Eléonore de Boysson y Jean-Ghislain Lepic se encontraron —casi adolescentes— un comienzo de año. Vivieron una deliciosa historia de amor que duró hasta la llegada de las vacaciones de verano. Siguiendo cada cual a su familia, se separaron. Y con la misma facilidad con la que había surgido, la relación… se diluyó.
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Volvieron a verse años después, ambos casados, cada uno con sus respectivas familias, de forma casual, en Londres. Apenas un “hola, ¿qué tal?”, y de nuevo sus caminos se separaron. Hasta que, 20 años más tarde, una amiga común decidió organizar una cena en su casa para diez amigos y amigas solteros.
Levantado en 1180, el Château de Louÿe lleva en la familia de Jean-Ghislain Lepic desde 1882, cuando lo adquirió su antepasado Charles Edouard de Viel-Castel
Por fin, en el otoño de 2005, en el momento perfecto para la relación perfecta, se reencontraron y nació entre ellos el verdadero amor. Forman una familia que los franceses llaman recomposée , que significa algo así como reconstituida, pero que en realidad se aplica a una familia de espíritu progresivo. Éléonore es madre de Achille y Theodore, con su primer marido, y de Evangéline y Axel, con el segundo. Jean-Ghislain, de Adrien y Clémence, de su anterior matrimonio. Se casaron y juntos tuvieron a la “pequeña” Hortense (como la Reina Hortense, hija de Josefina, la esposa de Napoleón I, madre de Napoleón III), que nació en 2008. Tienen, además, el Château de Louÿe, un edificio de más de 800 años, que es la otra gran aventura que están viviendo juntos y el protagonista de esta historia. En el “salón de los ciervos”, rodeados de los antepasados de Jean-Ghislain y sus amigos de siglos anteriores, que aún “viven” en el ambiente, el matrimonio desgrana su pasado, mirando con esperanza al futuro.
“Para muchas familias —comienza Jean-Ghislain—, el confinamiento ha sido espantoso, y, sin embargo, para otros, una bendición. Para nosotros y nuestros hijos fue una especie de estado de gracia. Llegamos aquí en marzo, cuando la naturaleza comienza a despertarse, los días se van alargando y todo evoluciona a tu alrededor, crece, se desarrolla… revive. Fue entonces cuando las dudas que teníamos de abandonar el castillo se disiparon. Sentimos que no solo era nuestra obligación, sino que además era un desafío excitante salvarlo”.
JEAN-GHISLAIN: “Mi antepasado Hugues Maret, duque de Bassano, fue secretario de Estado y ministro de Asuntos Exteriores de Napoleón I; su hijo, Napoleón Maret, fue gran chambelán de Napoleón III”
Jean-Ghislain Lepic, conde Lepic, es el heredero del castillo de Louÿe. Aunque nació como fortaleza en 1180 para que Ricardo Corazón de León se protegiera de sus enemigos, en realidad lleva en su familia “solo” desde 1882, cuando su antepasado Charles Edouard de Viel-Castel lo compró.
“Louis-Jean y Marie-France —continúa Éléonore— los padres de Jean-Ghislain, que vivían en la propiedad desde hacía 30 años, eran extremadamente acogedores. Como yo trabajaba mucho y viajaba todavía más, estaba encantada de pasar aquí el mayor tiempo posible con los niños. Claro, entonces no era consciente del increíble trabajo y dedicación que supone ser la anfitriona de Louÿe… ¡hasta que ahora me ha tocado a mí! Desgraciadamente, mi suegra se nos fue en 2011 y, aunque Jean-Ghislain ayudó mucho a su padre, lo cierto es que el castillo poco a poco se fue quedando dormido y eso le producía una gran tristeza, porque tenía y tiene un vínculo muy fuerte con este lugar”.
El castillo fue pasando por distintas generaciones hasta que acabó en manos de los padres de Jean-Ghislain. Vivieron felices en él más de 30 años: “Eran extremadamente acogedores —recuerda Eléonore— y pasábamos aquí muy buenos momentos en familia”
Durante el confinamiento, una de las preguntas que el matrimonio se hizo era si verdaderamente merecía la pena el esfuerzo. Si tenían “derecho” a dejar morir en su generación este gran patrimonio familiar lleno de momentos y mementos históricos. Y como la vida es así de interesante, comprendieron que ambos estaban más que capacitados para el “rescate”. Eléonore, una de las ejecutivas más importantes del mundo, primero fue responsable del desarrollo de Disneyland Paris y luego, el cerebro ejecutor de la expansión mundial de las tiendas de Louis Vuitton, de 1999 a 2013 Y por fin, en últimos diez años, presidenta del conglomerado DFS (del grupo LVMH) para Europa y Oriente Medio, al que pertenece el emblemático gran almacén parisino La Samaritaine. Su labor expandiendo, desarrollando y ayudando al reconocimiento del buen hacer francés ha sido reconocido por el Presidente Macron, el pasado febrero, otorgándole la Legión de Honor. Jean-Ghislain, que procede de la gran banca, es hoy presidente y fundador de su propia empresa, Infra Gestión, que, entre otras cosas, aconseja al Gobierno francés y a otros Gobiernos en infraestructura financiera. Con semejantes currículums… ¿cómo no iban a poder con un castillo?
“Con la muerte de mi suegra, en 2011, y aunque Jean-Ghislain ayudó mucho a su padre, lo cierto es que el castillo poco a poco se fue quedando dormido”
“Nos dijimos —añade Jean-Ghislain—: “Tenemos la energía, la visión empresarial y la obligación moral con nuestros antepasados y con nuestros hijos de seguir adelante”. Lo primero fue empezar, poco a poco, con la reconstrucción. Como estamos rodeados de 300 hectáreas de bosques que nos pertenecen, ¿por qué no utilizar nuestra propia madera en la restauración? Compramos los aparatos técnicos que hacían falta y creamos una carpintería profesional en los confines del castillo. Reproducimos ventanas, puertas, muebles y pensamos incluso en el futuro, cuando (¡ojalá!) ya no haya nada que restaurar, vender muebles que diseñaremos nosotros”.
“Me emociona pensar que, hace un año, toda la parte este del primer piso estaba en muy mal estado y, ahora, son unos dormitorios acogedores para nuestros hijos y nuestros amigos”
No se trata solo de restaurar objetos, sino de restaurar vidas. En los pueblos colindantes, los jóvenes, sin trabajo, abandonan su hogar de siempre por un incierto mejor futuro en la gran ciudad. “Pero —opina el matrimonio— el castillo y las posibilidades que estamos desarrollando, fomentando el aprendizaje y creando empleo para cualquier edad, debería ayudar a mejorar la economía local”.
En definitiva, si les dan la oportunidad de ganar dinero con algo creativo, con algo de lo que se sientan orgullosos, quizás no se marchen, o eso es lo que piensa el Gobierno francés, que está muy interesado en emprendimientos de este tipo.
“No somos ni queremos ser los clásicos dueños de castillos que se asocian a una idea arcaica. Somos un matrimonio trabajador reformando su casa familiar. Grande. Histórica. Sí, pero una casa familiar”
“Es lo que pretendemos —prosigue Éléonore—. Nuestro jefe de taller, Hugo, ya tiene aprendices que le están acompañando en el camino. Los jardineros también, y de vez en cuando —como se está corriendo la voz por los alrededores— aparece algún joven “que viene a ver qué ocurre por aquí”. Confiamos que a lo mejor les guste y esto sea solo el principio de un gran proyecto”.
La emperatriz Eugenia de Montijo —esposa de Napoleón III y hermana de la XV duquesa de Alba— tenía como dama de honor a una antepasada del conde Lepic, la duquesa Pauline de Bassano, que aparece junto a ella en el famoso cuadro de Winterhalter
Jean-Ghislain es el perfecto propietario-emprendedor. Cercano, atento a las historias personales de los trabajadores del lugar, incansable en su día a día, con un cerebro burbujeante de nuevos proyectos y un amor y una ilusión por Louÿe que enorgullecerían a sus antepasados. No cree en los fantasmas, pero sí en las energías de los que aquí estuvieron. Y es que abres un cajón y te encuentras una foto, una carta, un mechón de pelo… ¿de la emperatriz Eugenia de Montijo?, ¿de su esposo, Napoleón III?, ¿o quizás del propio Napoleón I?
“Todos ellos estuvieron muy próximos a mi familia —rememora Jean-Ghislain—. Mi antepasado Hugues Maret, duque de Bassano, fue secretario de Estado y ministro de Asuntos Exteriores de Napoleón I y siguió siéndole fiel hasta el final. Su hijo, Napoleón Maret, duque de Bassano, fue gran chambelán de Napoleón III, y su esposa, Pauline van der Linden d’Hooghvost, una de las damas de compañía de la emperatriz Eugenia”.
Por cierto, una mujer muy hermosa, como se puede observar en el famoso cuatro de Franz Xaver Winterhalter, realizado en 1855, que representa a la emperatriz, en su palacio de Compiègne, rodeada de sus damas de compañía. La duquesa de Bassano es la que se encuentra a su izquierda. Según cuenta la historia, Eugenia de Montijo se sentía tan segura de su belleza que le gustaba rodearse de damas agraciadas y elegantemente vestidas, una de sus múltiples ideas geniales que hicieron de Francia un gran país en la segunda mitad del XIX.
“Como estamos rodeados de 300 hectáreas de bosques, ¿por qué no utilizar nuestra propia madera en la restauración? Creamos una carpintería profesional en los confines del castillo”
“Cuando, tras la guerra con Prusia —continúa Jean-Ghislain—, Napoleón III y la emperatriz Eugenia tuvieron que exiliarse, y lo hicieron a Inglaterra, amparados por la reina Victoria, que quería mucho a Eugenia, mi antepasado el duque de Bassano se fue con ellos. Admirables estos ancestros míos por su fidelidad a dos emperadores en sus momentos más difíciles. Incluso el duque de Bassano tuvo el triste deber de informar a la emperatriz de la muerte de su único hijo, el príncipe imperial, en el campo de batalla contra los zulús”.
Y en su periplo por Sudáfrica para rezar por su memoria en el mismo lugar donde su hijo había sido abatido, Eugenia de Montijo estuvo acompañada por su apreciado duque de Bassano. Todos estos momentos históricos pesan, sin duda, en los trabajos hercúleos del matrimonio.
“Preservar Louÿe es un maravilloso desafío que no ha hecho más que empezar”, afirman sus dueños
No importa que sus profesiones sean extraordinariamente absorbentes. Son incansables, y si te descuidas, los descubres trasladando un pesado sillón “porque queda mejor en este otro sitio”.
“No somos ni queremos ser —se explica Eléonore— los típicos clásicos dueños de castillos que se asocian a una idea arcaica. Somos un matrimonio trabajador reformando su casa familiar. Grande. Histórica. Sí, pero una casa familiar. Y en consecuencia la acomodamos, añadiendo detalles de nuestra época. Unas buenas cortinas, un sofá cómodo, un edredón acogedor... Tenemos la suerte de contar con la ayuda de la Maison Braquenié, que es una centenaria manufactura textil real de gran prestigio, al gusto de Napoleón III, muy de moda durante su reinado, en lo que se conoce como Segundo Imperio, y que hoy pertenece al grupo Pierre Frey. Como la historia tiende a repetirse, ya la madre de Jean-Ghislain utilizó estos mismos tejidos —hace 30 años, cuando renovó el ala norte—. Me emociona pensar que, hace un año, toda la parte este del primer piso estaba en muy mal estado y, ahora, son unos dormitorios acogedores para nuestros hijos y nuestros amigos”.
La energía positiva que desprende esta casa es fruto de las vivencias de mucha gente ancladas en sus muros centenarios. Su propietario ha aceptado su misión: “Luchamos por la continuidad. No somos sus propietarios, sino los gestores, los conservadores de la historia ligada a Louÿe. Un maravilloso desafío que no ha hecho más que empezar”.