Isabella Borromeo es una de las mujeres italianas con más clase . Interesante, de gran educación y amabilidad y nunca predecible; con ella siempre hay algo que descubrir. Una mujer que ha viajado por todo el mundo. Amante de los desiertos, erudita, aficionada al folclore y a lo étnico… Una madre cariñosa y presente. Tiene amigos que la quieren en todos lados y su casa familiar en Roma es un reflejo de su gran encanto. Una casa importante, completamente pintada al fresco y que habla de Roma, con vistas, grabados, mármoles… La “gran belleza” ha sido siempre el leitmotiv que ha guiado la vida de su “abuela” Marta (Marzotto), a la que Isabella adoraba, con la que visitó los lugares más increíbles y con la que absorbió su gusto y su estilo únicos. Su padre, el conde Carlo Borromeo, es para ella el gran referente de su vida y, gracias a él, aprendió el valor de la familia, siendo un clan familiar siempre muy presente.
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Muy cerca de las murallas aurelianas de Via Veneto, la mítica calle de ‘La Dolce Vita’, de Fellini, el palacio atesora prodigios arquitectónicos como una escalera diseñada por Il Vignola.
La casa ha ido evolucionando a lo largo de los años a medida que han ido creciendo sus tres hijos. Una casa llena de alegría y de recuerdos.
“Poner estatuas en la entrada es una tradición de los palacios romanos, pero que a mí no me gusta especialmente. Para ‘exorcizarlas’, les pongo sombreros de paja y collares”, explica Isabella Borromeo
—Cuéntame todo sobre esta casa.
—Antiguamente, en el siglo XVI, era un pabellón de caza. Un palacio muy pequeño comparado con el que es hoy. En aquel momento, solo incluía la parte baja, sobre la que se asienta hoy el resto del palacio. La llamaban Grotta Pallotta y estaba inmersa en el bosque, no como ahora, que todo lo que tiene delante forma parte del gran parque de Villa Borghese. Era como un cobertizo justo al otro lado de las murallas de Via Veneto, que están a solo a cien metros de este palacio. Era una zona de caza. No creo siquiera que estuviera habitado, sino que era un lugar donde dejar el caballo, descansar y comer algo. Más tarde, el arquitecto Vignola construyó la escalera y se amplió la parte superior, donde hoy están los dormitorios. En definitiva, es un palacio familiar donde, desde que vivo en Roma, resido con mis hijos.
—Actualmente, ¿qué podemos ver en él?
—El salón está pintado al fresco con diferentes panorámicas de la Roma del siglo XVI. Hay uno de Villa Borghese tal y como era cuando se edificó este palacio. Un pintor amigo nuestro ha conseguido identificar esta y las demás vistas gracias a que es romano e historiador del arte. En los 20 años que llevo viviendo aquí, los frescos se han restaurado y solo se ha cambiado el escudo de armas. En cuanto al comedor, se rodea también de paisajes romanos, con las avenidas bordeadas de pinos marítimos, típicos de la región del Lacio y la baja Toscana.
Frescos y estatuas
—El mobiliario es muy importante, ¿quién decoró el palacio?
—El caballo de cobre verde está aquí desde antes de mi llegada. Se trata de una copia de los famosos caballos bizantinos de Venecia, que son cuatro, pero aquí solo tenemos uno. Cuando llegué a esta casa, ya había sido amueblada por un gran decorador de interiores de Roma, Tony Facella, con un gusto impecable pero un tanto anticuado. Así que, la remodelé y traje a Roma a Filippo Perego, interiorista de Milán —ya que soy milanesa y soy una enamorada de Milán— para que me ayudara. Con Filippo, mantuvimos el estilo original de Facella, pero aligerándolo. Especialmente, con las telas. Las telas son de damasco, algunas de algodón y chenilla, también sedas. Mantuvimos los jarrones chinos, las consolas de mármol, que reflejan el gusto romano por los mármoles imponentes, como los del Vaticano y las iglesias barrocas. Poner estatuas en la entrada es una tradición en los palacios de Roma, pero que a mí no me gusta especialmente. Para “exorcizarlas”, les pongo sombreros de paja y collares. Hay grabados preciosos. Siempre vistas romanas… Es, en síntesis, una casa muy romana, que tiene su encanto.
“Siempre me ha gustado la idea de ponerme cosas únicas. De no ser siempre igual. Me gusta añadir algo propio”, cuenta la aristócrata, que ama todo lo étnico y ha viajado por los cinco continentes
—Y tú has añadido hermosas piezas de tus muchos viajes…
—Sí, y muchos marcos y fotos de mis hijos, de mis viajes y de mis recuerdos. Me encanta coleccionar objetos cuando viajo.
La ‘nonna’ Marta
—¿Viajaste mucho con tu ‘abuela’ Marta?
—De hecho, hay grandes hallazgos en la casa de aquellos viajes. Y todo tipo de telas que compramos en infinidad de sitios. Viajamos por medio mundo… Hicimos toda China juntas, el desierto de Syan… En los mercados, llegamos a comer serpiente… La “abuela” me obligaba a probarlo todo y a ser una más. Creo que solo nos faltó ver el Desierto de Sal, porque visitamos todos los demás desiertos. Nos encantaban. Excepto el de la India, que lo hice por mi cuenta, juntas estuvimos en el de Libia, en el de Níger, Marruecos, Túnez… Egipto lo hice con papá. En fin, grandes viajes en busca de ciudades con historia, de las tiendas con lo más exótico y antiguo, del museo con lo más increíble y lo más extraño… Recuerdo que al Museo de Arte Islámico en El Cairo fuimos cuatro veces… Y siempre teníamos algo que traernos de vuelta: figuritas de Birmania, tableros de ajedrez de Egipto, telas bordadas con nats, que son apóstoles y ángeles de la cultura budista… Cafeteras, azucareros, teteras, cajas lacadas de China y cerámicas pintadas a mano. Cosas increíbles. Colchas hechas con viejos suzzanes que compré en Uzbekistán, ropa turca que me pongo de vez en cuando…Disfruto poniéndome esas cosas que nadie se pondría...
Una de las piezas más imponentes del palacio es una réplica de uno de los cuatro caballos bizantinos que custodian la fachada de la basílica de San Marcos de Venecia
—Siempre has tenido un toque étnico en tu forma de vestir…
—Siempre me ha gustado la idea de ponerme cosas únicas. De no ser siempre igual. Me gusta añadir algo propio.
—Con tu “abuela”, adquiriste una percepción muy sofisticada de la ropa étnica. Era una apasionada de las prendas especiales, ¿verdad?
—Ahora los mercados se han modernizado, pero yo sigo teniendo esa cosa de andar rápido y con ojo atento para encontrar esa pieza especial. Mis hijos lo están aprendiendo también: buscar algo diferente, original y lleno de contenido. Y este es el legado de la “abuela” Marta.
—En el dormitorio hay retratos de tus hijos…
—Sí, son ellos cuando tenían dos años y los fotografiamos a los tres juntos. Me da ternura, sobre todo ahora, que no están por aquí… Angera ya es mayor. Tiene 18 años. Ha decidido estudiar fuera y se ha ido a Nueva York. Está empezando a vivir y, poco a poco, se irá alejando. Estudia en la Parsons y es feliz. Mi otro hijo, Ludovico, ha empezado la boarding school en Inglaterra y, por suerte, vuelve cada tres semanas. Y el pequeño, Federico, está aquí conmigo, en Roma, y hace las cosas normales de un niño de once años.
—Tu padre ocupa un lugar muy importante en tu vida…
—Mi padre es un hombre maravilloso, bueno, de buen carácter… La típica personalidad que atrae, que tiene esa empatía, esa sonrisa, esa energía positiva que atrae a todo el mundo. Mi padre entra en una habitación e irradia luz. Como hija, te gustaría encontrar un hombre así en la vida, pero es difícil. Echo de menos a mi padre todos los días porque lo veo poco y me gustaría verlo mucho más. Mi madre, en cambio, es una mujer un poco más austera, más severa, de una educación un poco más espartana. Alemana.
El salón está pintado al fresco con diferentes panorámicas de Roma del siglo XVI. “En los 20 años que llevo viviendo aquí, las pinturas se han restaurado y solo se ha cambiado el escudo de armas”, señala Isabella
Milán y la familia
—Tus padres tuvieron una gran historia de amor. Tanto fue así que se casaron dos veces.
—Sí, increíblemente, en aquella etapa de sus vidas se encontraron de nuevo, decidieron continuar juntos y volvieron a casarse… Increíblemente romántico. A menudo, viven en el lago (Maggiore); otras veces, en el campo… Decidieron que vivir en la ciudad había dejado de ser divertido.
—Para ti, en cambio, siempre es agradable tener una casa en Milán, donde están tus orígenes...
—En Milán tengo a mis hermanos y a muchos sobrinos. Mi hermano está esperando un bebé. ¡Carlo va a tener cuatro hijos! Matilde ya tiene dos; Lavinia, tres; Beatrice, dos… y yo, tres… ¡Son catorce niños!
Isabella tiene tres hijos: Angera, de 18 años, ha comenzado sus estudios en la escuela Parsons, de Nueva York; Ludovico, de 15, está en Inglaterra, y Federico, de once, que aún vive en Roma con ella
—¿Cómo es formar parte de un clan con estas hermanas tuyas tan guapas, tan afortunadas en sus matrimonios y elecciones de vida? ¿Estáis muy unidas?
—Mucho. Hay mucho cariño. Y luego, con un padre tan hospitalario y acogedor, es más fácil que nos juntemos todas. Sobre todo, es genial cuando te tienes que enfrentar a la adversidad en la vida, porque estás menos sola, te sientes muy apoyada, te sientes mimada. Siempre hay alguien que tiene tiempo para ti.
—¿Habláis entre vosotras muy a menudo?
—Absolutamente. Y en los momentos más complicados que he pasado, mis hermanas han estado muy presentes. Sobre todo, ellas y mis hijos.
—¿Recibes mucho en casa?
—En esta casa siempre he recibido mucho. A veces, sin mucha alegría porque esta es una ciudad que requiere una cierta vida social, un continuo intercambio de favores, de cenas, reuniones de negocios, personajes que hay que presentar, un popurrí de gente que llega y que hay que mezclar. A menudo, esta casa también ha funcionado para este tipo de cosas. Ahora, sin embargo, es más una casa familiar. De mis hijos, de los amigos de mis hijos… Ellos son los que ahora comienzan a traer gente a casa… Y ahora también empiezo a entender a mi madre cuando se quejaba de que llegaran 20 personas y quisieran comer. Ellos traen mucha alegría a la casa, que ha evolucionado con nosotros.
—¿Y qué más te gusta hacer?
—De momento, soy puramente madre y me ocupo de cuidar a mis hijos. Nunca me aburro. Siempre estoy estudiando algo nuevo. Soy muy estudiosa. Siempre me verás con un libro en la mano… Y cuando mis hijos están fuera de Roma, me voy de viaje a ver amigos. Como siempre he estudiado fuera, ya sea en Inglaterra o en Francia, también he trabajado en América…, tengo amigos en todas las partes del mundo. Son parte fundamental de mi crecimiento espiritual y como persona, me apoyo mucho en ellos.