Ha comenzado la cuenta atrás para una de las bodas más esperadas de la temporada. Este sábado, Victoria López-Quesada y Enrique Moreno de La Cova se dan el 'sí, quiero', en un enlace que reunirá a la alta sociedad española y al que se espera que asistan miembros de la Familia Real.
Ella es hija de Pedro López-Quesada y Cristina de Borbón-Dos Sicilias -y ahijada del rey Felipe VI-, y él es hijo del sevillano Enrique Moreno de la Cova Maestre y la pintora Cristina Ybarra y Sainz de la Maza, quien nos abrió las puertas de su espectacular palacio de Portocarrero en un reportaje que recordamos a continuación.
A la tenacidad de Cristina Ybarra Sainz de la Maza se debe en buena medida la recuperación de una joya como el palacio de Portocarrero, en Palma del Río (Córdoba), que de las ruinas ha pasado a tener de nuevo el brillo de otros tiempos. La pintora y su marido, Enrique Moreno de la Cova, han hecho de la restauración de este lugar, vinculado a la familia del empresario y ganadero desde hace seis generaciones, un precioso proyecto de vida y un legado para la siguiente generación, sus tres hijos, Cristina, Enrique y Leopoldo. Junto a su hija, la artista recorre y nos muestra los mágicos rincones de un lugar testigo de la historia, donde la memoria nos transporta a tiempos pasados y el presente a los inolvidables momentos en familia. “No recuerdo exactamente el año en el que empezamos a vivirlo, pues comenzamos desescombrando en 1989 y dedicamos varios años a ir acometiendo todos los tejados en su conjunto para salvarlo”, nos cuenta nuestra anfitriona, elegante y bella abuela de dos nietos. “Cristina tiene mucha personalidad, es cautivadora y alegre, creativa y una madraza de dos nietos maravillosos que adoro”, nos dice la pintora, cuyo tatarabuelo fue cofundador de la Feria de Sevilla.
—Cristina, ¿desde cuándo pertenece el palacio de Portocarrero a tu familia?
—El palacio pertenece a la familia de Enrique, mi marido, desde el siglo XIX. Compran el palacio en subasta pública tras ser la residencia del duque de Híjar. Es curioso que desde hace más de setecientos años ha estado habitado. Veintiuna generaciones de la primera familia (los Bocanegra y sus descendientes, Portocarrero, Fernández de Híjar y Silva) y seis generaciones de la familia actual. Anecdóticamente, mi abuela materna, María Cristina Falcó y Álvarez de Toledo, estaba emparentada con la familia anterior.
—¿Cuál era su estado cuando llegó a vuestras manos?
—Una ruina absoluta, pero de una gran belleza y única, porque se trata de un alcázar que conserva su recinto amurallado del siglo XII. Por un lado, se encontraba en mal estado por el terremoto de Lisboa, y por otro, fue arrasado en la república. Cuando nos casamos, decidimos acometer la restauración como proyecto vital.
—Lleváis treinta años restaurándolo.
—La salvación del patrimonio es un proyecto de vida. Es una obligación transmitir lo que se hereda, pero hemos querido devolverle su esplendor. Ha sido un esfuerzo titánico que transmitimos a la siguiente generación. Llevamos aproximadamente un un ochenta por ciento de la restauración. Seguimos cada año acometiendo mejoras, como, por ejemplo, este pasado año, la restauración de alguna torre del recinto y la ampliación del jardín con una colección de cítricos. La siguiente generación seguirá, sin duda, en el empeño.
—¿Y termina alguna vez? Porque mantener un lugar histórico como este palacio implica estar noche y día pendiente.
—Realmente no es solo mantener, sino seguir restaurando y mantener. Efectivamente, es una responsabilidad, pero que tomamos con mucha ilusión y entrega. Tras años de comenzar a restaurarlo, se declaró todo el recinto Bien de Interés Cultural, lo que permitió que se protegiese un poco más el entorno.
—¿Cuál es la suerte de tener un lugar así?
—Es una suerte poder haberlo salvado de desaparecer y recuperar el patrimonio y compartirlo con la familia, los amigos y, por supuesto, a través de las visitas o eventos con todos aquellos que quieran conocerlo.
—Portocarrero es una casa particular desde hace siete siglos.
—Sí, siempre ha sido una casa habitada y lo sigue siendo. Eso es lo que lo hace un lugar aún más auténtico.
—¿Qué extensión tiene?
—Aproximadamente una hectárea. Cuenta con varios patios renacentistas porticados, pasadizos…
—¿De cuándo data el palacio? ¿Cuál es su origen y su historia?
—Los orígenes son romanos. Según se recoge en un libro de historia de España de Rodrigo Méndez de Silva, de mil seiscientos setenta y cinco, el cónsul y gobernador romano Aulio Cornelio, en la confluencia de los ríos Genil y Guadalquivir, funda aquí Palma del Río, en el siglo II, y rodea su residencia de murallas de ‘fortísima argamasa’. Las únicas murallas de toda la zona en la confluencia de los dos ríos son las del palacio. Las que vemos son almohades del siglo XII. Por otro lado, es crisol de civilizaciones: romana, árabe, judía y cristiana. Dentro del recinto amurallado se encontraba hasta una sinagoga y hemos recopilado crónicas sobre todas ellas a su paso por el lugar. La alcazaba es del siglo XI; las murallas, como decía, del XII, y el palacio en su mayoría es del siglo XVI, conservando algún salón del XV, como el comedor donde se casó el Gran Capitán. El balcón plateresco de Hernán Ruiz, del XVI, marca ya la época donde el carácter defensivo da paso a otra etapa en la cual el monumento principal y origen del lugar se asoma y preside la plaza Mayor.
—Es un lugar único y repleto de historia. Aquí estuvieron los Reyes Católicos y se casó el Gran Capitán.
—Sí, es único pues supone un auténtico universo en sí mismo. No solo es un palacio, sino un alcázar con sus torres y murallas, casa habitada, lugar vinculado a personajes de primer nivel de la historia de España (estuvieron, entre otros, los almirantes Bocanegra, los Reyes Católicos, el Gran Capitán, y nació el cardenal Portocarrero…) y, además, es historia, arte, cultura, ejemplo de salvación de patrimonio, escenario de películas y es Naturaleza a través de sus jardines hispano-mudéjares, con una colección de más de cuatrocientos cítricos clasificados.
—El palacio también ha sido escenario de rodajes como El reino de los cielos, de Ridley Scott. ¿Cómo recuerdas aquellos días?
—Contactamos con la productora e inmediatamente vinieron a ver el espacio y decidieron rodar aquí. Desde el principio, Enrique dio todas las facilidades para que se rodase en Palma del Río. Fue un mes de preparativos y seis días de rodaje.
—¿Alguna anécdota que se pueda contar?
—Me pareció Ridley Scott un magnífico profesional e incansable. A todos nos encantó conocer a los actores. Orlando Bloom hablaba poco, pero Liam Neeson era muy cercano y natural. Cuando alguien le pidió que entrara a saludar a la infanta Elena, que vino a ver el rodaje; era tarde y, al haberse ido a descansar, se confundió y me saludó a mí con una simpática reverencia teatral.
—¿Y ha habido más oportunidades de que fuera escenario natural de más proyectos de cine?
—Se ha rodado alguna otra película y hace poco nos contactaron para estudiar el rodaje de otra gran serie.
—¿Cuál es tu rincón favorito? ¿Qué parte disfrutas más del palacio?
—Yo disfruto de todo el palacio. Por supuesto, mis rincones preferidos son el estudio y los jardines y, en invierno, los salones, donde nos reunimos toda la familia. Es un lugar de reunión, pasamos temporadas, celebramos la Navidad y es una excusa perfecta para unir a la familia.
—Te ocupaste de diseñar los jardines de los que hablas.
—Sí. He diseñado el jardín hispano-mudéjar sobre un pago de huerta centenario. He conservado todos los naranjos centenarios de la variedad autóctona cadenera que existían, respetando el sistema de riego almohade, con la alberca, los almatriches, etcétera. Y sobre eso, en la que yo llamo ‘la ciudad de la naranja’, he atesorado unas cuatrocientas variedades clasificadas traídas de muchas partes del mundo: España, Italia, Francia, Australia, China, Japón… Me hace ilusión crear en el corazón de Andalucía un jardín referente de cítricos por la cantidad de variedades y belleza.
—Tu estudio de pintura ocupa el antiguo salón de baile, ¿es un punto más de inspiración?
—Fue salón de baile, también conserva unas letrinas que hemos restaurado y, antes de usarlo como estudio de pintura, fue ambientado como hospital en la película de Ridley Scott. No me inspira precisamente que fuera un salón de baile, me inspiran más los jardines, el entorno, la arquitectura y la luz…
—¿Qué supone residir en un palacio de estas características?
—Mucho trabajo, mucha ilusión por continuar el proyecto, un lugar para vivir en familia y, para mí, como pintora, una gran fuente de inspiración continua.
—¿Dónde se refleja aquí tu alma de artista?
—El dirigir la restauración, diseñar los jardines, tener mi estudio de pintura aquí, me ha permitido manejar distintas disciplinas. Ha sido y es muy enriquecedor.
—¿Qué es lo que más aprecias en la vida?
—Valoro la actitud, que creo que es lo que marca la diferencia; el tener proyectos, y un propósito que aporte. Creo que hay que hacer, echarle pasión y pensar a lo grande... El camino honra y, como diría Marañón: “Vivir no es solo existir, sino existir y crear, saber gozar y sufrir y no dormir sin soñar…”.
Habla su hija, Cristina
—Cristina, ¿tú has crecido aquí?
—Yo crecí en Sevilla, pero veníamos mucho a Palma y recuerdo la obra permanente. Acompañaba a mi madre a viveros, a anticuarios… Bueno, seguimos con ella, ¡pero ya es otra cosa!
—¿Qué atesoras de tu niñez entre estas paredes?
—Esta casa siempre ha sido un sitio de celebraciones, recuerdo muchas reuniones familiares y de amigos. También cuando se rodó la película El reino de los cielos. ¡Yo quería ser un extra, pero tenía ‘braquets’ y esos en la Edad Media no abundaban!
—Soléis hacer aquí muchas reuniones familiares.
—¡Muchas! Y seguiremos haciendo, si Dios quiere, muchos años más.
—Te casaste en el palacio, en dos mil diecisiete, ¿qué recuerdos tienes de ese día?
—Imagínate, ¡una verdadera pasada! No es porque yo fuese la novia, ¡pero es la mejor boda en la que he estado! Ja ja ja...
—¿Qué es para ti lo más valioso de este palacio?
—Para mí, el mayor valor es haber restaurado la casa y seguir disfrutando de ella.
—¿Cuál es tu lugar favorito de Portocarrero?
—El salón de la chimenea. Fue el primer cuarto que recuerdo. Y donde haya una buena chimenea…
—¿Qué nos puedes decir de tu madre? ¿Qué admiras de ella?
—Buf, mi madre es un portento de la naturaleza. Tiene un gran sentido de la estética que se puede ver tanto en su arte como en el diseño del jardín, la decoración de una casa o incluso en cómo es capaz de organizar cenas de sesenta personas.
—¿Qué crees que has heredado de cada uno de tus padres?
—De mi madre, con algo de suerte, un poco de su creatividad. De mi padre, las ganas de divertirme y el sentido de la familia.
—Aunque vives en Viena con tu familia, ¿vienes a menudo?
—Intentamos venir todo lo que podemos, aunque haya sido un año complicado para viajar.
—Te trasladaste hace poco allí y has vivido en muchos lugares…
—En Viena llevamos un año y medio solo. Antes estuvimos viviendo en Londres. Tuve la suerte de estudiar una carrera que me permitió viajar mucho. Estudié en Madrid, París, Nueva York y Londres. Después trabajé en Miami un año.
—Hace poco diste rienda suelta a tus genes de artista.
—Me dedico a hacer estampados para moda y casa. Nada que ver con la carrera que estudié.
—Porque originariamente estudiaste Empresariales, ¿qué ocurrió para cambiar?
—Desde pequeña tenía claro que quería hacer algo creativo. Estudié Empresariales, ya que no sabía aún qué es lo que quería hacer y siempre es una buena formación. Después, hice varios cursos que confirmaron mis ganas de dedicarme a esta nueva profesión.
—¿Has encontrado entonces tu pasión?
—¡La he encontrado! Esto es el principio y tengo muchas ganas de ver qué clase de cosas diseño en varios años.