cortijo mar a cristina de arteaga hola4099© FERNANDA y PALOMA (COUCHE STUDIO)

María Cristina de Arteaga, marquesa de Monte de Vay, nos recibe con su familia en su cortijo, ‘El Marqués’, donde el amor a la tierra se transmite de generación en generación

‘Más que una residencia de campo, es un sueño cumplido: el de estar todos juntos aquí y disfrutar de los momentos de vacaciones’


18 de febrero de 2023 - 10:17 CET

Entre la ciudad ducal de Osuna y la de Estepa, en la Sierra Sur de Sevilla, se produce desde hace siglos uno de los grandes tesoros de nuestra gastronomía: el oro líquido. En esta comarca olivarera, una de las más impor­tantes de Andalucía, Íñigo de Arteaga y Falguera, duque del Infantado, cultivó su amor a la tierra en la finca “El Marqués”, un amor que transmitió a la más pequeña de sus hijos, María Cristina de Arteaga y Martín.

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La aristócrata, que posa con sus hijos y sus nietos, heredó la propiedad de su padre, Íñigo de Arteaga y Falguera, duque del Infantado
© FERNANDA y PALOMA (COUCHE STUDIO)

María Cristina de Arteaga, en el centro, junto a su familia, en la entrada principal de ‘El Marqués’. De pie, de izquierda a derecha, Santiago y Mayra Aranguren de León; Alejandra y María Bertrán de León; Mayra, Sandra, Rocío y Juan de León y Arteaga; Rocío Bertrán de León; Lucas de León Loudon, y Sofía Aranguren de León; sentados, de izquierda a derecha, Íñigo y Gabriela Vericat de León, y Pablo y Christian de León Loudon.

A la muerte de su padre, la marquesa de Monte de Vay heredó la propiedad, en la que hoy continúa con la labor iniciada por sus antepasados y donde disfruta de su gran familia en la espectacular casa de muros blancos que preside el olivar.

“El cortijo de labor se transformó en una casa familiar, que se construyó a partir de la antigua residencia del encargado y las naves anexas”
© FERNANDA y PALOMA (COUCHE STUDIO)

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Viuda de Juan Antonio de León y Urquijo, María Cristina es madre de cinco hijos —Juan, Mayra, Sandra, Carlos y Rocío—, así como abuela de quince nietos. Junto a ellos nos recibe en “El Marqués”, el lugar favorito de reunión de toda la familia.

—María Cristina, ¿cómo surgió la transformación de un cortijo de labor en una casa tan familiar?

—Tras el fallecimiento de mi padre, recibí con enorme alegría y agradecimiento esta finca, a la que tantas veces lo acompañé cuando se desplazaba aquí para supervisar la producción agrícola. En los últimos años, él fue unificando cultivos, convirtiendo un campo de enorme tradición histórica en un olivar modélico. Después, mi marido, Juan Antonio, fue el que terminó de organizar la explotación, plantando árboles en las últimas parcelas, que estaban destinadas a cereal, y modernizando una planta de aderezo para aceituna de mesa.

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Sobre estas líneas, todas las nietas de María Cristina de Arteaga: de izquierda a derecha, Sofía y Mayra Aranguren de León, María y Rocío Bertrán de León, Gabriela Vericat de León y Alejandra Bertrán de León.

La casa y el jardín fueron labores mías. Por un lado, tuve en cuenta que el cortijo es, sobre todo, una explotación agrícola, por lo que las obras no podían dificultar las labores de trabajo. Por otro, que para la vivienda tenía que aprovechar la antigua residencia del encargado y las naves anexas, teniendo siempre presente mi propósito de hacer de este lugar un punto de reunión para mi familia. Enseguida, las habitaciones se fueron llenando de camas y cunas, porque tengo la suerte de disfrutar aquí de la compañía de todos mis hijos y todos mis nietos.

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El cortijo cuenta con varios patios y un fabuloso jardín. “El clima de esta zona de Andalucía invita a pasar casi todo el día en el exterior. Por eso diseñé un jardín que fuera bonito y acogedor a la vez”, asegura nuestra anfitriona.

—¿En qué consistió la reforma de la casa?

—Fue una reforma pensada, estructurada y realizada poco a poco, a medida que iban surgiendo las necesidades familiares a lo largo de los años, principalmente, el nacimiento de mis nietos. Primero adecuamos la vivienda del antiguo encargado, que después anexionamos a lo que hoy es el salón principal de la casa. Más tarde, fueron las habitaciones de los niños, para las que aproveché unas naves, y la adaptación del aparcamiento en un patio. En el fondo, más que una residencia de campo, es un sueño cumplido: el de estar todos juntos y disfrutar de los momentos de vacaciones. Por otro lado, el clima de esta zona de Andalucía invita a pasar casi todo el día en el exterior. Por eso diseñé un jardín que fuera bonito y acogedor a la vez, con un porche en el que podemos comer al aire libre y una piscina de la que disfrutan, sobre todo, los más pequeños.

© FERNANDA y PALOMA (COUCHE STUDIO)

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Arriba, el porche de la casa, con la zona de sofás y el comedor de exterior —sobre estas líneas, a la izquierda—. A la derecha, el amplio ‘office’ de la cocina.

—Entre tus antepasados destaca el marqués de Santillana, fundamental en la historia de las Letras españolas. ¿Cómo se lleva el peso de un árbol genealógico como el tuyo?

—Con mucho orgullo y con mucha responsabilidad, así como teniendo claro que uno no puede elegir dónde nace. En este sentido, lo siento como un don. Además, mi padre nos enseñó a vivir con sencillez y con humildad. Él fue un ejemplo del dicho “nobleza obliga”, pues se desvivía por servir a España y a los demás, sin buscar reconocimientos.

“Nos dedicamos a la producción de aceite y aceituna de mesa, una labor mucho más delicada y sacrificada de lo que puede parecer”
© FERNANDA y PALOMA (COUCHE STUDIO)

Sobre estas líneas, Rocío de León y Arteaga con su hija, Gabriela.

—Una de tus tías paternas, María Cristina de Arteaga, priora del convento de Santa Paula, en Sevilla, fue una reconocida historiadora y poeta. ¿Qué recuerdas de ella?

—Mi tía Cristina fue una mujer muy especial, una adelantada de su tiempo, fue una de las primeras mujeres, junto a otra hermana de mi padre, en licenciarse en la Universidad. Después recibió su vocación religiosa y, gracias a su labor reformadora, pude tratarla en muchos de sus viajes de convento a convento. Además de su vastísima cultura, era una persona con un carisma especial, con mucha alegría y sentido común.

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Arriba, el comedor principal, con la mesa exquisitamente puesta y adornada con flores del campo - en el centro-. Sobre estas líneas, otro rincón del salón, por el que se accede a la cocina.

—Eres madrileña y terminaste en Sevilla, de donde era tu marido, Juan Antonio.

—Así es. Nos conocimos cuando él terminaba su carrera universitaria en Madrid y nos casamos en Palma de Mallorca, donde mi padre estaba destinado por su ejercicio militar. Andalucía siempre ha tenido para nosotros un significado muy especial, especialmente el campo. Mi marido fue muy feliz en esta casa y con la administración del cortijo.

“Mi padre nos enseñó a vivir con sencillez y con humildad. Fue un ejemplo del dicho ‘nobleza obliga’, se desvivía por servir a España y a los demás”
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Rocío, Mayra, Juan y Sandra de León y Arteaga (solo falta su hermano Carlos), ante el cuadro de su abuelo materno, el duque del Infantado.

—¿Qué recuerdos de tu infancia regresan cuando ves a tus nietos jugan­do en la casa y el jardín?

—Muchos. Por las circunstancias familiares, pasé largas temporadas en el campo, junto a mis hermanos. La Naturaleza es el mejor entorno para los niños: el contacto con las plantas, con los animales, les ayuda a desarrollar destrezas que no son posibles en la gran ciudad. Como me sucedió a mí, ellos tienen la posibilidad de conocer de primera mano cuáles son los ciclos que marcan las estaciones.

“Llevo con mucho orgullo y responsabilidad el peso de mi linaje. Uno no puede elegir dónde nace, en este sentido, lo siento como un don”
© FERNANDA y PALOMA (COUCHE STUDIO)

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“La reforma de la casa se hizo poco a poco, a medida que iban surgiendo nuevas necesidades familiares. Las habitaciones se fueron llenando enseguida de camas y cunas”, nos cuenta la marquesa de Monte de Vay, a la que vemos, arriba, con su hijo mayor, Juan.

—¿Alguno de tus cinco hijos te ayuda en la gestión de la finca?

—Sí, esta es otra de las circunstancias que me facilitan disfrutar del cortijo. Mis hijos varones viven en el extran­jero, así que es la mayor de mis hijas, Mayra, empresaria que ha trabajado durante muchos años en el sector bancario, la que lleva el día a día del olivar. Mi marido tuvo la oportunidad de formarla en los rudimentos agrícolas y de él ha heredado la prudencia para actuar en todo momento como mejor conviene.

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—Impresiona llegar y ver este paisaje tan extenso repleto de olivos.

—Es verdad. Cada vez que contemplo las vistas que rodean la casa, que doy un paseo por el campo o que me acerco para seguir las distintas labores agrícolas, le doy gracias a Dios. Esto es el fruto del esfuerzo de mucha gente. Desde mis antepasados, que compraron estas tierras, a cada una de las generaciones que las han trabajado y cuidado, sin olvidar a cada una de las personas que hacen posible la pervivencia del olivar. Nos dedicamos a la producción de aceite y aceituna de mesa, una labor mucho más delicada y sacrificada de lo que puede parecer. Contamos con una moderna planta de aderezo, en la que se realiza el proceso de transformación directamente desde el árbol. A su vez, cosechamos las variedades arbequina y picual para aceite, del que destaca el aceite de oliva virgen extra.

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Sobre estas líneas, Gabriela Vericat de León en el cuarto de juegos.

—¿Venís mucho toda la familia?, ¿y con amigos?

—Todos vivimos lejos, por eso la ayuda de mi hija Mayra me permite acompañarla aquí con frecuencia. Además, durante los puentes, Navidad y Semana Santa, están los cuartos llenos. Tres de mis nietos viven en Holanda, así que considero una suerte que aquí quepamos todos y podamos pasar días entrañables.

“El campo de cróquet ha sido la última de las mejoras de la casa. Es un ejercicio que puede practicar cualquier miembro de la familia, es dinámico y permite organizar muchos partidos. Para mí es una pasión”
© FERNANDA y PALOMA (COUCHE STUDIO)

—Junto al jardín tienes un campo de cróquet. ¿En qué momento lo construiste? ¿Eras ya aficionada?

—El campo de cróquet ha sido la última de las mejoras de la casa. Es un ejercicio que puede practicar cualquier miembro de la familia, así como mis amigos, ya que no precisa de una especial preparación física; es dinámico y permite organizar muchos partidos. A mis hijos y mis nietos les encanta, sobre todo, si juegan conmigo, que soy la más aficionada de mi familia. Lo jugaba de niña y volví a la pista hace unos años. Reconozco que se ha convertido en una pasión.

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Arriba, María Cristina de Arteaga con sus tres hijas y sus nietos. Sobre estas líneas, a la izquierda, otro agradable rincón del jardín, y a la derecha, Santiago Aranguren de León y Lucas de León Loudon jugando al ‘ping pong’.

—¿Tienes especial cariño a alguna estancia u objeto de la casa?

—Cada uno de los objetos de esta casa tiene su historia. Entre ellos, además, algunos han formado parte del legado de mis mayores. Pero reconozco que no soy una persona apegada a las cosas. Me gusta, eso sí, disfrutar de la buena pintura, así como cuidar la decoración, pero siempre con el propósito de que pueda hacer más agradable la vida de todas las personas que me rodean.

© FERNANDA y PALOMA (COUCHE STUDIO)

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Arriba, Mayra Aranguren de León y su primo Lucas de León Loudon, junto a la piscina. Sobre estas líneas, el campo de cróquet, deporte del que disfruta toda la familia.

REALIZACIÓN Y TEXTOANA FERNÁNDEZ DE CÓRDOBA CENDRA Y CRISTINA LORA ALARCÓN
FOTOGRAFÍAFERNANDA Y PALOMA (COUCHE STUDIO)
MAQUILLAJE Y PELUQUERÍAUO COMPAÑÍA BY BRUNO PANTOJA
FLORESPINSAPO
AGRADECIMIENTOSMALMÖ THE STORE
VESTUARIOANTIK BATIK, BEAUTIFUL LIFE, BRORNIE, FOREVER, IDANO, MASSIMO DUTTI, NÍCOLI, NÜMPH, RENATTA, SANDRO PARIS, SUNCOO Y ZARA
SANDALIASCUCHY