En Le Zoute, la exclusiva zona del norte de Bélgica donde las elegantes pero discretas grandes familias belgas veranean, se encontraba, hace unos siete años, una casa medio derruida. Rodeada de un gran terreno que moría de viejo y descuidado, mantenía su antigua dignidad gracias a algunos majestuosos arboles centenarios. Hasta que, un día, como un hada madrina de cuento, llegó Caroline van Thillo y la rescató. Nadie diría que este majestuoso bosque y esta acogedora mansión, en la que hoy estamos, surgió de aquel triste abandono.
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“Cuando la visitamos por primera vez, aún vivían en ella los antiguos propietarios, que la habían construido en los años 50 —recuerda Caroline, rodeando con la mirada la estancia, sentada en su sofá color caramelo—. Hacía al menos 40 años que no la habían tocado. La encontré fantástica y, sobre todo, me gustó que estuviera en tan mal estado porque me daba la oportunidad de renovarla completamente . Me siento en ella en ‘mi’ casa porque es un lugar acogedor, de colores vivos, en el que pasamos muy buenos momentos en familia y con amigos. Es un hogar abierto que nos gusta compartir con gente amable de cualquier edad”.
“Cuando encontramos la casa estaba en muy mal estado —los antiguos dueños no habían hecho nada en 40 años—. Me ilusionó la idea de reformarla completamente”
Caroline adora esta zona junto al mar, que siempre ha estado asociada a sus más antiguos recuerdos. Su familia tiene aquí una casa y a su padre le gustaba jugar al golf cuando el tiempo lo permitía. De mayores, todos los hermanos acabaron comprando su propiedad. A ellos se unieron los primos y, luego, los amigos, hasta que la ciudad acabo pareciéndose mucho a un club privado donde todos se conocen. “Ahora, se está ampliado a nuevas generaciones, comenzando con nuestros hijos. Morgane, mi primogénita, que se casó hace un año y que siempre ha estado unida a estas tierras, acaba de heredar nuestra antigua casita para, así, tener su independencia, pero viene casi todos los días a vernos. Mi hermana y yo paseamos juntas en bicicleta. Los primos salen a cenar juntos y todos reverenciamos a mi madre, que es el corazón de la familia: una ‘mater familias’ muy dulce, una mamá nada exigente y la columna que nos mantiene a todos unidos… Especialmente, desde que mi papá murió, el diciembre pasado”.
Su “papá”, como le llama cariñosamente, era Ludo van Thillo, el presidente del holding DPG Media Group, una empresa de comunicación con televisión, radio, periódicos, revistas, servicios online y telecomunicaciones. Es el mayor grupo belga y también tiene una gran presencia en los Países Bajos y Dinamarca. Su hermano Christian ha sido, hasta hace poco, el CEO y ahora, en su posición de presidente ejecutivo, se ocupa de la estrategia de la expansión del grupo.
Caroline pertenece a una familia muy influyente en Bélgica. Actualmente, ejerce como consultora de Edouard Vermeulen, diseñador de cabecera de las Reinas Máxima y Matilde
“Yo nunca estudié Comunicación, sino que preferí Historia del Arte y, luego, durante un tiempo, me interesó mucho la decoración e, incluso, tuve —hace más de 15 años— una tiendecita donde vendía muebles ‘vintage’, un estilo que, en aquel momento, no estaba de moda en Bélgica”.
Este gusto por la tendencia, que predominó a partir de mediados del siglo pasado, se puede apreciar en las distintas estancias de esta casa, que Caroline tuvo el placer de decorar. Pero también le interesa la moda. Uno de sus vecinos es Edouard Vermeulen, dueño y diseñador de Natan Couture, la casa de modas de prêt-à-porter y alta costura que viste a la Familia Real de los belgas y a Máxima de Holanda, entre otras personalidades. Edouard y Caroline son íntimos y se conocen desde que eran niños.
“Al llegar, solo se mantenían vivos varios árboles centenarios”, cuenta nuestra anfitriona. Hoy la casa está rodeada de naturaleza, con arroyos y rincones que parecen salidos de una fábula, como su puente de madera
“Nuestros padres eran muy amigos. Cuando se casó mi hermana, que es doce años mayor, yo tenía catorce y lucí mi primer Natan Couture, un vestido de tafetán rosa. Era fabuloso. Por cierto, aún lo conservo. El resto de la familia también llevaba creaciones de Edouard, en amarillo y colores pastel. Mi mamá, que fue una de sus primeras clientas, lo llevaba en verde agua”.
Ocurrió que, ya de adultos, Edouard le sugirió: “¿Por qué no trabajamos juntos?”. La frase se la repetía de vez en cuando en comidas y cenas de familia hasta que, por fin, hace unos diez años, lo hicieron oficial. Caroline se convirtió en consultora. “Siempre digo que tengo un trabajo de lujo. Y añado: con un ‘amigo del corazón’ rodeada de su equipo, que son amigos entre ellos, no solo compañeros, y en el que siempre hay una energía positiva. Básicamente, lo que hago es probarme los prototipos de sus diseños y dar mi opinión. Muchos estilistas, antes de producir, estudian sus modelos sobre jovencísimas maniquíes de medidas imposibles. En mi caso, con mis 52 años, estamos más cerca de la realidad. Digo lo que siento. Opino sobre si, a lo mejor, la manga debería ser algo mas larga —el famoso problema de las mujeres con los brazos a partir de una edad— y muestro qué accesorios le pondría yo. Edouard y su equipo me escuchan y luego él, por supuesto, toma la decisión final”.
Este input a su forma de trabajar demuestra el sentido práctico del diseñador, que tiene bien firmes sus pies en la tierra. Si un modelo no es fácil de llevar, es difícil de vender, porque, cada vez más, la mujer de hoy no quiere ir disfrazada. También demuestra lo original que es Caroline y cómo puede dar opiniones. Pero, en realidad, lo que le mueve el corazón es su trabajo como presidenta de su fundación.
“Traducido significaría algo así como ‘Bienestar Infantil’, que es a lo que dedico mi tiempo: a mejorar, en la medida de lo posible, las vidas de los niños. Aunque yo llevo con ello unos diez años, la institución fue creada hace más de cien. Pertenece al holding familiar al que llegó tras adquirir una imprenta. Los antiguos dueños habían sido sus fundadores. Estudiamos las posibilidades y decidimos que era viable continuar con ella. Básicamente, financiamos proyectos que otras 35 pequeñas fundaciones nos proponen para que les ayudemos. Nuestro dinero nunca irá a parar a la gestión o administración, sino, directamente, a los niños desde 0 a 21 años. La idea es mejorar sus vidas. Así, por ejemplo, les compramos bicicletas para que puedan ir más fácilmente al colegio. O libros. Incluso, durante la pandemia, les regalamos tablets para que no se sintieran tan solos”.
Caroline es la presidenta de la Fundación Bienestar Infantil, una organización dirigida a mejorar la calidad de vida de los niños, desde conseguir bicicletas para ir al colegio hasta regalarles unas vacaciones
Vida familiar
También, cada año, consiguen que mil niños se vayan de vacaciones. A Caroline le apasiona lo que hace porque no solo adora a los niños, sino que, además, encuentra la labor de los voluntarios formidable. “Mi hija Morgane también está con nosotros en la directiva y ¡me encanta! Estudió Comunicación en la Universidad de Amberes y, luego, un máster, y otro más, en Londres, en la Escuela de Economía. Es vegana, como yo, y, cuando estaba allí, me llamaba muy animada: ‘Mamá, esto es estupendo. Hay aquí restaurantes veganos maravillosos’”. “Regresó llena de ideas y, con su mejor amiga —que había estudiado Diseño y que se ocupó de la parte visual—, escribió su primer libro de recetas veganas. Ya lleva tres”. “Luego —prosigue Caroline—, se animó a montar una empresa de ‘art de la table’. Ella lo ha vivido en casa y yo, a su vez, en casa de mi madre, y así sucesivamente, remontándonos a generaciones atrás. Nos apasiona. Es más, creemos que una comida necesita una buena presentación, así que un buen mantel, una vajilla especial y todo lo demás son fundamentales. Total, que Morgane, dando un paso más adelante, decidió fabricar en Italia sus propios diseños: platos, vasos, jarras, manteles, cubertería... para su marca Ceremony Tableware”.
Morgane, hija de Caroline, ha montado su propia empresa de ‘art de la table’: “Ha heredado de la familia su gusto por una mesa bien puesta”
Caroline tiene, además, otros dos hijos. Joséphine, de 18 años, que estudia Economía en la universidad en Ámsterdam, y Lucien, de 16, que todavía va al colegio y aún le quedan dos años para terminar, por lo que es el último que aún vive en casa. Ambos hermanos y varios de sus primos han decidido recientemente crear su propia fundación. “Están todavía dándole forma, pero será una fundación familiar. Como a muchos jóvenes de hoy, les interesa la salud, tanto mental como física, y, en principio, ese será el sector al que vaya dirigida. Siempre he pensado que, cuando se tiene suerte en la vida, como nos ocurre a nosotros, debemos devolverlo a la sociedad de alguna forma. ¿Por qué? Simplemente, porque sí. Porque hay que hacerlo. Hay mucha carencias en este mundo y mucha gente necesitada. Pensar en ellos y ayudarles lo aprendimos de nuestros padres. Nuestros hijos lo aprendieron de nosotros y, ahora, comienza a ser su momento de pasar a la acción”.
Caroline es madre de tres hijos: Morgane, ya casada; Joséphine, en la Universidad de Ámsterdam; y Lucien, el pequeño, que aún va al colegio y que vive con ella en Le Zoute