Paola Marzotto es una mujer fascinante. Elegante y con mucha clase, sorprende por su personalidad arrolladora y cercana. Las nuevas generaciones la conocen por ser la madre de Beatrice Borromeo, esposa de Pierre Casiraghi, y, por tanto, la consuegra de Carolina de Mónaco. Pero, desde mucho antes, su nombre es habitual en el universo de las mujeres más destacadas de la aristocracia y la alta sociedad. Descendiente del noble linaje de los fundadores de una de las industrias de moda más grandes de Italia —hace años, fueron propietarios de Valentino y Hugo Boss—, Paola es hija de la añorada condesa Marta Marzotto, todo un icono de estilo.
Fallecida en 2016, la legendaria aristócrata siempre será recordada por la huella que dejó en los más importantes círculos culturales, artísticos y sociales de todo el mundo. Marta se instalaba a menudo en Punta del Este, en su mansión colonial, Dama de noche, donde ahora nos recibe su hija, que construyó esta casa, en 2010, para su madre. “Ya pasaba en Punta conmigo la contratemporada (el invierno del hemisferio norte)”, recuerda Paola, que, como muchos europeos, se enamoró a primera vista de la Saint-Tropez de Uruguay.
“Mis hijos, sobre todo Carlo con su mujer, Marta (Ferri), y mis nietos, antes venían con más frecuencia, pero ahora es más complicado viajar… ¡Ya veremos!”
A pesar de poseer casas en diferentes ciudades del mundo, Paola se ha establecido definitivamente en este rincón, que considera su “paraíso”, aunque el precio sea estar lejos de sus dos hijos —Beatrice y Carlo Borromeo, quien vive en Italia con su mujer, la diseñadora Marta Ferri— y sus nietos. Efervescente y apasionada, Paola habla con entusiasmo de sus últimos proyectos en un perfecto “castellano-tano”, como ella misma denomina con humor su español con dejes uruguayos, trufado de palabras en italiano. Mujer de múltiples facetas a lo largo de su vida —periodista, modelo, diseñadora, política, fotógrafa...—, ahora dedica todos sus esfuerzos a la fotografía y al activismo por la preservación del planeta, como nos relata en esta entrevista.
“No puedo vivir en una ciudad”
—Paola, ¿por qué decidió mudarse aquí definitivamente?
—La tecnología nos permite trabajar desde donde queramos, ¡es una gran suerte! Y yo no puedo vivir más en una ciudad, una vida horrible, entre la polución, el tráfico, la violencia… Elegí Uruguay durante la segunda guerra del Golfo, para mí siempre fue evidente que Europa tenía grandes problemas. Muchas desigualdades, demasiadas. Ahora Uruguay se está llenando de europeos que se refugian aquí. Yo me quedo porque amo a mi país de adopción. Tengo amigos maravillosos que se han quedado, como yo, durante la pandemia. Compartimos valores y estilo de vida.
—¿Qué es lo que más le gusta de vivir en Uruguay?
—Está poco poblado, tiene muy lindos paisajes. Tiene un Gobierno estable, con un Presidente joven, Luis Lacalle Pou, que ha afrontado la emergencia de la COVID al comienzo de su mandato y se ha portado muy bien. Pero lo más fascinante de aquí es la luz. ¡Los amaneceres y los atardeceres son emocionantes!
“La decoración es relativamente minimalista, simple y, como se dice en Sudamérica, “canchera” ( cool). Como para la elegancia, el equilibrio lo es todo”, dice la consuegra de Carolina de Mónaco
—¿Cómo es esta casa?
—Es una mansión de estilo colonial, exagerada, como exagerada era mi madre, pero grandiosa, como era ella también. Para mí era un homenaje y para ella era su mausoleo. Lo decía en broma, pero es cierto. Es una casa perfecta para las reuniones con amigos, donde hemos pasado años maravillosos, celebrando bailes y fiestas. Ahora la aprovecho para las actividades de grupo de Eye-V Gallery —-su empresa, una galería global especializada en fotografía neonaturalista con sedes en Uruguay, Milán y Nueva York—, que reúne a artistas de todo el mundo.
—Su madre debía ser una gran anfitriona…
—Sí, aprendí de mi madre el papel de anfitriona. Se necesita mucha dedicación y mucho amor. Hay que querer compartir, hay que amar a tus amigos más que a ti misma, querer verlos felices, juntos y descubriéndose. En este deseo me identifico con mi madre y con mi padre, personas muy sociales. La vida social antes era diferente, pura vida y alegría. Ahora está monopolizada por los “trepas”y las marcas, con sus aburridos eventos. Para nosotros era puro disfrute.
“Esta casa es exagerada, como exagerada era mi madre, pero grandiosa, como era ella también. Para mí es un homenaje y para ella era su mausoleo. Lo decía en broma, pero es cierto”
—¿Cómo describiría la decoración, el estilo de ‘Dama de noche’?
—La decoración es relativamente minimalista, simple y, como se dice en Sudamérica, “canchera” (cool). Hay antigüedades y objetos de wunderkammer. Están mis colecciones de arte y platería criolla, rebenques (fustas), estribos, mates… Los muebles los he diseñado yo; plataformas, consolas, estanterías, mesas bajas en lonja, hechas por artesanos locales en estilo criollo… Hay arte contemporáneo, ya que mi madre, como toda mi familia, era mecenas y coleccionista. Mi abuelo paterno, Gaetano Marzotto, gran industrial italiano, instituyó el Premio Marzotto (1950-1968), y en casa hay obras de alguno de los ganadores de esa época, como Renato Guttuso, también de Franco Angeli, Giosetta Fioroni, Beatrice Caracciolo, fotografías de Julie Bergada y Ricardo Labougle y de gran tamaño de Uberto Gasche y Tony Meneguzzo. Pero el arte no es un símbolo de estatus, sino que acompaña a la decoración, como siempre ha sido en los siglos pasados. El concepto de decorativo para mí es fundamental. Yo sigo agregando piezas, aunque ahora, por suerte, ya no tenemos más paredes. Como en la elegancia, el equilibrio lo es todo.
“Tengo mi propia huerta; conduzco un coche eléctrico chino, relativamente barato y muy bueno, y vuelo muy poco, solo cuando voy a ver a mi familia”
—¿Sus hijos y sus nietos la visitan aquí a menudo?
—Mis hijos, sobre todo Carlo con Marta y mis nietos, antes venían con más frecuencia, pero ahora es más complicado viajar… ¡Ya veremos!
—¿Como es su vida ahora, a qué dedica más tiempo?
—Todos los días espero el momento bueno para fotografiar; la luz del este es increíble, pura y regala grandes emociones, así como la lluvia y la tormenta. Cada día es diferente. Para mí, que soy inquieta, es una forma activa de meditación. Además, estoy trabajando desde hace un año en una serie de fotografías que se llama ‘My Giverny’ (inspirada en los jardines que Monet representaba con toda su magia). Tengo un estanque lleno de nenúfares que sigo durante las diferentes temporadas en sus poéticas transformaciones. Mis fotos se pueden ver en Instagram, mi página es Paola Marzotto Eye-V Gallery.
“Soy activista ambiental de toda la vida. Mis padres paraban el barco y nos tiraban al agua para recuperar plásticos en el mar. Más tarde, mis hijos y yo quitábamos bolsas y bolsas de cigarrillos en la playa al lado de nuestra casa de Cerdeña… Pero no ha sido suficiente. Todos somos pecadores, no lo vimos llegar”
—¿Sigue diseñando?
—Sigo diseñando solo para mí y algunas personas especiales en mi vida. Tendríamos que adquirir menos ropa y ser más elegantes. El concepto de estilo se ha ido perdiendo. Las mujeres bien se visten como estrellas de “rock”. Nadie tiene en cuenta su físico. Las mayores se visten como si tuvieran veinte años. ¡Un poco de dignidad! Antes, entrabamos en Saint-Laurent o Valentino y salíamos hermosas, ahora tenemos que ser hermosas para poder ponernos la ropa. ¡Es ridículo!
—¿Cuál es su mayor lujo?
—El aire puro, la comida sana y el silencio son los grandes lujos del tercer milenio.
Hace dos años, Paola viajó a la Antártida y regresó en shock: “Pensaba que iba a visitar el último gran santuario de la Naturaleza. Me impactó la falta de hielo y el reducido tamaño de los icebergs. Viajé en un rompehielos, pero no había hielo que romper”
—Hace dos años, a comienzos de la pandemia, hizo un viaje revelador a la Antártida. ¿Qué fue lo que más le impactó?
—Fui a la Antártida porque mi hijo, Carlo, y su mujer, Marta, habían ido de luna de miel en dos mil trece. Carlo insistió mucho en que fuera y reservé el viaje dos años antes, pensando en visitar el último gran santuario de la Naturaleza. Lo que más me impactó fue la falta de hielo, el reducido tamaño de los icebergs. Por no hablar de la ausencia de animales. Viajé en el rompehielos National Geographic Explorer, pero no había hielo que romper. Yo esperaba caminar sobre el pack (mosaico de hielo), pero no había pack. Los mozos filipinos del barco me decían: “Señora Paola, estuvimos en esta bahía hace dos años, los icebergs eran inmensos y ahora…”. Fue un gran shock.
—¿Así fue como surgió la exposición de fotografía que en febrero la trajo a Madrid?
—Sí, a partir de ese momento, comenzó a tomar forma en mi cabeza Antarctica, Melting Beauty (”Antártida, la belleza que se derrite”), que se transformó en un proyecto artístico cuando me invitaron a participar en el pabellón de Italia de La Bienal de Venecia, en dos mil veintiuno. Casi al mismo tiempo, María Teresa Arredondo Waldmeyer, de la Universidad Politécnica de Madrid, organizó un concurso de fotografía naturalista con mi hashtag de Instagram, Better Earth than Mars (‘Mejor la Tierra que Marte’), y una exposición fotográfica en la Escuela de Minas y Energía, en Madrid. La exposición fue muy bien recibida por el público y seguirá dando la vuelta al mundo. Son fotografías que tomé con mi iPhone. Me parecía necesario mostrar lo que vi porque es un viaje carísimo y yo tuve el privilegio (aunque terrible) de poder constatar la destrucción con mis propios ojos.
“Me parecía necesario enseñar lo que vi, es un viaje carísimo y yo tuve el privilegio (aunque terrible) de poder constatar la destrucción con mis propios ojos”, asegura sobre las fotografías, que realizó con su móvil, y que componen la exposición “Antártida, la belleza que se derrite”
—¿Qué nos puede contar de su proyecto Eye-V Gallery?
—Soy activista ambiental y de los Derechos Humanos de toda la vida, pero no hay mucho tiempo. Hay que moverse y hacerlo rápido. Hay que parar de consumir, volar en avión lo mínimo indispensable, firmar peticiones, activarse en todos los campos. Por eso he creado Eye-V Gallery, una empresa cultural que funciona como una fundación, promocionando artistas que tengan una gran conexión con la Naturaleza. Solo descubriendo la belleza, la armonía, la perfección del mundo natural, podemos querer salvarlo y, con ello, salvarnos los seres humanos.
—Como dice, siempre ha sido una persona comprometida con el medio ambiente, incluso llevaba a sus hijos a limpiar las playas durante las vacaciones…
—Mis padres paraban el barco y nos tiraban al agua para recuperar plásticos en el mar. Más tarde, mis hijos y yo quitábamos bolsas y bolsas de cigarrillos en la playa “Rushka”, al lado de nuestra casa de Cerdeña. Lo mismo hacíamos en la estancia de su padre, “Costarossa”, donde se criaron. Pero no ha sido suficiente. Somos todos pecadores, no lo vimos llegar. Nunca hubiera pensado que la situación fuera tan grave.
“Me quedo en Uruguay, amo a mi país de adopción, es poco poblado, tiene hermosos paisajes y la luz es fascinante. Los amaneceres y atardeceres son emocionantes”
—¿Qué gestos o medidas toma usted en su vida diaria?
—Tengo mi propia huerta; he cambiado mi coche por un BYD chino eléctrico, relativamente barato y muy bueno; me convertí por tercera vez en vegana, aunque tuve que renunciar porque me afectaba a la salud. Vuelo muy poco, solo cuando voy a ver a mi familia, hijos y nietos. En mis chacras estoy haciendo rewilding: he plantado dos mil árboles nativos y sigo agregando especies. Cuando se reconstruye un equilibrio, los problemas desaparecen.