cristina heeren hola4085© Darío Aranyo

Entramos en ‘La Roseraie’ la espectacular villa en Biarritz de Cristina Heeren, la gran mecenas del flamenco

Su familia se ha relacionado con los grandes nombres del siglo XX y, en la actualidad, ella dedica su vida a la fundación que lleva su nombre, a través de la cual se apoya y enseña el flamenco por todo el mundo


12 de noviembre de 2022 - 16:02 CET

Hablar de Cristina Heeren es hablar de un personaje de película cuya vida ha transcurrido entre grandes personalidades. Hija única del matrimonio formando por Rodman Heeren y Aimée de Sotomayor, Cristina descubrió su gran pasión, el flamenco, de la mano de su padre. En la actualidad, este arte llena su vida por completo. Del flamenco, de su familia y de su apasionante vida hablamos con ella en su espectacular casa de Biarritz, una villa de estilo francés considerada una de las más bonitas de la zona.

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© Darío Aranyo

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Arriba, fachada y jardín delantero de ‘La Roseraie’, la villa que, en 1961, adquirió Rodman Heeren, padre de Cristina, considerada una de las más bonitas de Biarritz. A la izquierda, detalle de la fachada y detalle de un templete que se encuentra en una zona del jardín, en el que posa Cristina en esta imagen. “Mi padre era mitad norteamericano por su madre y español con ascendencia alemana por parte de su padre”.

—Cristina, ¿desde cuándo pertenece a tu familia? 

—Cuando terminó la Segunda Guerra Mundial, mis padres y yo fuimos a vivir a Biarritz. Estuvimos instalados en varias casas alquiladas y acabamos en ‘La Roseraie’, que alquilamos los primeros años. Cuando la dueña falleció, los hijos le vendieron la casa a mi padre. Creo que fue en el año mil novecientos sesenta y uno.

—¿Qué recuerdos tienes de tu infan­cia aquí?

—Como soy hija única, he tenido como compañeros unos perros caniches adorables con los que corría por todo el jardín. Encima del garaje vivía una familia de conserjes; la niña, Blanquita, jugaba conmigo a veces. También venían a pasar las tardes los hijos de los amigos de mis padres. Cuando empecé mis estudios en Biarritz, vivíamos aquí todo el año. Mis padres viajaban de vez en cuando y a mí me cuidaban unos empleados de casa maravillosos.

Su tatarabuelo, John Wanamaker, fue el creador del concepto de los grandes almacenes y el precursor del marketing: “Fue el primero en abrir un establecimiento donde se vendía casi todo tipo de mercancías. Indudablemente, fue un visionario”
© Darío Aranyo

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“Desde que murió mi madre, en 2006, no vengo tan a menudo. Hoy en día, Victoria, mi hija, vive con su familia en Estados Unidos, en Montana”, comenta Cristina mientras posa arriba en uno de los salones principales de la casa. En esta imagen, vista de la biblioteca. Destaca el trabajo de la puerta, propio de la arquitectura francesa.

—¿Sueles venir mucho a esta casa? 

—Desde que murió mi madre, en el dos mil seis, no vengo tan a menudo. Antes veraneábamos con ella mi marido, mi hija y yo. Hoy en día, Victoria, mi hija, vive con su familia en Estados Unidos, en Montana, donde suelo pasar el mes de agosto. Mis nietas, Fiona y Alina, me entretienen mucho.

—Háblanos de tus padres, ¿qué nos puedes contar de ellos?

—Mi padre, Rodman Heeren, era mitad norteamericano por su madre y español, con ascendencia alemana, por parte de su padre. Mi padre vivió y estudió en Estados Unidos y veraneaba en San Sebastián y en Biarritz. Él trabajó en el negocio familiar como comprador en Europa. Mi madre era brasileña, de Paraná. Mis padres se conocieron en Nueva York, donde mi madre estaba pasando una temporada con su hermana. Se casaron en mil novecientos cuarenta y uno.

“Mi afición por el flamenco me viene de mi padre. En 1957, me sacó del internado inglés donde yo estaba estudiando para llevarme a Londres a ver al bailaor Antonio Ruiz Soler, “el Bailarín”. El espectáculo me impresionó mucho”
© Darío Aranyo

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Arriba, otra de las salas, que tiene las paredes enteladas con la misma tapicería de flores que los sofás. En esta imagen, los dos cuadros más importantes de la casa. La familia de Cristina era una apasionada del arte y a ella han llegado importantes obras de Sorolla, Fortuny, Madrazo….

—Ahora, háblanos de ti, ¿cómo es Cristina Heeren?

—Siempre he sido muy tímida, pero también bastante impulsiva. Quiero mucho a mis amigos, pero me gusta verlos en grupos pequeños. De joven me obligaron a ir a grandes fiestas, donde he sufrido bastante por mi timidez. Me siguen gustando más las reuniones más íntimas que los grandes eventos sociales. Me interesan muchos temas, como el arte, la decoración, la política, la etología y la literatura. Prefiero la vida de campo a la urbana, la Naturaleza me aporta sosiego y estabilidad. Me apasionan los animales. Vivo con tres perros carlinos y cuando estoy en mi finca me rodeo de perros, la mayoría recogidos; de caballos, y de gallinas.

—¿Dónde pasas la mayor parte de tu tiempo?

—Paso la mayor parte de mi tiempo en Sevilla, en una casita en Triana, pero siempre que puedo regreso al campo. Viajo a Estados Unidos tres o cuatro veces al año. Disfruto viendo crecer a mis nietas. Me gusta que me cuenten cosas de su vida y que me hagan preguntas sobre la mía. En junio de este año llevé a mi nieta mayor a Ciudad del Cabo, donde presentamos un espectáculo de flamenco, y después a Botsuana de safari; fue una experiencia muy especial para nosotras.

© Darío Aranyo

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El salón (arriba) destaca por su estilo afrancesado. En esta imagen, la gran mecenas del flamenco en un rincón del jardín.

—Tu tatarabuelo John Wanamaker fue el fundador del concepto de grandes almacenes y todo un referente en el mundo del marketing. ¿Qué nos puedes contar de él?

—John Wanamaker, hijo de agricultores alemanes que emigraron a Pennsylvania, fue el primero en abrir un establecimiento en el que se vendía casi todo tipo de mercancía. Quería que los clientes fueran a comprar una variedad de ropa y de accesorios, de perfumería y productos de limpieza, de objetos de casa..., las necesidades básicas de cualquier familia, sin tener que visitar diversas tiendas. Así nació el concepto de precio fijo. Indudablemente, fue un visionario. Con el tiempo, sus almacenes se multiplicaron y surgieron en otras ciudades, formando una cadena por la costa este del país. La marca garantizaba la calidad de los productos. Su lema era: “El cliente siempre tiene razón”. Y, de hecho, si alguno no estaba satisfecho con su compra, se le devolvía su dinero. Era muy religioso, un presbiteriano muy estricto. Pero era muy generoso, consideraba que él tenía una deuda con la sociedad, que le había aportado tanto éxito. Creó una escuela para niños de familias pobres, entre otras obras sociales. Y fue director de Correos bajo el mando del Presidente Harrison con mucho éxito.

“Manuel Lombo vino a la fundación con diecinueve años. Estudió con los prestigiosos cantaores Naranjito de Triana y José el de la Tomasa. Luego participó en varias giras conmigo y nos hicimos muy amigos; la nuestra es más bien una relación madre-hijo”

—Sin embargo, con lo que se le va la vida a Cristina Heeren es con el flamenco. ¿Cómo fue tu primer contacto con este arte? 

—Mi afición por el flamenco me viene de mi padre. En mil novecientos cincuenta y siete, me sacó del internado inglés donde yo estaba estudiando para llevarme a Londres a ver al bailaor Antonio Ruiz Soler, “el Bailarín”. El espectáculo me impresionó mucho. Luego, de joven, con él recorría todos los espectáculos que se nos presentaban. Gracias a mi padre llegué a ver a grandes artistas como Pilar López, Carmen Amaya y Antonio Mairena.

—Y en tu puesta de largo, que se celebro en esta casa, hubo una fiesta flamenca…

—En la fiesta de puesta de largo que organizaron mis padres para mí, en esta casa, no podía faltar el flamenco. En aquella época, Rafael Vega de los Reyes, “Gitanillo de Triana”, dirigía un tablao llamado El Duende, que se trasladaba desde Madrid al Casino de Biarritz en verano. Íbamos muy a menudo y así fui aprendiendo algunos de los palos flamencos. Siempre nos daba la bienvenida la gran Pastora Imperio. Mi padre contrató al cuadro para clausurar mi puesta de largo.

“Tengo la suerte de haberme criado rodeada de obras de arte y objetos bonitos. Mi abuela americana tenía buen gusto y a mi madre le gustaba también la decoración”
© Darío Aranyo

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“Creo que cada uno de nosotros tiene una misión o varias en nuestra vida, y la mía es la promoción del flamenco clásico, tradicional. Para mí no hay mayor satisfacción que la que siento al ver a los antiguos alumnos triunfar en el escenario como profesionales”, nos dice nuestra anfitriona, acompañada en esta imagen, en la gran escalera de la entrada, por el cantante-cantaor Manuel Lombo. Arriba, detalle de un rincón de la misma, presidido por un gran espejo, y vista del vestíbulo de la primera planta.

—¿Qué es para ti el flamenco?

—Es un arte respetable, auténtico y riquísimo, que nació de la fusión entre el folclore español y otras tendencias culturales musicales heredadas de la presencia de varios grupos étnicos a lo largo de la historia. De ahí viene su originalidad. Por medio del cante, del baile y de la guitarra se expresa un abanico completo de emociones y de sentimientos. Es un arte peculiar que no se parece a ningún otro género. Su belleza exótica no deja de seducirme. Su complejidad me impresiona a diario.

—Y en mil novecientos noventa y seis creaste la Fundación Cristina Heeren, cuyo objetivo es promocionar el arte flamenco por todo el mundo. 

—Creo que cada uno de nosotros tiene una misión o varias en nuestra vida, y la mía es la promoción del flamenco clásico, tradicional. La pasión que despierta en mí el flamenco es lo que hizo que creara la fundación que presido. Disfruto observando a los alumnos y viendo su desarrollo, gracias a nuestro magnífico profesorado, desde el día que llegan hasta el final de los cuatro años que pasan con nosotros. Se va formando una familia, una familia que estudia y se divierte dentro de una comunidad internacional cuyo idioma común es el flamenco. Para mí no hay mayor satisfacción que la que siento al ver a los antiguos alumnos triunfar en el escenario como profesionales.

“Mi tatarabuelo se interesó por el trabajo de Marconi. Le prestó el tejado del almacén de Nueva York para que desde ahí saliera la primera emisión de radio y, luego, le montó en el edificio una estación de radio, desde donde se transmitió la tragedia del Titanic
© Darío Aranyo

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La mesa, presidida por una gran lámpara de cristal, decorada por Manuel Lombo con flores del jardín. Arriba, junto a Cristina, montando la mesa del comedor, y debajo, varios detalles.

—El mecenazgo te viene de familia, ¿podrías contarnos cómo fue esa primera emisión de radio desde casa de tus antepasados?

—Más que de familia, el mece­nazgo es una tradición de mi país. Si disfrutamos de una afición, contribuimos a ella. Si nos conmueve una causa, la apoyamos económicamente. Sentimos la necesidad de aportar algo a la sociedad en la que hemos tenido la suerte de nacer. Mi tatarabuelo se interesó por el trabajo de Marconi. Desde muy joven, Guillermo Marconi se puso a estudiar la comunicación inalámbrica. Le prestó el tejado del almacén de Nueva York para que desde ahí saliera la primera emisión de radio y, luego, le montó en el edificio una estación de radio, desde donde se transmitió la tragedia del Titanic.

—A lo largo de tu vida has tenido varios pupilos, pero, quizá, Manuel Lombo, con el que posas en este reportaje, es el que esté más cercano a ti. Cuéntanos cómo es tu relación con él.

—De la escuela de flamenco de la fundación han salido muchos alumnos al mundo profesional del flamenco. Entre ellos destaca el cantante-cantaor Manuel Lombo. Vino a la fundación con diecinueve años. Estudió con los prestigiosos cantaores Naranjito de Triana y José el de la Tomasa. Luego participó en varias giras conmigo y nos hicimos muy amigos; la nuestra es más bien una relación madre-hijo. No cabe duda de que Manuel es un gran artista, se toma su trabajo en serio. Cuando tiene que cantar, prepara su voz durante varias horas, aparte de que es superdotado. Los días en los que lo tengo cerca me aporta mucho. Agradezco su compañía en los momentos difíciles, así como en los suaves, de mi vida.

—Hasta ti han llegado grandes obras de arte, ¿cuál es la que más te gusta de todas ellas?

—Tengo la suerte de haberme criado rodeada de obras de arte y objetos bonitos. Mi abuela americana tenía buen gusto y a mi madre le gustaba también la decoración. A principios del siglo XX, la familia de mi padre coincidió en París con los pintores Sorolla, Fortuny y Madrazo. Esta época la describe muy bien mi amiga Blanca Pons-Sorolla en uno de sus libros. Algunos miembros de mi familia compraron obras de estos pintores. A mí me llegaron varios cuadros de Sorolla, uno de Fortuny y tres retratos de familia de Madrazo. Le tengo un cariño especial al Bote blanco, un cuadro espectacular de Sorolla, que ha viajado por el mundo y que me provoca mucha emoción cada vez que lo veo expuesto. Tiene una historia curiosa. Lo había heredado una prima solterona de mi padre. Lo tuvo encerrado en una casa cerrada durante cuarenta años. Mi padre quiso comprarlo, pero la tía Teresa era muy desconfiada y no lo quiso soltar. ¡Cuál fue nuestra sorpresa cuando nos enteramos de que ella en su testamento se lo había dejado a mi padre! Cosas del destino.

“Además de a Jacqueline Kennedy y Orson Welles, también he conocido a Salvador Dalí, a dos astronautas que han pisado la Luna y al genial pianista Arthur Rubinstein. Con quien he disfrutado de una gran amistad ha sido con Antonio Ordóñez”
© Darío Aranyo

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—Has conocido a grandes personalidades que van desde Jacqueline Kennedy hasta Antonio Ordóñez, pasando por Orson Welles. ¿Con cuál de todas ellas te quedarías?

—Por la vida social que llevaban mis padres, he llegado a conocer personajes cuyos nombres han perdurado en la historia del siglo XX. Aparte de los que has nombrado, también he conocido a Salvador Dalí, a dos astronautas que han pisado la Luna, y al genial pianista Arthur Rubinstein. De ellos, con quien he disfrutado de una gran amistad ha sido con Antonio Ordóñez. Lo conocí en mil novecientos sesenta y para mí se convirtió no solo en mi ídolo, sino también en un amigo fiel y generoso. Era un artista, inteligente y sensible. Su familia sigue muy presente en mi vida. Le estoy muy agradecida a la vida por haber puesto en mi camino a ciertas personas excepcionales.

—Y, por último, ¿qué es lo que te hace más feliz?

—Hoy en día soy feliz con mi trabajo, mi hija, mis nietas, mis amigos y mis perros. Donde más serena me encuentro es en mi finca en Illora. Necesito la proximidad de la Naturaleza. Soy feliz observando la vista a Sierra Nevada, las plantas y los animales.

© Darío Aranyo

“En la fiesta de puesta de largo que organizaron mis padres para mí, en esta casa, no podía faltar el flamenco. En aquella época, Rafael Vega de los Reyes, “Gitanillo de Triana”, dirigía un tablao llamado El Duende que se trasladaba desde Madrid al Casino de Biarritz en verano. Siempre nos daba la bienvenida la gran Pastora Imperio. Mi padre contrató al cuadro para clausurar mi puesta de largo”, nos cuenta Cristina, en el balcón de su habitación con vistas al jardín.

REALIZACIÓN Y TEXTOLOLA DELGADO
FOTOGRAFÍADARÍO ARANYO
AYUDANTE DE FOTOGRAFÍALARA BORZONEW