Sylvia Pessoa Bourne es bisnieta de Epitácio Pessoa, Presidente de Brasil entre 1919 y 1922. Y su padre, Carlos Alberto Pessoa Pardellas, ha sido un reconocido diplomático y embajador en muchos países, como Irán, China, Costa Rica, Bulgaria, Bélgica e Inglaterra, entre otros. Apasionada coleccionista de arte, nos abre las puertas de su casa de Londres, donde suele pasar algunas temporadas, aunque su residencia está en Mónaco.
La histórica casa se llama ‘The Court House’ porque, antiguamente, era el lugar donde se citaba a los prisioneros para enviarlos a Australia. Situada en una pequeña y reservada calle de ladrillo, cuenta con vecinos famosos, pero, en esencia, parece salida de otra época. Al abrir sus puertas, la majestuosidad del espacio y los grandes ventanales dan una idea de lo que fue.
Pero Sylvia ha creado una mezcla de modernidad que la convierte en un agradable museo con función de hogar. Desde obras de arte adquiridas cuando su padre era embajador y viajaba con la familia a obra icónicas de grandes artistas internacionales, videoinstalaciones, obras en 3D o antigüedades griegas y romanas. Ella es así. Un mix exuberante de energía, ciudadana del mundo, multilingüe, viajera y apasionada.
“Cuando nos divorciamos, compré esta casa a mi marido. Le gustó la idea porque le dije: “Voy a comprarla y así mantenerla para nuestros hijos”
—¿Cuál es tu historia, Sylvia?
—Mi padre era embajador. Sus padres murieron cuando él era muy joven, con catorce años, y tuvo que ocuparse del negocio familiar, en Brasil. Hasta que un día decidió ser diplomático. Nos mudamos a Washington D. C., su primer destino como tal. Mi hermana y yo teníamos poco más de un año y mi otra hermana nació allí. Vivimos allí durante cuatro años y medio y fue maravilloso. Mis padres iban a Nueva York todos los fines de semana, les encantaba, tenían muchos amigos vip en Estados Unidos. Y con la facilidad de los niños para los idiomas, aprendí a hablar inglés con fluidez. De ahí nos trasladamos a Bruselas dos años y medio y aprendí francés con seis. Posteriormente, nos fuimos a Costa Rica otro año y medio. Fue increíble, excepto por el hecho de que había muchos terremotos y me asustaban un poco.
—¿Y cuándo llegaste a Londres?
—Siendo adolescentes, nos mudamos a Londres durante seis o siete años y cuando a mi padre lo destinaron a China, como no había escuelas para nosotros, mi abuela vino a vivir a nuestra casa —para entonces, ya éramos cuatro— y mi madre iba y venía de China. Con veinte años conocí a mi primer marido y me casé. Celebramos la ceremonia civil en Londres y tuvimos una boda enorme en Brasil. Pero no funcionó. Yo hacía interpretación simultánea en embajadas, hacía miles de cosas, porque me gustaba trabajar. Mi padre decía: “Si te vas a casar a los veinte años, tienes que conseguir un trabajo”. Así que me encontró un trabajo en la embajada de Brasil como coordinadora de todos los embajadores, ya que hablaba muchos idiomas. Terminé el King’s College y la Universidad Americana y empecé a trabajar a tiempo completo. Fue entonces cuando conocí a mi segundo marido y padre de mis hijos, Graham Bourne. Fue en una gran fiesta. Lo primero que hizo fue pedirme mi número de teléfono, pero no se lo di y le dije: “Trabajo en la embajada de Brasil”. A la mañana siguiente, me llamó allí, fue muy divertido.
—¿Quién era tu segundo marido?
—Mi marido, Graham Bourne, y su hermano mayor eran hombres de mucho éxito, hechos a sí mismos, en el campo de los bienes raíces. Eran judíos ingleses con una increíble visión en ese sentido. Vivimos entre Mónaco y Londres durante once años.
—¿Desde cuándo tienes esta casa?
—Adquirimos esta casa cuando estaba embarazada de mi hijo. No podíamos cambiar nada de la parte exterior, incluyendo estas enormes ventanas; podíamos jugar solo con el interior y encargamos la reforma al famoso arquitecto y artista Mauro Peruchetti, nuestro amigo, y fue fantástico. La distribución, las grandes puertas con el pomo escultura y el gran salón, jugando con la impresionante luz que tiene la casa, se realizaron con una visión muy vanguardista en la época.
“No podíamos cambiar nada de la parte exterior, incluyendo los enormes ventanales; solo podíamos jugar con el interior y encargamos la reforma a nuestro amigo el famoso arquitecto y artista Mauro Peruchetti”
—Durante los años de tu matrimonio viajabas mucho.
—Durante los dos primeros años de nuestro matrimonio, nos mudamos a Mónaco, así que tuvimos un gran cambio. Viajábamos por todo el mundo, además teníamos una casa enorme en Marbella y me encantaba también pasar temporadas en Londres. Y cuando nos divorciamos le compré esta casa. A mi marido le gustó la idea porque le dije: “Voy a comprarla para así mantenerla para nuestros hijos”.
—¿Cómo empezaste a coleccionar arte?
—Cuando era niña, cuando tenía un poco de dinero en el bolsillo, compraba cosas sencillas de artistas en las calles. Creo que a veces miras, amas y compras. No piensas en comprar solo porque es un artista famoso, simplemente, adquieres lo que te gusta y sientes su energía cuando lo tienes.
—¿Cuál es la pieza de arte más importante que tienes aquí?
—Tengo muchas antigüedades, muchas esculturas y mucho arte contemporáneo, incluso videoarte, pero me gusta mezclarlo todo. Tengo obras de Manolo Valdés, Richard Hudson, Evan Penny, Damien Hirst, Anselm Kiefer, Jennifer SteinKamp, Michael Stubbs, Mark Alexandre, Jeff Koons, Charles Sandison, Nelson Leirner, Jorge Eduardo y Patrick Hughes. Luego, tengo piezas que compré en Egipto hace años, en Irán y Bulgaria, donde mi padre fue embajador. La caja con las instalaciones con el océano en vídeo es de dos jóvenes hermanos italianos, Alex y Alice Buroni.
“Mi padre era embajador. Nos mudamos a Washington D. C. cuando tenía un año, de ahí nos trasladamos a Bruselas. Después a Costa Rica… Fue increíble, excepto por el hecho de que había terremotos y me asustaban un poco”
“Tengo muchas antigüedades, muchas esculturas y mucho arte contemporáneo, incluso videoarte… Me gusta mezclarlo todo”
—Esta casa, ‘The Court House’, es famosa en Londres.
—Desde esta casa, los jueces enviaban a los prisioneros a Australia, ninguno vivía aquí, pero venían, se hacían los papeleos, y luego eran enviados allí. Por eso, en la parte de atrás hay una puerta especial, que no se permite cambiar, desde la que salían los reos. También frente a mi casa está la antigua casa del juez. Aquí han vivido personas muy importantes, de Mr. Varkeys al jefe máximo de Cartier, Alain Dominique Perrin, gran coleccionista de arte, o el CEO de Lloyds Bank.
“Mi bisabuelo fue el mejor Presidente de Brasil. Quiero convertir la casa de su padre en Petrópolis en un museo para que la gente visite la ciudad, que está en las montañas, a una hora de Río”
—Tu bisabuelo fue Presidente de Brasil.
—Sí, Epitácio Pessoa. Mi bisabuelo fue el mejor Presidente de Brasil. Mis padres se están haciendo mayores y ya no usan la casa de Petrópolis, que pertenece al padre de Epitácio Pessoa, así que quiero convertirla en un museo para que la gente visite la ciudad, que está en las montañas, a una hora de Río.
“Con veinte años, conocí a mi primer marido y me casé. Celebramos la ceremonia civil en Londres y tuvimos una boda enorme en Brasil. Pero no funcionó”
—¿Por qué quieres hacer un museo?
—Creo que siempre debemos compartir con otras personas. Además, era la casa del Presidente cuando era joven, porque era la casa de su padre.
—¿Cómo defines tu carácter?
—Diría que soy una maniática del control; aunque esté en casa de otras personas, si veo algo torcido, lo arreglo —ríe—. Me gusta crear buen ambiente, hacer que la gente se sienta feliz y que haya buena energía. Soy diplomática y educada con todo el mundo y no me meto en política porque, entonces, se convierte en una guerra. Intento ayudar a todo el que puedo, siempre fui servicial en este sentido, incluso siendo muy joven.
“Mi segundo marido y padre de mis hijos, Graham Bourne, y su hermano mayor eran hombres de mucho éxito en el campo de los bienes raíces. Eran judíos ingleses con una increíble visión”
—Tienes una vida muy intensa, se te ve en todas partes del mundo.
—Resido en Mónaco, en un piso que también está repleto de arte. Viajo mucho por negocios, por cuestiones relacionadas con el arte y también porque soy embajadora de David Rothschild y su Fundación FondaMental Suisse, dedicada a apoyar la cooperación científica internacional en enfermedades psiquiátricas. También hicimos una gala el año pasado, en Mónaco, con A.M.L.A, en la que también se implica el príncipe Alberto, para ayudar a los niños más necesitados de América Latina, y ahora, además, soy embajadora de esta fundación.
“Resido en Mónaco y viajo mucho por negocios, por cuestiones relacionadas con el arte y también porque soy embajadora de David Rothschild y su fundación, dedicada a apoyar la cooperación científica internacional en enfermedades psiquiátricas”
—¿A qué se dedican tus hijos?
—Mi hija, Natasha Louise, tiene veintidós años y es artista. La han aceptado en una prestigiosa escuela de Nueva York, solo eran cuarenta y ella está entre ellos. En noviembre, viajaré allí porque hace una exposición y, luego, también en Sao Paulo, en Brasil. Mi hijo, Maximilian Edward, tiene veintitrés. Se graduó en Boston y se dedica al mundo de la informática y los ordenadores, es el toque de progreso.
“Mi hija, Natasha Louise, tiene veintidós años y es artista. Mi hijo, Maximilian Edward, tiene veintitrés. Se graduó en Boston y se dedica al mundo de la informática y los ordenadores, es el toque de progreso”