Felipe Morenés y de Giles, marqués de Villarreal de Burriel, no ha olvidado cómo era la vida sin turistas en Doñana, hoy reserva de la biosfera y antes coto de caza, de la que fue propietario, junto a su familia, hasta 1980. “Es un lugar idílico para pasear a caballo y un paraíso para todo aquel amante de la Naturaleza”, recuerda. Hoy, el jinete y ganadero nos recibe junto a su esposa, Rosario León y Domecq, y sus hijos, Tomás, Felipe y Consuelo, en su particular coto. ‘Finca Berango’ es una extensa propiedad ubicada en la campiña de la localidad gaditana de Jerez de la Frontera, donde este empresario regenta, junto a su hijo Tomás, su propia yeguada de caballos hispano-árabes, considerada una de las mejores de España, y revisa el último proyecto de su hija: la viña y la bodega con las que pretende reeditar el éxito de sus antepasados.
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El aristócrata, una auténtica personalidad en Jerez, ligado a maestranzas, órdenes militares y academias, desciende de William Garvey, un noble irlandés que hizo una de las primeras fortunas en esta zona gracias a sus vinos. Rosario, su mujer, es tataranieta del bodeguero Pedro Domecq, precursor del brandi de Jerez y fundador de esta vasta e icónica saga. Por esa razón, entrar en esta blanquísima casa de campo salpicada de coloridas buganvillas supone asomarse a la historia. Especialmente si se tiene en cuenta que, frente a ‘Finca Berango’ se levanta Asta Regia, una ciudad habitada en el pasado por diferentes civilizaciones y cuyo yacimiento arqueológico se encuentra hoy sepultado bajo los trigales de este punto de la geografía gaditana. Cuando le preguntamos a don Felipe cómo definiría su refugio solo se le ocurre una palabra, ‘mágico’.
“En el coto de Doñana se hacía mucha vida social. Al Rey Alfonso XIII le gustaba mucho ir, así como a Balduino de Bélgica”
—¿Qué puede contarnos sobre la historia de ‘Finca Berango’?
—Hace más de un siglo que pertenece a la familia. La finca procede de otra llamada ‘Cortijo de Espartina’, que fue de Pedro Domecq, bisabuelo de mi esposa y marqués de Casa Domecq. Tras su fallecimiento, se dividió entre sus herederos. Tomás Domecq, su abuelo, heredó una porción que aumentó con otras adquisiciones y la renombró con el nombre de ‘Berango’, el pueblo vasco de donde procedía la familia de su mujer.
“¡Este lugar tiene algo mágico! Enfrente hubo una ciudad llamada Asta Regia, en la cual confluyen civilizaciones como la fenicia o romana”
—¿Recuerda qué le enamoró de esta casa?
—He frecuentado este lugar desde que tengo memoria porque mi familia y la de mi esposa siempre han estado unidas. ¡Tiene algo mágico! Muy cerca se encuentra un lago colmatado que era casi navegable hasta Sevilla. Justo enfrente hubo una ciudad muy importante llamada Asta Regia, que ocupa cuarenta y siete hectáreas y en la cual confluyen civilizaciones como la tartésica, la fenicia, la romana, la árabe y la cristiana.
—¿Cuál es su espacio favorito y por qué?
—¡El porche! Tiene un gran ventanal donde guardo mis recuerdos y mis libros. ¡La lectura es una de mis pasiones! Allí trabajo y despacho mis negocios. En la casa también tenemos los trofeos de caza de mi segundo hijo, Felipe, que es un gran cazador y amante de la fauna salvaje y la Naturaleza.
“Rosario León y Domecq, su mujer, es tataranieta del bodeguero Pedro Domecq, precursor del brandi de Jerez y fundador de esta vasta e icónica saga”
—¿Cómo definiría su estilo?
—La heredamos tal cual está, aunque hicimos el jardín y la piscina. Mi esposa le ha dado su sello y estilo personal. Está acostumbrada desde joven a dirigir casas antiguas. Es sobria, cómoda y con muebles de familia. Estilo clásico andaluz campero.
—Aquí se encuentra, desde mil novecientos setenta, su yeguada de caballos, Marqués de Villarreal de Burriel. ¿Cómo llegó a convertirse en uno de los mejores ganaderos de España?
—Los caballos han sido la gran pasión de mi vida. Son bellísimos y proporcionan muchas satisfacciones. Empecé joven y tenía claro que quería criar unos animales bellos, dóciles y con facultades. En el año dos mil diecinueve, me concedieron el Caballo de Oro de la Feria del Caballo, una distinción donde están inscritos los más importantes hombres de este mundo. Hoy en día es mi hijo mayor, Tomás, el que lleva las riendas de la yeguada. Ha sido campeón de España de acoso y derribo en dos ocasiones, amparado casi siempre por su hermano, Felipe.
El marqués es descendiente de William Garvey, un aristócrata irlandés que hizo fortuna con una de las primeras bodegas de Jerez de la Frontera: “Tenemos la fortuna de que nuestra hija, Consuelo, ha heredado la afición por la viticultura y está dirigiendo las viñas y la bodega”
—¿Qué sentimientos le despierta vivir entre equinos?
—Ser ganadero es a way of life. Existe un refrán que dice: “Si quieres controlar un caballo, primero contrólate a ti mismo”. Si estás decaído o malhumorado, no te acerques a ellos hasta que te serenes.
—Desciende de la familia Garvey y su mujer de los Domecq, dos grandes sagas de bodegueros. ¿Esperan repetir la historia con las vides de su finca?
—Así es, tanto mi esposa por su apellido Domecq, que es francés, como yo por Garvey, irlandés, descendemos de familias extranjeras que vinieron a Jerez, en el siglo XVII, a comerciar con los vinos. Desafortunadamente, el negocio del vino de Jerez atravesó unos tiempos difíciles y muchos de estos negocios vinateros han desaparecido. Tenemos la fortuna de que nuestra hija, Consuelo, ha heredado la afición por la viticultura y está dirigiendo las viñas y la bodega de Berango. ¡La continuidad está garantizada!
“Mi esposa le ha dado su sello y estilo personal. Está acostumbrada desde joven a dirigir casas antiguas. Esta es sobria, cómoda y con muebles de familia”
—Nos recibe junto a su mujer y sus hijos, ¿cómo definiría a su familia?
—Como la ganadería más singular. Existen muchas similitudes entre criar caballos e hijos. Hay que ser rectos, ejercitar mucho la paciencia, no tener nunca prisa, pero actuar con diligencia cuando es necesario. Parco en el castigo, generoso en el halago. Y de mi mujer destacaría que es una buena esposa, entregada a su hogar, a sus hijos, y que es generosa y prudente.
“Mi lugar favorito es el porche. Tiene un gran ventanal donde guardo mis recuerdos y mis libros. ¡La lectura es una de mis pasiones! Allí trabajo y despacho mis negocios”
—Usted y su familia fueron los últimos propietarios de Doñana, ¿qué recuerdos guarda de los días que pasó allí cuando era un paraíso privado?
—Fue adquirida por mi antepasado el conde de Garvey, en el año mil novecientos, a la Casa Ducal de Medina Sidonia. Mi abuela fue forzada a vender la mitad durante la II República y, en los años setenta, la fundación World Wide Fund y el Estado español nos la expropiaron. Tengo recuerdos de las cacerías de anátidas en la marisma, los ánsares en las dunas de arena y los lanceos a caballo de jabalíes. ¡Se hacía mucha vida social! Al Rey Alfonso XIII le gustaba mucho ir, Franco estuvo dos veces, así como Balduino de Bélgica. Las últimas cuarenta y ocho horas que fue de nuestra propiedad las pasé con mi esposa, mis hijos y el personal de servicio. Cabalgamos todo el día, almorzamos en el palacio de Doñana y, al atardecer, llegamos a la Aldea del Rocío, visitamos a la Reina de las Marismas y ya no volví nunca más como uno de los propietarios de Doñana.
“Ser ganadero es ‘a way of life’. Existe un refrán que dice: ‘Si quieres controlar un caballo, primero contrólate a ti mismo’. Si estás decaído o malhumorado, no te acerques a ellos”
—Es marqués de Villarreal de Burriel y entre sus antepasados también están el marqués del Borghetto y el conde de Toreno, redactor de la Constitución de mil ochocientos doce. ¿Qué significa ser aristócrata hoy en día?
—Mis antepasados han sido personas con conciencia de la obligación del servicio a la patria. Siempre han estado en primera fila para cumplir con sus deberes como ciudadanos, ya fuera como políticos u hombres de la milicia. Un título no es otra cosa que un premio a una persona por una acción cívica o militar importante. Con el añadido de que es hereditario. Eso entraña la obligación de comportarse ejemplarmente. Los títulos nobiliarios no son para presumir, todo lo contrario: implican mayores obligaciones y una mejor conducta social.