Forman uno de las matrimonios más atractivos e interesantes del mundo del arte. Ella, Stéphanie Busuttil, es la fundadora y presidenta de la Fondation César. Sí, ese gran escultor francés que, además, es el creador del trofeo premio cinematográfico que lleva su nombre. Él, Sébastien Janssen, es dueño de la reconocida galería de arte contemporáneo Sorry We’re Closed. Viven en un palaceteen Bruselas. Durante años se habían cruzado en numerosas ocasiones sin en realidad verse. Un día por fin “se vieron” y entonces comenzó su historia de amor.
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“Los dos estamos en el mundo del arte —dice Sébastien—, así que nos conocíamos. A mí Stéphanie siempre me gustó, pero (risas) ella no se fijaba en mí. Total, que hace trece años coincidimos trabajando en la feria FIAC (Foire Internationale d’Art Contemporain) en París y consecuentemente pasamos mucho tiempo juntos. De pronto, ella tuvo que ausentarse por trabajo y me di cuenta de lo que la echaba de menos. La llamé por teléfono y se lo dije. Así empezó todo”. “Teníamos amigos en común —continúa Stéphanie—… Pero le veía sin ver, hasta que en una cena en esa feria, en 2008, entró en aquel salón y… ¡le vi! Recuerdo perfectamente que llevaba un traje de franela gris. Fue un coup de foudre”.
Construido en 1909, tiene más de setecientos metros cuadrados, cuatro pisos y está en uno de los barrios más exclusivos de la capital belga
Todo fue muy rápido a partir de entonces. Los dos estaban en una edad en la que sabían exactamente lo que querían. Y, aunque se han creado en medios distintos: ella, en Francia; él, en Bélgica, tienen exactamente los mismos gustos: el arte, organizar y visitar exposiciones o museos, viajar y conocer a gente interesante. “Decidimos casarnos casi enseguida —comenta Stéphanie—. En París, en la alcaldía, y luego, en la catedral en Sevilla, porque es una ciudad que yo llevo en el corazón (durante diez años no me he perdido la feria) y era una forma de compartirla con nuestros seres queridos. Resultó una idea magnífica”.
Es la presidenta de la Fondation César, que creó en 2012 para preservar y difundir la obra del gran escultor, autor del trofeo que lleva su nombre, con quien compartió los últimos diez años de su vida
Como Stéphanie vivía en París y Sébastien, en Bruselas, decidieron al principio de su relación tomarse un tiempo para ellos solos. Ser felices y disfrutarse mutuamente. Su hijo Édouard llegó muy pronto y, según Stéphanie, fue “la guinda del pastel”. Pero había que volver a la realidad y acordaron establecerse en Bruselas. “Cuando la vida coloca en tus manos una fundación —afirma Stéphanie—, te dices: ¡oh, no!, pero enseguida comprendes que tienes la gran suerte de poder hacer esta labor de divulgación. La suerte de mantener viva la obra de César —que ya no está con nosotros— y, además, hacerla conocer a una nueva generación es un trabajo apasionante”.
La pareja se casó en la catedral de Sevilla “porque Sevilla está en mi corazón —comenta Stéphanie—. Durante diez años nunca me perdí su feria y quería compartirla con mis seres queridos en ese momento tan feliz de mi vida”
César, que era carismático y muy creativo, fue tan popular en el siglo pasado como lo fueran Dalí o Picasso. Tenía más de sesenta años cuando se encontraron en 1989 en un evento en el sur de Francia. “Yo tendría veintitrés o veinticuatro, no recuerdo muy bien— continúa Stéphanie—. Él estaba con dos amigos. Eran los tres muy simpáticos y me reí mucho con ellos. “Ven a verme un día a mi atelier”, dijo César. Y fui. Yo había empezado a trabajar en París para Karsten Grave, una galería de arte muy importante. Era mi primer trabajo. Siempre me habían gustado las cosas bonitas y había estudiado en Londres. César tenía un sinfín de invitaciones cada día y me preguntaba: “¿Qué haces esta noche?”. “Nada”, respondía yo (risas), porque no tenía ningún plan. “Entonces, acompáñame a la ópera”. Y yo iba”.
Por aquel entonces, Stéphanie aún vivía con sus padres y César, afable y gregario, era requerido en todas partes. Ella se convirtió en su compañera habitual y, de forma natural, acabó compartiendo su vida a todos los niveles. En lo profesional, su presencia fue decisiva, ya que enseguida el artista dejó toda la parte logística en manos de Stéphanie. “Fueron diez años extraordinarios, hasta que él murió en 1998. Creo que tuvimos mucha suerte los dos. Él, al encontrarme a mí, encontró a alguien que podía ocuparse de la continuidad y difusión de su obra, y que además le gustaba hacerlo. Y yo, porque fue un periodo verdaderamente formidable de mi vida”.
A partir de entonces, Stéphanie se dedicó a mantener en actualidad el legado de un artista que en vida tuvo los mayores reconocimientos, exposiciones retrospectivas en todo el mundo y gran cantidad de premios. A Stéphanie le parece muy interesante hoy en día hacer colaboraciones, como la última que ha hecho con Céline de la compresión colgante en plata dorada, porque César ya lo hacía en su tiempo. ”Para él no existían las fronteras. Como comenzó a ser artista en los cincuenta/sesenta, todo el mundo aún seguía viviendo en Montparnasse. Compartió inmueble con Alberto Giacometti , que era su amigo. Fue profesor en la Escuela de Bellas Artes y muchos de sus camaradas eran arquitectos, decoradores, diseñadores de moda y todos ellos colaboraban entre sí”.
“Nos divirtió tremendamente reconstruir la casa. En el bajo está la fundación y, en los diferentes pisos, la vivienda… Casi como una especie de loft en que todo se comunica fácilmente. ¡Una gran suerte!”
En los últimos doce años, desde que Stéphanie comparte su vida con Sébastien, tiene en él un grandísimo apoyo. Considerado un descubridor de talentos, tiene una galería, Sorry We’re Closed , que es un referente. “El arte me ha interesado desde siempre y siempre lo he coleccionado, incluso —dice Sébastien— durante un tiempo colaboré con mi hermano en su galería. Pero, cuando me trasladé a vivir a París con Stéphanie, como no podía estar presente, creé una gran vitrina a pie de calle en la que se exponía la obra de un autor. Cambiaba cada dos meses. En realidad, era un escaparate iluminado las veinticuatro horas para interesar al posible comprador. Como yo no estaba presente —pero atendía las llamadas—, le puse el nombre de Sorry We’re Closed (“Lo siento, estamos cerrados”)”.
El nombre funcionó tan bien que cuando regresaron a vivir a Bruselas, especialmente porque Sébastien no quería estar muy lejos de sus dos hijos de su anterior matrimonio, el nombre continuó. De la vitrina pasó, con el tiempo, a su actual espacio de 400 metros en un palacete del XIX. “Estoy siempre buscando nuevos talentos en sus ateliers, con recomendaciones de otros artistas, en las ferias… Suelo tener unos 15 o 20 al tiempo. Los represento en Bélgica, a veces también en Europa. No quiero tener más. Me gusta acompañarlos en sus primeros pasos y promocionarlos en todo el mundo, en las ferias y a través de mis contactos. Más tarde, si llega un punto en que quieren crecer mucho más, los animo a hacerlo. No tengo ego. Tengo una relación muy próxima con todos ellos y me enorgullezco de su éxito”.
“Fueron diez años extraordinarios hasta su muerte en 1998 —recuerda Stéphanie de César Baldaccini—. Él tuvo la suerte de encontrarme a mí para ocuparse de su continuidad. Yo tuve la suerte de encontrarlo a él porque fue un periodo formidable en mi vida”
Un marchante de arte que casi parece un mecenas. Colecciona sus propios artistas porque, según él, si no los quiere ver en sus paredes, ¿cómo va a hacer que otros los quieran? Nunca representa a alguien que no le guste, aunque sea muy rentable, y tampoco vende sus propios cuadros del artista. “No estoy en esto por el dinero”, afirma. “Stéphanie y yo trabajamos mano a mano. Incluso compartimos mesa, uno enfrente del otro. Le aconsejo y ayudo en la fundación, pero ella es la jefa. Me aconseja y ayuda en la galería, pero ahí yo soy el jefe. Viajamos juntos constantemente y siempre tenemos algún nuevo proyecto entre manos”. “Hemos tenido la gran suerte de encontrarnos —añade Stéphanie—, creo que Sébastien es la persona perfecta para mí y yo para él. La guinda del pastel es Édouard”. Los tres comparten esta casa de más de 700 metros que encontraron cuando buscaban un apartamento. Construida en 1909, su última dueña alquilaba habitaciones a estudiantes y estaba en un estado lamentable.
Sébastien recuerda cuando, a los dieciséis años, su madre, casada con el embajador belga, en Costa Rica-Nicaragua-Panamá, tenía siempre sobre la mesa la revista ¡HOLA!: “Mejoraba su español con ella y yo ojeaba las páginas fascinado por las elegantes mujeres españolas y sus historias de amor”
“Cuando llegamos había un chico tocando el contrabajo en su alcoba, el ambiente era artístico, con muy buena onda —recuerda Stéphanie con una sonrisa—. Fue un flechazo. Inmediatamente imaginé las dos estanterías del salón —tal como están ahora— y prácticamente todo demás. Al salir nos miramos los dos y dijimos: “¡Sííí!”. Hicimos una oferta en quince minutos”. Stéphanie añade: “La casa estaba en muy mal estado y ofrecimos una cantidad baja porque pensamos que aquello sería el principio de las negociaciones. Pero la dueña dijo que sí inmediatamente y la compramos. Es nuestro primer proyecto juntos y nos divirtió tremendamente reconstruirla. Es, además, sumamente práctica. En el bajo está la fundación. Y en los diferentes pisos, la vivienda… Casi como une especie de loft en que todo se comunica fácilmente. ¡Una gran suerte!”.
“Hemos tenido mucha suerte de encontrarnos Sébastien y yo. Creo que es la persona para mí y yo para él. La guinda del pastel es nuestro hijo Édouard”, dice Stéphanie
Es una casa fabulosa también para recibir. La palabra suerte de nuevo está presente en el vocabulario de sus dueños, aunque, en realidad, además de la suerte, la dedicación, la constancia, la experiencia en el trabajo que realizan tiene mucho que ver con el éxito de todo lo que tocan.
Más de tres kilos de bronce pulido para premiar a las estrellas del séptimo arte
- En 1975, Georges Cravenne creó L’Académie des arts et techniques cinéma para recompensar los trabajos artísticos más remarcables del cine francés.
- El trofeo es una compresión de objetos metálicos concebida en 1976 por el escultor César Baldaccini, amigo de Georges Cravenne, a los que el propio escultor da su nombre.
- Se trata de unas piezas vacías en bronce natural pulido. El primero se realizó en 1977. Tiene una altura de 29 centímetros sobre una base de ocho por ocho centímetros y un peso de tres kilos y seiscientos gramos. Se realizan cada año en la fundición de arte Bocquel en Normandía.