Charlar con ella sobre anécdotas de familia, o sobre las obras que debe acometer en casa, o sobre la última ocurrencia del Consistorio, abriendo una zanja en medio del barrio, significa remangarse y empezar a hacer memoria. De exámenes de carrera, de conferencias y cursos de verano, de recuerdos fotográficos sobre frescos perdidos, de batallas míticas, de Ligas, de turcos, de güelfos, de gibelinos, hasta de Indiana Jones y de las cruzadas… Porque Sveva Colonna desciende de una de las familias más antiguas, poderosas y trascendentales de la Historia de Roma, de Italia y del mundo occidental. Cruzando la calle, o sea, enfrente de su palazzo, el Massimo Colonna —quintaesencia del barroco romano y obra de Carlo Fontana—, se encuentra el Campidoglio. Allí desde donde Julio César hablaba al imperio y presentaba a Cleopatra al pueblo. O allí donde, siglos después, se construía il Comune y, tras el saqueo de los Lansquenetes por Carlos V, los Papas encargaron la reconstrucción de la piazza a Miguel Ángel, con un Marco Aurelio ecuestre en el centro y los Museos Capitolinos a los lados. Por cierto, el genio florentino pintó a una de sus antepasadas en la Capilla Sixtina. ¿Qué les decía? Pues esto, solo, ‘pa’empezar’.
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El Palazzo Massimo Colonna es una obra maestra del barroco, firmada por el maestro Carlo Fontana en el siglo XVI, que guarda joyas artísticas desde la Antigüedad a hoy en día
Sin embargo, Sveva es una mujer de su tiempo. Tanto, que estudió en la European Business School, es experta en marketing digital y ha sido alta ejecutiva de Disney... Ahora, tras la pandemia, ha vuelto a la Ciudad Eterna y, con su marido Emanuele, mientras acomete unas obras en su apartamento, se ha mudado a palacio con sus padres, locos por cuidar a Artemisia, su hija pequeña. Con ella, redescubre la Caput Mundi cada día, aunque tenga que esquivar a los turistas que, continuamente, miran absortos la fachada de su casa, a un lado, y el gigante del Altar de la Patria, al otro. Ustedes, en cambio, van a contemplar aquí lo que esconden sus muros.
“Mis antepasados, sus hazañas y también su legado y sus obras de arte forman parte de nuestra historia pero, como cualquier otra historia, como la de cualquiera, son un punto de referencia para mí. No me intimida”
—Sveva, ¿cómo es crecer en un edificio con cinco siglos de historia?
—Este palacio guarda mis recuerdos de infancia, los años pasados con mis abuelos y, ahora, con mis padres. Fui bautizada en esta casa y mi hija Artemisia también. ¡Hasta me casé justo enfrente! Este lugar custodia mi memoria.
—¿Cómo te sientes cuando tus antepasados, príncipes y Papas, te miran desde los cuadros que cubren sus paredes?
—Mis antepasados, sus vivencias, sus hazañas y también su legado y sus obras de arte forman parte de nuestra historia, pero como cualquier otra historia, como la de cualquiera, son un punto de referencia, algo para inspirarnos, no para intimidarnos. De hecho, la tradición familiar continúa con mi padre, Fabrizio Colonna, quien, además de seguir ejerciendo de abogado, continúa ocupando cargos en prestigiosas instituciones romanas (es Receptor de la Orden de Malta, por ejemplo). Por cierto, por parte de madre, también contamos con un Cardenal de Nápoles...
—Cuéntame la historia del edificio y alguna anécdota —trascendental— que haya sucedido aquí mismo, por favor.
—El Palazzo se encuentra en Piazza D’Aracoeli, justo enfrente de las dos escaleras que conducen, respectivamente, a la iglesia de Aracoeli y a la Piazza del Campidoglio, diseñadas por Miguel Ángel, quien también pintó a mi antepasada, Vittoria Colonna (poetisa mística y musa del XVI), en el famoso fresco del Juicio Final de la Capilla Sixtina del Vaticano. El palacio pasó a manos de los Massimos de la llamada rama familiar Rignano que, en el siglo XVII, encargaron la reestructuración completa de la residencia patricia a Carlo Fontana, que también es responsable de la fuente teatral que adorna el patio. El último descendiente de la familia Massimo di Rignano dejó la casa como dote a Don Prospero Colonna di Paliano, príncipe de Sonnino, mi tatarabuelo, quien, hoy por hoy, sigue siendo el líder político que más años ha ostentado el cargo de Alcalde de Roma, tras la unificación de Italia.
—¿Impone pertenecer a una familia con tanto abolengo?
—Representa un gran honor para mí, pero también una gran responsabilidad por lo que conlleva. Tanto en la vida pública, como privada.
—Vivir en el centro neurálgico de la ciudad no debe de ser fácil. Sobre todo, cuando hablamos de una ciudad tan turística ¿no?
—Sin duda vivimos en una de las vistas más impresionantes de la ciudad. Me recuerda que la Historia de Roma y occidente comenzó hace más de dos mil años en esa colina, justo enfrente de casa. Me hace pensar en las muchas historias que aprendí en la escuela, en las que me contaban mis abuelos... Es un privilegio. Un privilegio que tengo que agradecer siempre. Y en cuanto a los turistas… a ver, están por todas partes pero, afortunadamente en mi caso, solo me los encuentro si salgo por la puerta principal. Los turistas son algo a lo que los romanos estamos acostumbrados...
—Te casaste en la iglesia de Aracoeli. ¿Por qué es tan especial para tu familia?
—Porque conserva la espada de Marco Antonio Colonna, almirante de la flota papal durante la batalla de Lepanto en 1571, que dio la victoria a España frente a los turcos. Aparte de eso, la Aracoeli es una de las iglesias más bellas de Roma. Es sencilla, acogedora e íntima a su manera. Siempre me quise casar en ella.
—¿Cómo es ser una aristócrata en la República italiana del siglo XXI? ¿Es muy diferente a ser una ‘ciudadana’ normal?
—Ser aristócrata hoy solo significa tener una historia familiar que sale en los libros de texto. Los privilegios desaparecieron hace ya mucho tiempo. Yo no me siento muy diferente al resto de mis amigos, con una historia más sencilla que la mía.
—Pero ¿te abre o te cierra puertas?
—Como todo en la vida. Unas veces ayuda y, otras, se convierte en un estorbo. Las personas inteligentes no hacen caso a esas cosas. Te valoran por lo que eres y no por cómo o dónde naciste.
El palacio se encuentra en el antiguo rione Campitelli, frente a frente con las escaleras del Ara Coeli y los Museos Capitolinos. En escorzo, Piazza Venezia y el Vittoriano
—Viendo tu CV, eres una mujer supercosmopolita y con una carrera impresionante, dentro de grandes multinacionales. ¿A qué te dedicas ahora?
—Después de haber trabajado cerca de diez años para varias multinacionales, como Disney o Accenture, he decidido, junto con mi marido, dedicarme a criar a mi hija y ayudar a mi familia en varios proyectos que estamos emprendiendo.
—Me contaste la historia del Palazzo pero, ahora que mencionas a tu marido, ¿qué hay de tu historia de amor con Emanuele?
—Me lo presentó Giacomo Massimo, un amigo muy cercano a los dos que, ahora, es el padrino de nuestra hija. Teníamos muchos amigos en común, pero nos conocimos cuando regresamos a Italia después de trabajar fuera, justo antes de la pandemia. Nos encontramos y… ¡ya no nos separamos! Me fascina su inteligencia y me enamoro, y cada día más, de su forma de ser y su pasión por la vida. Compartimos pasiones e ilusiones y una hermosa niña, que tiene casi dos años ya. Emanuele es empresario y, por su pericia en el mundo de los negocios, ha gestionado parte del Fondo Soberano Italiano durante varios años.
“Ser aristócrata hoy solo significa tener una historia familiar que sale en los libros de texto. Los privilegios desaparecieron hace ya mucho tiempo”
—Entonces, en estos tres años, ¿has vuelto a Italia, te has casado y has regresado a palacio?
—Es que estamos renovando nuestro apartamento y mis padres estaban encantados de tenernos en casa, sobre todo, desde que nació su nieta… Y que hay momentos en los que es agradable volver a estar todos juntos.
—Mantener un edificio de estas características debe de ser una responsabilidad tremenda...
—Seguramente mis abuelos también lo fueron, pero mis padres están siendo unos excelentes conservadores. Claro que no es fácil de mantener, pero son cosas que hay que conservar a pesar de que los esfuerzos sean ímprobos. Hacer este trabajo de conservación es caro, pero necesario: si se pierden estas obras de arte, también desaparece una parte de nosotros mismos. Es un deber que va unido al privilegio de vivir en un lugar espléndido.
“Después de haber trabajado cerca de diez años para varias multinacionales, he decidido, junto con mi marido, dedicarme a criar a mi hija y ayudar a mi familia en varios proyectos”, nos cuenta Sveva
—Tengo entendido que tu madre, Marina Colonna, lo renovó o, al menos, redecoró. ¿Qué cambios introdujo? ¿Adaptó el palacio a los nuevos tiempos?
—Hizo un trabajo excepcional. Mantuvo el alma del edificio y, al mismo tiempo, lo transformó en una residencia moderna y funcional realzando los elementos históricos. Además, algunos de sus amigos, con gran conocimiento histórico-artístico, la ayudaron a desarrollar mejor el proyecto. Entre ellos, Cesare Cunaccia y Ludovica Serafini.
—¿Es posible que, en esa reforma, tu madre pusiera los suelos de mayólica de los años 50 y rehiciera el ático?
—Los suelos son, en gran parte, antiguas cerámicas napolitanas. Durante la renovación, los que no estaban en buen estado fueron reemplazados por otros de Stingo para que, a su vez, resaltaran los históricos restantes. El ático era el jardín de invierno del edificio y aún hoy, gracias a la reestructuración del techo y del pavimento, mantiene la atmósfera de entonces.
“El secreto para vivir Roma no es tener un destino en particular, sino perderte por sus calles y dejarse guiar por el instinto. Roma siempre sorprende”, cuenta Sveva, feliz de “volver a casa”
—En la decoración del palacio, se combinan antigüedades con obras contemporáneas, ¿verdad?
—Por supuesto. A estas alturas, creo que casi todos los espacios hermosos y habitables son una combinación de diferentes estilos. Una combinación de lo antiguo y lo moderno.
—Pero ¿cómo se concilia el esplendor histórico con las comodidades de la vida moderna?
—Mi madre ha conservado los elementos más importantes, pero ha remodelado los baños, una gran cocina funcional, de Boffi, y ha reaprovechado al máximo las terrazas, creando una casa llena de luz y de singular belleza pero, a la vez, muy vivible y habitable.
“Mi madre hizo un trabajo excepcional con el palacio. Mantuvo su alma y, al mismo tiempo, lo transformó en una residencia moderna y funcional”, nos explica la aristócrata
—¿Echabas de menos estas vistas de Roma?
—Tanto Emanuele como yo, nacimos en Italia, pero hemos pasado gran parte de nuestra vida en el extranjero. Todavía nos dividimos entre Italia y Suiza, donde pasamos mucho tiempo. No obstante, Roma sigue siendo para nosotros la ciudad más bella del mundo y estamos encantados de volver a reexperimentarla y redescubrirla.
—¿Cuáles son tus rincones favoritos?
—El secreto para vivir Roma no es tener un destino en particular, sino perderte por sus calles y dejarse guiar por el instinto: siempre terminas en algún lugar extraordinario. Roma tiene mil secretos y, cada día, se descubre uno nuevo. Puedes hacer el mismo camino diez años seguidos y un día, de repente, descubrir que un garaje es en realidad un vano entre dos columnas romanas, donde el piso de abajo es renacentista y el de arriba, barroco. Roma siempre te sorprende. Hay que saber mirar. En cuanto a los restaurantes que nos gustan, por ejemplo, a menudo vamos a comer a Piperno, a Pierluigi, a Al Moro o Due Ladroni, y tomamos una copa en Camponeschi, en Piazza Farnese. Las veladas suelen terminar en casa, en alguna de las terrazas.