En pleno corazón de la campiña sevillana y al abrigo de la sierra, se encuentra Osuna, una localidad llena de encanto y rodeada de campos de cultivo, humedales y olivares donde hay una finca muy particular, ‘Venta la Romera’, que pertenece desde hace más de cien años a los Barroso, una conocida familia de la capital hispalense.
Este fabuloso y colorido cortijo cuenta con una cancha de polo, donde se han celebrado multitud de campeonatos y, en 1995, fue también declarada el mejor corredero de galgos por la Federación Andaluza. Además, aquí han hallado restos arqueológicos, algunos de los cuales datan de la época romana. En la actualidad, es una finca mixta de labor y olivar, habiéndose transformado en riego gran parte.
La cantante Consuelo Barroso nos abre las puertas de esta finca, propiedad de sus padres, Enrique Barroso de la Puerta y Pilar Recasens, acompañada por ellos; por sus hermanos, Piluca y Enrique, y sus hijos, sobrinos y cuñados, y nos descubre los rincones de este lugar tan especial, la historia de ‘Venta la Romera’ y nos habla de su pasión por la música y la medicina.
Consuelo Barroso, cantante y médico, nos recibe con sus padres, hermanos e hijos y nos muestra los rincones de esta famosa finca de Osuna, rodeada de olivos, que fue declarada el mejor corredero de galgos por la Federación Andaluza
La relación de Consuelo con la música empezó a sus diez años, cuando ingresó en el coro infantil de la Hermandad del Rocío de Triana. Más tarde, sus padres la enviaron a estudiar Fisioterapia a Madrid, ya que, aunque su ilusión desde pequeña era ser médico, no logró ingresar en la Facultad de Medicina, aunque años más tarde lo pudo solucionar.
Devoción por la música y amor por la medicina
Su inicio en el mundo de la música fue por casualidad. Durante una fiesta privada, donde estaba el empresario Pepe Barroso entre los invitados, él la escuchó cantar para sus amigos en común. En ese momento, Pepe, que era propietario de la discográfica Pep’s Records, se encandiló con su manera de cantar y transmitir a la gente y, al poco tiempo, la buscó e insistió para grabar su primer disco.
Su primer single fue Mi vida privada, uno de sus grandes éxitos, y su primer disco, llamado Ilusiones, se convirtió en disco de oro. Consuelo cuenta con un total de cinco discos en el mercado, cuatro de temas inéditos y otro recopilatorio.
“Cuando pasó a manos de mi familia, hace más de cien años, se convirtió en una hacienda de olivar donde se molturaban las aceitunas y se fabricaba aceite”, explica Consuelo
Cuando llegó la crisis en el mundo de la música, con la aparición de la piratería y de las plataformas digitales, decidió estudiar Enfermería y compaginarlo con la música. Acabó estos estudios siendo el mejor expediente de Sevilla y eso le abrió las puertas, por fin, de la Facultad de Medicina, a la que pudo acceder. Allí llegó tras su boda y embarazada de su primer hijo, llamado Enrique. Más tarde tuvo a sus mellizos, Consuelo y Gonzalo, cuando cursaba segundo y tercero de carrera. Finalmente, realizó el MIR como médico de familia y un máster de Medicina Estética, especialidad a la que se dedica plenamente en la Clínica Clever, en Sevilla, con consulta propia también en Madrid y en la Costa del Sol.
Hoy por hoy, continúa cantando en actuaciones muy seleccionadas, teatros y fiestas en las que, como nos comenta, se cuida mucho a los artistas y se aprecia la música, aunque ahora es más por devoción que por profesión.
“Aquí no paramos: damos paseos a caballo, organizamos partidos de polo, nos dedicamos a la siembra, a cuidar y recolectar verduras del huerto y también nos encargamos del jardín”
—Hola, Consuelo. ¿Cómo recibe esta finca el nombre de ‘Venta la Romera’?
—Ya en la Edad Media hay constancia de que era una venta, pues se encontraba en un cruce de caminos y en ella se producían los cambios de posta, de ahí su nombre. En el siglo XIX, se cuenta que el pueblo de Estepa, muy cerca de aquí, era cuna de bandoleros famosos y dicen que el bandolero Pernales solía aparecer por esta finca, buscando refugio para pasar la noche.
—¿A qué cultivo dedicáis la finca?
—Cuando esta finca pasa a manos de mi familia, hace más de cien años, la convertimos en una hacienda de olivar donde se molturaban las aceitunas propias y se fabricaba aceite de oliva. Eso ha estado ocurriendo hasta la generación anterior a la mía, ya que mi padre desmontó el molino de aceite y modificó la esencia de la finca en un cortijo de labor, donde se producía cereal, el cual se transformaba en harina en una fábrica familiar en Morón de la Frontera.
—¿Cuándo soléis venir por aquí?
—La finca está muy preparada para venir todo el año, ya que contamos tanto con chimeneas, que la hacen muy acogedora en invierno, como con la piscina, que nos reúne alrededor de ella todos los veranos. Exceptuando agosto, que solemos reunirnos en la casa familiar de Punta Umbría, solemos venir aquí el resto del año y la disfrutamos juntas todas las generaciones.
—¿Tienes especial predilección por algún rincón de esta casa?
—El comedor me encanta. Siempre se forman largas tertulias después del desayuno; allí vamos apareciendo toda la familia y nos cuesta mucho levantarnos, por lo ameno de las charlas. Es donde se cuecen los planes del día y se comentan las fiestas del día anterior.
“Mis padres, al ser los dos arquitectos, se han pasado la vida trabajando codo con codo. Han llevado una vida unidos y, el pasado mes de marzo, ¡han celebrado sus bodas de oro!”
—¿Qué soléis hacer aquí cuando venís?
—Aquí nunca se para, todos tenemos un punto de hiperactividad: damos paseos a caballo, organizamos partidos de polo, nos dedicamos a la siembra, a cuidar o recolectar verduras del huerto, también nos encargamos del jardín, nos gusta restaurar algún mueble y, a veces, sacamos la guitarra y nos reunimos a cantar alrededor de la chimenea; también jugamos a las cartas en la biblioteca. Como verás, es difícil no hacer algo aquí.
—Ahora han hecho tus padres las bodas de oro y ha coincidido con el 80 cumpleaños de tu padre, lo habéis celebrado por todo lo alto. Cuéntanos cómo os gusta recibir a vuestros invitados.
—En esta casa hemos ido celebrando los momentos familiares más entrañables, como las primeras comuniones, puestas de largo, las bodas de todos nosotros, los bautizos de los nietos, etcétera. Nos encanta decorar la casa y las mesas y llenarlas de flores y siempre confiamos en Flores Pinsapo, que nos las ponen preciosas. Entre ellos y mi madre decoran las mesas llenas de color. Estas celebraciones nos llevaron a arreglar la capilla, en la que instalamos el retablo actual que estaba en la casa de mis abuelos de Osuna, proveniente de una finca que mis antepasados tenían en Antequera.
Afición familiar
—¿En qué momento decidís hacer una cancha de polo?
—A mi padre siempre le ha encantado jugar al polo y, cuando aficionó a mi hermano, Enrique, de pequeño, decidió hacer la cancha. Aunque mi hermano se dedica al sector financiero, tiene un don especial para el polo y combina habilidad, estrategia y destreza. A lo largo de los años ha participado en numerosos campeonatos, dejando su huella en el mundo de este deporte tan competitivo. Entre sus logros más destacados, se encuentran la victoria en la XXX Copa de Oro en Sotogrande, uno de los torneos más prestigiosos del circuito europeo. Además, ha ganado la Copa del Real Aeroclub de Andalucía y la Copa de Portugal, con éxito en diferentes competencias. Entre los dos Enriques, enseñaron a jugar a todos los nietos y disfrutan muchísimo.
“Mi padre modificó la esencia de la finca en un cortijo de labor donde se producía cereal, el cual se transformaba en harina en una fábrica familiar en Morón de la Frontera”
—A tu hermana, Pilar, en cambio, le encanta ejercer como arquitecta; ha salido a tus padres, ambos arquitectos.
—Efectivamente, Pilar y su marido, Miguel Brieva, se dedican a la arquitectura con su empresa BAO Proyectos. Ella siempre ha valorado mucho la arquitectura tradicional andaluza, por sus valores universales, y seguro que ver a mis padres rehabilitar y cuidar esta finca toda su vida ha influido en su amor por el diseño.
—¿Dónde se conocieron tus padres?
—Al ser los dos arquitectos, también se han pasado la vida trabajando codo con codo; ellos se conocieron en la carrera y siempre han trabajado en el mismo estudio. Mi madre viene de una familia a su vez de arquitectos, ya que su padre era catedrático de Arquitectura, y mis padres hacían obras representativas para la ciudad, así como gestionaban los asuntos agrícolas. Han llevado una vida unidos y felices y, este mes de marzo, ¡han celebrado sus bodas de oro!
“A mi padre siempre le ha encantado jugar al polo y, cuando aficionó a mi hermano, Enrique, decidió hacer la cancha. Después, entre los dos enseñaron a jugar a todos los nietos”
—Eres una gran aficionada a la fiesta nacional. ¿De dónde te viene esta afición?
—De niña, acompañaba a mi padre a la plaza de toros y me quedaba maravillada con el espectáculo que conjugaban en una medida perfecta la luz, el color, el valor, la plasticidad del torero, los trajes de torear, la imponente figura del toro bravo, la banda de música del maestro Tejera, la singular arquitectura de la Real Maestranza, el brillo de la plaza y su gente, las tablas pintadas, la estética en general. Definitivamente, mi padre ha sido el culpable directo de que me llame tanto la atención, como también de mi afición por el caballo; a él también le encanta el acoso y derribo y por eso he tenido la oportunidad de asistir a numerosos tentaderos.