Entrar en el Palacio Domecq , ubicado en el corazón de Jerez de la Frontera (Cádiz), supone asistir a una magistral lección de historia sobre una de las dinastías más apasionantes de España. Aquí, podemos aprender que el primer Domecq en llegar hasta este rincón de Andalucía fue Pedro Domecq Lembeye, quien, en 1816, se instaló en la ciudad para hacerse cargo de las bodegas de su tío abuelo, Juan Haurie. Tras su temprana muerte al caer en un barreño de agua hirviendo, su hermano, Juan Pedro Domecq Lembeye, y su sobrino, Pedro Domecq Loustau, se vieron obligados a tomar las riendas del negocio. En 1874, este último elevó la reputación familiar al descubrir y comercializar el primer brandi de Jerez, hoy un elixir mundialmente conocido.
Todos ellos, acompañados de sus fascinantes mujeres, ayudaron a modelar el microclima social y cultural de este enclave único que hoy es “un lugar mágico e irrepetible”, en palabras de Marta Rodríguez Vera. La historiadora del arte, poseedora de una dilatada trayectoria forjada en Sotheby’s, el Museo Peggy Guggenheim de Venecia y el Museo Universidad de Navarra, está casada con un descendiente de la saga de los Domecq que, en 2013, recuperó esta joya arquitectónica tras cerca de dos décadas fuera del patrimonio familiar.
Esta joya arquitectónica, máximo exponente del barroco jerezano, tiene 5000 metros cuadrados, 78 ventanas, 42 balcones y 9 ojos de buey
Entonces, el palacio, máximo exponente del barroco jerezano del siglo XVIII, se enfrentaba, además de al paso del tiempo, a un ataque de carcoma y termitas. Por suerte, Marta Rodríguez Vera se propuso salvar este tesoro de aquella silenciosa marabunta de insectos y soñó con devolverlo al esplendor del pasado. Casi diez años después, la mecenas nos recibe en un renovado Palacio Domecq para demostrar que, al fin, lo ha conseguido.
—¿Cómo surgió la idea de adquirir, de nuevo, este santuario para los Domecq?
—Se presentó una oportunidad y todo fue encajando con naturalidad. La familia Domecq siempre ha tenido un fuerte sentido de la responsabilidad para preservar los bienes culturales y las tradiciones y, en lo posible, ponerlas al servicio de la sociedad para compartirlas y disfrutarlas juntos. Por tal motivo, este palacio está abierto al público desde este mes de junio. ¡Es una satisfacción muy grande!
—¿Qué fue lo que más le impactó cuando entró en él por primera vez?
—Su belleza y el gran potencial que encerraba. Me resultó impresionante el gran patio de columnas de mármol rojo procedente de la Toscana. Como historiadora, pensé que me enfrentaba a un gran reto y que iba a ser muy gratificante verlo mejorar día a día.
Pedro Domecq Lembeye, el primero en viajar a Jerez, entroncó con la realeza al casarse con la princesa Diana de Lancaster: “Aquí han estado los Reyes Fernando VII, Alfonso XII y Alfonso XIII, la Reina Victoria Eugenia...”
—Se ha encargado personalmente de la restauración. ¿En qué ha consistido el proceso?
—¡Llevamos casi diez años y aún no hemos parado! Desde el principio, vi claro lo que había que hacer y que lo más importante era conseguir un buen equipo en el que confiar para una tarea tan delicada. Los criterios en la restauración han sido siempre museísticos. Nunca desarrollamos falsos históricos. ¡Aquí el tiempo también pinta! Lo primero que se hizo fue atajar el ataque de xilófagos —insectos que se comen la madera—, que estaban devorando este gran patrimonio artístico. Luego, desinfectamos, restauramos y consolidamos artesonados, puertas, ventanas… Poco a poco, me fui embarcando en otras disciplinas, no sin dificultades, hasta tener un equipo de diez personas trabajando en diferentes tareas: desde la restauración a la organización del archivo y los vinos. ¡Sin olvidar su mantenimiento!
—¿Cuál es la historia de este lugar?
—Este palacio fue mandado construir en mil setecientos setenta y cinco por Antonio Cabezas de Aranda y Guzmán, marqués de Montana, quien logró amasar una gran fortuna gracias al desarrollo vinícola de Jerez. Sin embargo, falleció antes de poder habitarlo. En mil ochocientos cincuenta y cinco, lo compró Juan Pedro Domecq Lembeye, hermano del primer Domecq que llegó a Jerez. Él lo utilizó como su residencia e hizo algunas reformas. Desde entonces ha estado vinculado a la familia Domecq. A su muerte, en mil ochocientos sesenta y nueve, fue su hijo natural y heredero, Juan Pedro Aladro y Domecq, el que se instaló aquí. En mil novecientos catorce, tras su fallecimiento, su viuda, la condesa de Renesse, llegó a un acuerdo con la familia Domecq y su patrimonio jerezano a cambio de una renta vitalicia. Es por eso por lo que el palacio continuó entre los descendientes.
—¿Nunca pensó en tirar la toalla?
—No voy a negar que, al principio, la casa podía conmigo. Me sentía pequeñita ante tanto trabajo por hacer. Pero, con el tiempo, entendí que se trataba de una carrera de fondo. Sin duda, el hecho de tener un buen equipo que la amaba tanto como yo nos permitió que pudieran desarrollarse con fluidez los diferentes proyectos. No hemos tenido horarios. Cuando algo estaba saliendo, no parábamos, era como si nos raptaran las “musas”. Hoy en día, además de colegas, somos todos grandes amigos. Y seguimos muy en contacto.
—En estos años de arduo trabajo, ¿ha realizado algún hallazgo extraordinario?
—¡El desván! En él he encontrado tesoros de la familia como el soberbio retrato de Juan Pedro Domecq Lembeye firmado por Francisco Vadillo, o el repostero —tapiz con emblemas heráldicos— de la casa en un baúl que ponía: “Ropa de familia. Plancha”. Al abrirlo, apareció entre otras cosas inservibles. Después de varios meses y un excelente trabajo de restauración realizado por la Real Fábrica de Tapices, el repostero hoy cuelga en el despacho del marqués. También hemos recuperado recetas que hoy en día se cocinan en la casa y que encontramos en un antiguo recetario. Es una sensación maravillosa comer estos platos en el mismo lugar que cien años antes. También hemos comercializado el Brandy E, antes reservado solo a la familia. La E es de extra, especial, exquisito… ¡Eterno!
“Mis tres hijos han jugado al escondite en esta casa. He tenido la suerte de que se sintieran involucrados en mi trabajo y en el amor al arte”, nos desvela
—¿Cuáles son las obras de arte más notables del palacio?
—Los tapices flamencos del XVII que narran la historia del emperador Pompeyo, “El Grande”; la pintura sobre tabla del XVI llamada “El abrazo de San Joaquín y Santa Ana ante la Puerta Dorada”, que estaba en muy mal estado y cuyo proceso de restauración fue titánico, y la escultura neoclásica “Alegoría de La Paz”. Esta última es mi favorita. ¡Me inspira paz! Además, en alguna que otra ocasión me descubro charlando con ella. ¡Pensarán que estoy algo loca… y no se confunden! Al final, es testigo muda de todo lo que ha ido pasando entre estas paredes. Si pudiera hablar…
—Es un lugar enorme. Si se pierde, ¿dónde podríamos encontrarla?
—En el Patio de Montera. Por la mañana temprano, casi amaneciendo, se produce una luminosidad especial en esa parte de la casa, que da al este. La luz se entremete por diferentes sitios y ese patio se transforma. El ruido de la fuente, el frescor, el aroma de las flores y plantas… ¡Es mágico!
Un día en El palacio
—Por cierto, ¿ha contado cuántas habitaciones, ventanas y balcones tiene?
—La extensión del palacio es de unos cinco mil metros cuadrados en total. Solo el edificio tiene algo más de tres mil metros cuadrados. En la zona principal hay diez habitaciones con baño. Hay muchos salones, entre ellos, el que llamamos Salón de la Chimenea, Salón de Música, Salón de Invierno… Además de diversos despachos y salas de reuniones, hay un sinfín de baños. Solo en las fachadas se cuentan setenta y ocho ventanas, cuarenta y dos balcones y nueve ojos de buey, además de las numerosas ventanas y balcones del interior.
—¿Cómo es un día entre estas paredes?
—Como el de otra casa cualquiera, pero con mucho más trabajo, mucho más mantenimiento y sin olvidarnos de la resolución de problemas imprevistos.
—¿Tiene hijos? ¿Se divierten con las antigüedades?
—Sí, tres hijos que han jugado al escondite en esta casa. He tenido la suerte de que se sintieran involucrados en mi trabajo y en el amor al arte. Han sido testigos directos de todo el proceso de restauración. Un día, encontré a una de mis hijas, con apenas diez años, con la restauradora jefa. La estaba ayudando en la recuperación del árbol genealógico que hoy cuelga en la biblioteca. ¡Fue un momento emocionante!
—La familia Domecq entroncó con la realeza cuando Pedro Domecq Lembeye, el primer Domecq que llegó a Jerez, se casó con Diana de Lancaster, emparentada con la Familia Real inglesa. ¿Han desfilado otros invitados reales por aquí?
—Efectivamente. El primer Pedro Domecq se casó con la princesa Diana de Lancaster. Sus hijas también contrajeron matrimonio con miembros de la nobleza francesa: Diana era condesa de Maison; Adela, baronesa de Duquesne; Cecilia, condesa de Moreton-Chabrillan; Elisa, condesa Des Roys, y Carolina, princesa de Bethune. Por la casa y sus bodegas, han pasado numerosos miembros de la Familia Real española y de otras Familias Reales europeas. Por ejemplo, los Reyes Fernando VII, Alfonso XII y Alfonso XIII. Este último firmó un tonel junto a su mujer, la Reina Victoria Eugenia. También han estado la Reina María Cristina, don Juan de Borbón, las infantas María Cristina y Beatriz de Borbón y Battenberg, don Fernando María de Baviera y Borbón, el Rey Humberto de Italia, la princesa Ana de Inglaterra…
Carmen Núñez de Villavicencio, la fundadora de la dinastía española de los Domecq, fue una mujer piadosa y caritativa. Ahora se está iniciando el proceso de beatificación”, nos cuenta Marta Rodríguez
—De la saga Domecq, ¿cuál es su personaje predilecto?
—Juan Pedro Aladro Domecq, el hijo natural de Juan Pedro Domecq Lembeye, primer propietario de la casa, quien, tras una importante reforma, decoró el palacio con un fiel reflejo de su personalidad. Me parece un personaje adelantado a su época y poco conocido. Un hombre cosmopolita del siglo XIX que hizo muchísimo por el comercio de los vinos y del brandi de Jerez, del que ejerció de embajador por Europa. También fue diplomático, diputado, compositor, pintor, coleccionista, mecenas, campeón de esgrima, bibliófilo y un gran aficionado a los caballos de carreras. A su vez, llegó a liderar el movimiento independentista de Albania como legítimo heredero de la dinastía Kastriota Skanderbeg por vía materna. En definitiva, un personaje espléndido que trajo a Jerez el savoir faire del París del XIX, donde también tenía su residencia junto con Londres. Eso sí, siempre decía que su verdadera casa estaba aquí. En mil novecientos catorce, su viuda, la condesa de Renesse, llegó a un acuerdo con la familia Domecq para ceder su patrimonio jerezano a cambio de una renta vitalicia.
—También hay protagonistas femeninas, como Carmen Núñez de Villavicencio, la fundadora de la dinastía española de los Domecq.
—Efectivamente, Pedro Domecq Loustau, el descubridor del brandi de Jerez, fue el primer Domecq que se casó con una española. De su matrimonio con Carmen nacieron diez niños, que fueron los primeros Domecq españoles y jerezanos. Fue una mujer piadosa y caritativa. Su misión en la tierra no fue otra que atender a los pobres, a los que dedicó la práctica totalidad de su fortuna personal. Son innumerables sus obras benéficas. En épocas de paro estacional repartía cientos de raciones de comida entre los pobres. En una ocasión, ¡hasta dos mil raciones en un solo día! Sus grandes amores fueron el Corazón de Jesús, cuya imagen distribuyó en cientos de lugares de toda España, y la Virgen del Carmen. Una inmensa labor que le valió en mil novecientos veinte el título de primera marquesa de Domecq de Usquain y, en mil novecientos veintidós, el de hija predilecta de Jerez. Ahora se está iniciando el proceso de su beatificación.
“Si me pierdo, me pueden encontrar en el Patio de Montera. El ruido de la fuente, el frescor, el aroma de las flores y plantas...¡Es mágico!”, confiesa sobre su rincón favorito del Palacio Domecq
—¿Cómo descubrió Pedro Domecq Loustau el brandi de Jerez?
—Llegó a aquí en mil ochocientos cuarenta y dos. Tenía dieciocho años. Había recibido el encargo de elaborar quinientos barriles de alcohol de calidad excepcional, sin fijar límite de tiempo. Al cabo de dos años, consiguió un aguardiente de máxima calidad. La sorpresa fue mayúscula cuando el demandante de este pedido tan especial confesó la imposibilidad de hacer frente al pago. Pedro Domecq decidió rescindir el contrato y ordenó que toda esa cantidad de alcohol se almacenara en las botas de roble americano de la bodega. El tiempo pasó y, al cabo de cinco años, pidió una muestra. ¡Aquel líquido dorado y de fuerte aroma era extraordinario! Ese inusitado y fortuito descubrimiento fue el origen del primer brandi producido en España.
—El árbol genealógico de los Domecq es como un olivo centenario. Confiese, ¿se pierde con tanta rama?
—Le cuento un secreto. ¡Me sigo perdiendo entre tanto Pedro y Juan Pedro! Sin embargo, la restauración de este palacio, tan ligado a la familia, me ha ayudado a conocerlos mejor.
“La primera vez que entré aquí, me resultó impresionante el patio de columnas de mármol rojo procedente de la Toscana”
—¿Es sencillo mantener una propiedad de estas características?
—Hay que ir poco a poco y con objetivos claros. Puedo confesar que, al principio, me desesperé. El tiempo, la experiencia y un buen equipo te ayudan a priorizar. En definitiva, este palacio supone trabajo, pero, a su vez, mucha pasión e ilusión.
—Ha hecho mucho por el arte. Pero ¿qué ha hecho el arte por usted?
—Es mi trabajo, mi hobby, mi pasión. Tengo esa gran suerte de tenerlo todo en uno. Ahora lo importante es compartirlo con la sociedad y las nuevas generaciones.
—Este palacio es una especie de museo. Siendo historiadora del arte, ¿cuándo desconecta?
—Efectivamente, siempre que estoy aquí, mi ojo no descansa, porque hay mucho patrimonio que conservar y continúo supervisando que no se me pase nada. ¡Pero es una experiencia fantástica!
“¡Me sigo perdiendo entre tanto Pedro y Juan Pedro! - nos dice sobre la vasta dinastía domecq -. Sin embargo, la restauración de este palacio, tan ligado a la familia, me ha ayudado a conocerlos mejor”