Entramos en el palacio familiar de los hermanos Francis y Alfonso de Palma Gastón. Ubicado en pleno centro de Écija, la majestuosidad del palacio, de origen mudéjar y asentado sobre un antiguo convento, hacen de este lugar, declarado bien de interés cultural, un enclave muy especial. Francis, artista y empresaria, nos recibe junto a su marido, Fernando Afán de Ribera Ybarra; tres de sus cuatro hijos, Fernando, Sol y Valle, nietos del marqués de Monterrico; su nuera Meredith Hansen; su nieto Fernando y su sobrina Cristina de Palma de Cárdenas. Nos da la bienvenida la portada en piedra, construida a finales del siglo XV, de dos cuerpos.
Una vez flanqueada la majestuosa entrada se accede al apeadero, donde a la izquierda se encuentran las caballerizas y, a la derecha, el patio central, desde el que se accede también al patio de los naranjos, con una fuente de piedra y una alberca que regaba la huerta del antiguo convento y que, según una antigua leyenda, conecta con un pasadizo que llega hasta el río Genil. Francis ha contribuido de forma notoria a embellecer el palacio, donde pasó su niñez, se casó hace treinta y seis años y vio crecer a sus cuatro hijos. Pronto el palacio volverá a vestirse de gala en la boda de su hijo Jaime con Araceli Oriol.
“Fue propiedad de los marqueses de Cuevas del Becerro, que edificaron la portada. En 1899 fue arrendado como parque de intendencia y ya a principios del siglo XX pasó a mi familia”
—Francis, ¿desde cuándo pertenece este palacio a tu familia?
—Mi padre lo adquirió por herencia de su padre, Alfonso de Palma Blázquez, quien la compró a los herederos de los marqueses de las Cuevas del Becerro. Y fue mi abuelo primero y posteriormente mis padres, pero, sobre todo, mi madre a quien le encantaban las obras, quien realizó una importante obra de rehabilitación.
—Se trata entonces de una casa con mucha historia.
—Sí, realmente la casa tiene muchísima historia, pues, si nos vamos a sus orígenes, en este lugar tuvo su residencia san Fulgencio, tercer obispo de Écija, que nació en Sevilla en el año quinientos cincuenta y seis y fue hermano de santa Florentina, de san Isidoro y de san Leandro, ¡cuatro hermanos santos!, y, además, sobrino de san Hermenegildo. Posteriormente, en este lugar se edificó el convento del Espíritu Santo, fundado en mil quinientos ocho, al principio, como beaterio y, posteriormente, como convento femenino de la orden dominica, que llegó a tener ciento sesenta monjas en el siglo XVII. Seguirá siendo convento dominico hasta la desamortización de Mendizábal (de mil ochocientos treinta y siete a mil ochocientos cuarenta y cuatro). El diecinueve de mayo de mil ochocientos ochenta y siete salen las últimas monjas del convento. Seguidamente lo adquirieron los marqueses de las Cuevas del Becerro, que edificaron la portada. En mil ochocientos noventa y nueve fue arrendado como parque de intendencia y es en este periodo donde sufre más deterioro, casi lo destrozaron, y ya a principios del siglo XX pasó a mi familia.
“He vivido en esta casa desde los catorce años, cuando pasó a manos de mi padre. Cuando me casé, me instalé aquí, en la planta baja, y aquí nacieron mis cuatro hijos”
—¿Cuántas construcciones componen el palacio?
—La casa se compone de una parte central con un patio, antiguo claustro de planta cuadrangular de dos plantas; la superior, donde se distribuyen los salones y dormitorios que se usaban durante el invierno, y la planta baja, donde también se sitúan los salones y dormitorios. Cuando era niña, en verano, nos mudábamos abajo, por lo tanto, era como una copia de la planta alta con salones, dormitorios y cocina. A la izquierda de esta zona central, se encuentran el antiguo patio de caballerizas y el edificio de las cuadras, compuesto de dos plantas: en la planta baja, se situaba el establo y, arriba, el pajar, que actualmente es un apartamento donde nos quedamos cuando no estamos toda la familia, pues estamos más cómodo que en la casa grande. A la derecha del patio central de columnas, se sitúa el patio de los naranjos, con una pequeña alberca que pertenecía a la antigua huerta del convento. A media altura, antes de llegar el agua, hay una cancela que conduce a un pasadizo que recorre toda Écija hasta llegar al río. A la derecha del patio de los naranjos, está el edificio de la bodega, donde mi padre tenía gran cantidad de barriles en los que envejecía vinos de La Rioja. Llegó a tener su propio vino: Añejo Tobías. A la derecha del patio de entrada o apeadero, se encuentra la casa de los porteros y pensamos que es en esta zona donde se ubicaba la antigua iglesia del convento.
—Este lugar está ligado a tu infancia y en él has vivido momentos muy importantes.
—He vivido en esta casa desde los catorce años, cuando pasó a manos de mi padre. Antes también vivía en Écija, pero en casa de mi abuela materna, en una casa no tan grande como esta, pero también muy bonita. Con nueve años, nos fuimos a estudiar a un colegio de Sevilla, pero volvíamos a Écija los fines de semana y las vacaciones. Cuando me casé, me instalé aquí, en la planta baja, y aquí nacieron mis cuatro hijos y vivimos doce años hasta que nuevamente nos tuvimos que volver a Sevilla por los estudios de los niños, aunque seguíamos viniendo todos los fines de semana. Las Navidades y Semana Santa las pasamos aquí.
Un patio muy vivido
—¿Cuál es tu rincón favorito?
—Mi rincón favorito es, sin duda, el patio de los naranjos, es una maravilla cómo huele en primavera, cuando se abre el azahar y, en verano, con las damas de noche y las celindas. Es el patio más fresquito y relajante por el sonido de la fuente y la sombra de los naranjos. Es también el patio donde más me gusta organizar reuniones y cenas y es el lugar donde, en las noches de verano, jugaban los niños… En fin, es un patio muy muy vivido.
—¿Qué significa esta casa para ti?
—Esta casa significa mucho para mí. Aquí me casé, viví mis primeros años de matrimonio y formé mi familia. Entre sus paredes han nacido mis cuatro hijos y han pasado su infancia correteando por todos lados, jugando a policías y ladrones, subiéndose a los árboles y haciendo mil trastadas. Además, dos de ellos se han casado aquí y próximamente lo hará el tercero. Es una casa donde he sido muy feliz.
“Hay muchas anécdotas con esta casa y sus fantasmas. En una ocasión me quedé encerrada mientras bañaba a mi hija pequeña, y, cuando vivían aquí mis abuelos, el cochero decía que en la pared de la bodega se aparecía una mujer vestida de negro”
—Eres artista y empresaria, ¿nos cuentas tu historia?
—Estudié Bellas Artes y me especialicé en Restauración de Obras de Arte. Estuve unos años realizando este trabajo, pero echaba mucho de menos pintar, así que dejé un poco de lado la restauración y empecé a pintar cuadros y a exponerlos hasta que descubrí, en un viaje con una amiga a Madrid, la pintura sobre porcelana. Me gustó tanto que nos vinimos de Madrid con un horno en el maletero y así nació mi pasión por pintar vajillas y creé mi empresa, Pintaporcelana (@pintaporcelana). Pinto platos, cuencos, fuentes, tazas, set de aperitivos… y también cristalería, todo por encargo, y últimamente también estoy modelando mis propios platos. Además, tres días a la semana comparto lo que sé con mis alumnas.
—Nos decías que tienes cuatro hijos…
—Sí, tengo cuatro hijos: dos chicos, Fernando y Jaime, y dos chicas, Sol y Valle, un nieto, otro por llegar y dos en el cielo. Y llevo treinta y seis años casada con Fernando Afán de Ribera.
El palacio, de dos plantas, se compone de una parte central con un patio, el antiguo claustro de planta cuadrangular y cuenta con catorce dormitorios y varios salones
—¿De dónde te viene tu vena artística? ¿Algún hijo tuyo la ha heredado?
—A mi padre le encantaba esculpir y dibujar y de mi madre tengo unos cuadros pintados por ella de unos gatos que son una monería. De mi abuela también tengo algunos cuadros de flores. En cuanto a mis hijos, la más artística es Valle. Empezó haciendo pendientes y broches con los restos de porcelana que me sobraban de modelar los platos, eran muy bonitos pero superfrágiles, así que pensó en otro material y ahora diseña en arcilla polimérica, que no pesa nada y no se rompe. Creó su propia marca (@vaem_handcrafted).
—¿Qué es lo que te inspira a la hora de diseñar?
—Me inspira todo y cada estación tiene su inspiración. En verano me encanta pintar corales, peces, barcos…, en fin, temas marinos. En otoño-invierno, setas, hojas, monterías y cacerías. En primavera, pinto insectos, hortalizas, frutas, pájaros… Y siempre pinto perros, porque me encantan, y gallinas y gallos, porque me divierten mucho.
—¿Cuáles son tus aficiones?
—Mi mayor afición es pintar, modelar, la costura, cuidar el jardín y el huerto, todo lo manual me encanta, soy incluso “la manitas” de casa. Por la noche, me gusta leer un buen libro. Mi pena es que el día no dure más de veinticuatro horas.
—¿Qué planes soléis hacer cuando estáis en Écija?
—Me encanta reunirme con los amigos de aquí, ir de tapas o reunirnos a cenar.
—¿Sueles recibir a amigos y familiares?
—Sí, me encanta que vengan mis amigos a casa, de hecho, vienen mucho, pero me gusta organizar todo sobre la marcha, en el mismo día, ir al súper, ver algo bueno y pensar: “Voy a llamar amigos para cenar o almorzar”. En casa son muy cocinillas, sobre todo, mi marido y los niños. También es muy divertido poner una mesa para una cena especial: decorarla, elegir el mantel, la vajilla, la cristalería…, pero no es mi día a día.
—Háblanos sobre los fantasmas que habitan la casa y las experiencias que habéis tenido con ellos.
—¡Ufff! Espero que ya no estén por aquí o, si están, que se queden tranquilos. Desde que vivían aquí mis abuelos, el cochero decía que en la pared de la bodega se aparecía una mujer vestida de negro. Él no le daba mucha importancia, la vieron muchas de las personas que trabajaban aquí, muchas se iban y no volvían, y, para no quedarse sin servicio, mis abuelos cerraron con una puerta la zona donde decían que se aparecía. Cuando vivían mis padres, también ocurrieron algunas cosas extrañas, pensamos que quizás fuera el romano que teníamos en una urna de piedra sujetando la puerta del comedor. Mi madre encargó un montón de misas por el alma de Maurus y también lo colocamos en una hornacina a la entrada de la escalera, un sitio más digno que sujetando una puerta.
“Mi mayor afición es pintar, modelar, la costura, cuidar el jardín y el huerto, todo lo manual me encanta, soy incluso “la manitas” de casa”, nos dice Francis
—¿A ti también te han pasado cosas?
—Sí. Cuando me casé y me instalé en la planta baja, también nos ocurrieron algunos sucesos extraños. En una ocasión me quedé encerrada en el baño mientras bañaba a mi hija pequeña, tuve que llamar a gritos a los porteros y tuvieron que romper un cuarterón de la puerta para poder liberarme. En otra ocasión, haciendo fotos por la parte de arriba, al pasar las fotos de la tarjeta al ordenador, en una de ellas apareció un montón de gente, había incluso niños, que, por supuesto, no estaban allí. Una vez, aunque suene muy raro, vino a casa un cazafantasmas dispuesto a dejarnos sin ellos, pero decidimos que mejor no hacer nada, puesto que tampoco son tan molestos. Cuando pasa algo raro, encargamos varias misas por sus almas y vuelve la normalidad. También algunos de nuestros amigos han tenido alguna experiencia extraña cuando han dormido aquí. Hay muchas anécdotas con esta casa y sus fantasmas. Una de las últimas fue unas Navidades, cuando a un amigo de mis hijos le salió volando el cuchillo de jamón, que se estrelló contra una pared, pero por lo general solo se dedican a abrir y cerrar puertas y grifos.