Ante una persona como Jacques García, interiorista icónico del estilo francés y de la gran Francia, es difícil expresar otra cosa que asombro. Lujo, historia, encanto, paisaje, son el escenario de su brillante vida, que se refleja en su suntuosa residencia, el castillo Champ de Bataille, el reino de su inestimable imaginación creativa. Una gran síntesis de su vida y obra que se expresa en el castillo-palacio, en sus jardines y pabellones, a través de su estilo más espectacular. Jacques García resume su vida en este castillo, que no tiene igual. Mires donde mires, hay una pieza de singular belleza. Está enmarcado por cuarenta hectáreas de espectaculares jardines, que incluyen lagos, fuentes y piscinas. Es un honor cruzar sus puertas y conocer su historia a través de sus relatos.
—¿Cómo encontró Champ de Bataille?
—Visité el castillo por primera vez con mi padre, cuando tenía nueve años. Acababa de abrirse al público gracias a la ley Moreau, que desgravaba todos los gastos del castillo, con la condición de que se abriera. Mi padre me contó que durante la visita le dije que yo quería ser arquitecto, me preguntó por qué y le respondí: “Para hacer cosas tan bellas como esta”. E irremediablemente es algo que me ha marcado, también en el conocimiento, en mi reencuentro con el pasado o en mi resurrección. Creo que soy la resurrección de un hombre del siglo XVII, porque tengo un gran conocimiento de este período. Reconocí un obra maestra, obviamente, de manera inconsciente, cuando tenía nueve años.
“Lo construyó, en 1651, el duque de Créqui, que fue sentenciado a muerte y, después, condenado al exilio en estas tierras, por lo que hizo de este lugar una prisión de oro”
—¿Cuándo decidió comprarlo?
—Durante mi vida, hasta que lo adquirí, a los cuarenta años, visité a menudo el castillo, en mi camino entre París y Deauville. Me impactó ver morir este lugar, era como la bella durmiente del bosque. Imagina un hermoso lugar remoto donde todo se está destruyendo, el bosque tiene el mando sobre el jardín, y que, luego, alguien lo recupera, hace un campo de golf y se convierte en un hotel para japoneses. Por eso lo compré. Y me dije: “Me gusta el siglo XVII y el estado de la arquitectura me conviene, ya que no ha cambiado desde el siglo XVII”. Durante la adquisición, me propusieron un diseño de André Le Nôtre para este jardín y lo que más me motivó fue que aún quedaban tres habitaciones en buen estado y la escalera, pero, sobre todo, que Champ de Bataille tenía el efecto de un palacio.
—Efectivamente, este castillo es como un palacio, ¿qué diferencias existen?
—Le explico la diferencia entre un castillo y un palacio: en un castillo, vives en la planta baja y las habitaciones están en la planta baja, y en el palacio, subes las escaleras y las salas de estar están en el primer piso, como en Champ de Bataille. Había grandes espacios, salas con techo de siete metros y medio y el renacimiento de elementos suntuosos que habían desaparecido.
“En el salón rojo hay tres tronos extraordinarios: uno de María Teresa de Austria, esposa de Luis XIV; el del Gran Delfín, su hijo, y el de Felipe V, su nieto”
—Entonces, usted pensó hacer de este castillo el cofre de sus tesoros.
—Nos dimos cuenta de que la fecha de construcción anunciada era falsa. Decían que el palacio fue construido en mil seiscientos ochenta, cuando en realidad fue en mil seiscientos cincuenta y uno, y esto lo cambia todo: significa que no es una copia de los demás, es un palacio inventivo, construido diez años antes que Versalles y cinco años antes de Vaux-le-Vicomte. Es contemporáneo de dos lugares emblemáticos del siglo XVII, el Instituto de Francia y el castillo de Vincennes, que tienen el mismo arquitecto, Louis Le Vau. Esto hace que se entiendan mis pasiones por Versalles, el Instituto y Vincennes —donde viví con mis padres—, y es lo que quería hacer, un palacio. Había perdido las decoraciones y la ventaja es que así no habría ornamentos incorrectos. Yo guardaba muchos elementos arquitectónicos que venían de demoliciones, por ejemplo, de Versalles, o de hoteles parisinos, y muebles que venían de colecciones reales vendidos durante la Revolución Francesa. Así que quería poner todo eso en el cofre adecuado.
—¿Cómo empezó la restauración y la decoración?
—El comienzo fue sencillo: quería empezar desde la época de Luis XIV y llegar hasta el siglo XIX. Como he hecho casas contemporáneas y tengo una muy moderna, aquí quería hacer algo a contracorriente. No hay Jeff Koons, Picasso o Giacometti. Quería crear el ambiente que tuve la oportunidad de conocer en mi adolescencia, de casas aristocráticas que no han sido vaciadas en doscientos, trescientos o cuatrocientos años, y que han conservado los elementos no solo de una generación, sino de diez generaciones de propietarios, y no solo del propietario, sino también de todas las personas que han trabajado en la casa: tapiceros, arquitectos, pintores, etcétera. Este tipo de casas se encuentran en Italia, Alemania e Inglaterra. Desgraciadamente, en Francia, debido a las revoluciones, los impuestos de sucesiones, las casas se han vaciado de saber y suntuosidad.
“Para cada habitación tenía un elemento fuerte, tapices tejidos tres veces: por el Emperador de Austria, por el Rey de España y por el duque de Buccleuch, el hombre más rico de Inglaterra”
—Entonces, lo decoró con los elementos que tenía.
—Sí, tenía una pintura de plafonds pas de Vouet; una boiserie extraordinaria, que proviene de la destrucción de una parte de Versalles, de Luis XV, porque daba la impresión de que en esta casa, de mil seiscientos cincuenta a mil ochocientos cuarenta, el tiempo y el poder nunca se habían detenido. Y no hay más casas así en Francia. Por lo tanto, realicé una restauración. Tuve la suerte de tener una escalera sublime, diseñada por Gabriel, y la escalera del Trianon, que fue hecha para Madame de Pompadour, aunque luego fue utilizada por María Antonieta. Esta escalera, como la mía, está hecha bajo el reinado de Luis XV, pero pertenece ya a la época de Luis XVI, y también es el caso del comedor, donde, quitando las cuarenta capas de pintura, encontré el color original, del siglo XVIII. Luego está la gran sala de estar, donde encontramos el color original y restablecimos el estado de gran lujo de cuando el castillo estaba bajo el reinado de Luis XVI. El castillo lo construyó el duque de Créqui, que fue sentenciado a muerte y, después, condenado al exilio en estas tierras, por lo que hizo de este lugar una prisión de oro.
“Champ de Bataille se levantó diez años antes que Versalles y cinco años antes de Vaux-le-Vicomte. Es contemporáneo de dos lugares emblemáticos del siglo XVII, el Instituto de Francia y el castillo de Vincennes”
—Los salones que se entrelazan uno con el otro, cada uno con sus colores y joyas.
—Para cada habitación tenía un elemento fuerte, los tapices, comprados por el duque de Buccleuch, que han sido tejidos tres veces: por el Emperador de Austria, por el Rey de España y por el duque de Buccleuch, el hombre más rico de Inglaterra. Luis XIV no disponía de estos tapices porque se fabricaban en Bruselas y, en su momento, el embargo con el Rey holandés y el de Inglaterra prohibía traerlos a Francia.
—Los jardines y las fuentes quitan el aliento.
—Cuando compré el castillo, no tenía la idea de hacer este jardín. Al principio, solo quería mantener el jardín de forma clásica. Pero, un año después de la compra, hubo una tormenta y en las más de cuarenta hectáreas no encontré en pie ni siquiera un árbol. Al principio quise vender, luego reflexioné y tenía un dibujo de André Le Nôtre. Mi idea era recrear el jardín histórico. A quinientos metros teníamos unas ruinas y ahí usé los elementos originales de la cascada de Saint-Cloud, hecha para el hermano de Luis XIV.
“Decoré el castillo con elementos que tenía, como una “boiserie” extraordinaria que proviene de Versalles, de Luis XV, y muebles de colecciones reales vendidos durante la Revolución Francesa”
—¿Cuándo empezó a reconstruir todo?
—Hace treinta años, solo las plantas tardan veinte en crecer. Y aquí es donde la fuerza del espíritu es más fuerte que la fuerza del dinero. La fuerza del espíritu es la posibilidad de crear algo que será hermoso durante veinte años, y la del dinero es comprar algo que sea inmediatamente hermoso, por eso esto es una obra visionaria, como en el arte.