taller en Suiza accediera a dar vida a mis ideas y empecé. Al principio, en esta profesión (lo mismo que en el arte) predominan los hombres, que me miraban con aire de superioridad… ‘Otra de esas señoras ricas que se aburre y se entretiene diseñando joyas’, decían a mis espaldas. Cada vez que les presentaba un diseño un poco complicado contestaban con un ‘eso no se puede hacer’ y yo respondía que sí y les mostraba: ‘Se hace así y así’. Sorprendidos, asentían porque se daban cuenta de que yo sabía de lo que hablaba. Con el tiempo, poco a poco, fui ganando su respeto. De esto hace ya 25 años”.
“Cuando decidí recuperar los viñedos, eliminamos los pesticidas y producimos biodinámicamente en armonía con su hábitat, de manera natural y sin sulfitos”
En aquellos primeros tiempos de experimentación, básicamente diseñaba para ella misma y ocurrió que, en un viaje a Los Ángeles, en una cena de amigos, se encontraba sentada al otro lado de la mesa, frente a frente, Elizabeth Taylor. Suzanne lucía un espectacular collar. Miss Taylor no le quitaba los ojos de encima.
“Ella me observaba tan insistentemente que empecé a preguntarme si habría algo raro en mí. A los postres, se me acercó: ‘Perdone mi atrevimiento, pero su collar me tiene atónita’. ‘Gracias, es un diseño mío, acabo de terminarlo justo antes de este viaje’, respondí. ‘¿Puedo comprarlo? ¿Cuánto cuesta?’, preguntó. ‘Déjeme consultarlo’, contesté, ya que no tenía ni idea del precio final. Literalmente, había sido acabado cuando casi cerraba las maletas. Al día siguiente, llamé a Mendelson, su secretario, y nos pusimos de acuerdo. Fui a su bungaló. Me hizo esperar tres horas en la antesala de su dormitorio, rodeada de sus fotos en sus películas, y por fin apareció. Esplendorosa, peinada y maquillada, luciendo un hermoso caftán. Le entregué el collar. Se lo probó, sonrió emocionada y me dio las gracias efusivamente. ¡Aquel collar de turquesas y perlas con un bonito zafiro rosa fue mi primera venta y Elizabeth Taylor mi primera clienta! Por cierto, creo que Michael Jackson fue quien pagó la factura”.
Pronto fue “descubierta” por Viviane de Witt, que la “obligó” a abrir su talento al mundo profesionalmente. Sus creaciones siempre han sido para mujeres que aprecian las cosas bien hechas y originales y no les gusta ser esclavas de una marca o un logo.
“Es el lujo discreto. A lo mejor una sortija tiene unos diamantes maravillosos, pero están medio ocultos y no son ostentosos. Fui una de las primeras en utilizar titanio (estaba cansada del tradicional oro y platino) y más tarde el aluminio. Mis diseños tienen presencia, uso piedras de gran tamaño, de alegres colores y formas inusuales en la alta joyería. Modelos exclusivos para que mis amigas-clientas se sientan únicas. Todo realizado con pasión y de la mejor calidad… en Ginebra”.
Y cuando ya tenía una reputación como diseñadora, con el prestigio de incluir una de sus creaciones en la colección permanente del Museo de Artes Decorativas de París, decidió elaborar su pieza número 1.001 y dejarlo. Demasiados viajes de trabajo. Se marchó a su casa de la Toscana a descansar entre sus viñedos y entonces… llegó la COVID.
“De Jean-Michel (Basquiat) fui especialmente amiga y me gustaba ir a su atelier y observar cómo mezclaba las pinturas. Estoy convencida de que el sentido del color que desarrollé posteriormente tiene su origen en aquellas sesiones”
“Siempre me gustó esta zona de Italia y quería tener un lugar donde dejar a mis perros sueltos, libres y dar largos paseos con ellos. En 2006, encontré este gran terreno de 70 hectáreas con unos viñedos medio muertos llenos de químicos y unas construcciones en ruina total. Es decir que no era chic y nadie lo quería”.
En pequeñas cantidades
Con una casa principal construida por Casperio Eliano, general de la Guardia Pretoriana del Emperador romano Domiciano, aproximadamente en el año 80 de nuestra era, siguiendo la tradición —de hace 2.000 años— de enviar “lejos” de Roma a los militares importantes… por si acaso… Otros edificios son del siglo XVIII y las viñas actuales “solo” tienen 50 años.
“Cuando decidí recuperar los viñedos, tuve la inmensa suerte de encontrar a Bertrand Habsiger, mánager de alto nivel en restaurantes de tres estrellas Michelin, sumiller y el alma y el gusto de este lugar. Nos encontramos en Ginebra en 2007. Le pregunté si le interesaría el reto. Contestó: ‘¿Por qué no?’. Y aquí está, liderando este nuevo —para mí— mundo. Eliminamos los pesticidas y producimos biodinámicamente en armonía con su hábitat, naturalmente y sin sulfitos. En pequeñas cantidades, unas 35.000 botellas al año”.
“El arte, las joyas, los vinos son todos proyectos creativos. Tengo una mente activa y necesito continuamente nuevos retos”
También, en las diez hectáreas de olivos, producen aceite que venden a exclusivos restaurantes y una salsa de tomate que sobrepasa cualquier expectativa. Han sido cuatro años y medio de trabajo —incluidos los edificios— con momentos complicados. Y sin embargo, como un visitante experto le dijo en una ocasión con abierta admiración a su trabajo: “Usted no encontró esta casa. Esta casa la encontró a usted”.
Ciertamente, el lugar, y no solo la casa, necesitaba a alguien como Suzanne para que lo resucitara. Lo mismo que sus clientas, que ansiaban renovar su joyero. Necesitaban que Suzanne regresara y se lo dijeron abiertamente. Así que en febrero del pasado año volvió a diseñar joyas. “Sentía que me hacía falta. Cuando uno tiene la pasión por la creación, es imposible ignorarla. Lo mismo que por el coleccionismo, es imposible dejar de comprar. A veces, un poco por encima del presupuesto, pero… esta es otra historia”.