El escultor Fernando Oriol y su mujer, Sylvia, nos reciben de una manera espléndida, junto con Marta (la hija mayor de Fernando), en su casa de Sevilla. Es una casa llena de luz y soberbias esculturas con el sello más personal del artista. Muy prolífico, creativo y autodidacta, es uno de nuestros artistas españoles con más proyección internacional; creando piezas decorativas, perfectamente equilibradas, y arrasando en cada exposición, como las que ha organizado en Capri, Miami o Zúrich, entre muchas otras ciudades. No hay frontera entre la noche y el día para dedicarse a lo que más le gusta: recrear la naturaleza en sus obras de hierro, latón o acero corten, que pueden llegar a pesar más de ochocientos kilos.
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Su vena artística le viene de familia. Su madre, Marta Pastega Benjumea, fue la florista de las bodas de la infanta Elena con Jaime de Marichalar y de los entonces príncipes de Asturias, don Felipe y doña Letizia. Adornó también las bodas de Eugenia Martínez de Irujo con Francisco Rivera y la de la duquesa de Alba con Alfonso Díez. Pero el gran trabajo de este escultor habla por sí solo. Desde hojas de costilla de Adán a gigantescas pérgolas, pasando por árboles, mesas de centro y comedor, librerías, tumbonas, sillas, esculturas, lámparas y un sinfín de objetos componen su obra.
Como se suele decir, detrás de un gran hombre siempre hay una gran mujer, en este caso, Sylvia, su mecenas, que lo conoció hace muchos años trabajando en su taller de la finca ‘El Pino de San José’. Entre risas, nos confiesa que se enamoró primero de su obra y después de él. Además, consiguió montar la primera exposición en Sevilla en esta casa de estilo regionalista situada en el barrio residencial de Heliópolis, cuyo nombre significa ‘ciudad del sol’. Con mucha humildad, Sylvia se define como su pesada mano derecha, ya que se ocupa de todo lo que se genera una vez que la pieza está acabada: prensa, marketing, social media, fotografía, relaciones públicas y clientes.
—Oriol, ¿cómo fueron tus comienzos?
—He vivido siempre en el campo, dedicándome a él. Al casarme por primera vez, me fui a vivir a Madrid y tuve que reinventarme. Empecé diseñando y haciendo muebles para decoradores, pero llegó la crisis y, a la vez, mi divorcio, por lo que volví a Sevilla y empecé a hacer pequeñas esculturas que me encargaba mi hermana Chitina para decorar sus mesas. A ella le encanta recibir y enseguida empecé a recibir encargos a través del boca a boca.
“Funciono por impulso. De repente veo algo que me llama la atención y digo: ¡Esto lo voy a hacer a mi manera!”, comenta el artista, que atribuye su éxito “a una sola cosa: trabajo”
—¿Las redes sociales también te han ayudado?
—He tenido la suerte de que Sylvia visionó la importancia de Instagram en el momento perfecto. Le dedica mucho tiempo. Es un instrumento fundamental para dar a conocer mi trabajo
—¿Hay alguna obra de la que te sientas especialmente orgulloso?
—No, porque cada vez que termino una, la siguiente se convierte en mi favorita. Pero sí que es verdad que las duchas y las pérgolas me gustan mucho porque intervienen muchos factores: el terreno, la vegetación dominante, la escala… Además, con ellas interactúo mucho con el cliente, que es un reto para vencer mi timidez.
—¿Qué efecto buscas crear en los visitantes de tus exposiciones?
—Que reconozcan una pieza que pertenezca al espacio donde la van a colocar. ¡Que sientan que siempre debió estar ahí!
—Supongamos que es cierto que ‘cada escultura tiene un tamaño óptimo’. ¿Qué elementos utilizas para determinar el tamaño que deben tener ?
—Solo tengo que fijarme en las proporciones de la Naturaleza. Es algo que me sale innato.
—¿Cuáles son tus influencias?
—No sabría decir. Funciono por impulso. De repente, veo algo que me llama la atención y digo: ¡Esto lo voy a hacer a mi manera!
—¿A qué atribuyes tu rotundo éxito como escultor?
—A una sola cosa: trabajo.
—Es un oficio solitario, pero qué suerte poder trabajar en lo que te gusta y, además, poder vivir de ello, ¿no?
—Bueno, no siempre he podido vivir de ello, pero necesito poco: el bienestar de mis hijos, la compañía de Sylvia y mis perros. Con eso soy feliz.
—¿Cuál es tu artista favorito?
—Manolo Valdés.
—¿Cómo se desarrolla el proceso creativo ?
—Dibujo las hojas y las pinto una a una, luego las corto y monto las ramas. Después hago el tronco acorde. A partir de ahí, voy colocando las ramas según el movimiento que me apetezca darles.
—¿Cuáles son tus próximos proyectos?
—Una instalación en una bodega en La Rioja y unas piezas para una casa en Cerdeña.
—Eres aficionado a los coches antiguos… Si pudieras elegir uno, ¿qué modelo sería? Y ¿hacia dónde conducirías?
—El coche de mis sueños es el Jaguar E type de mil novecientos sesenta y dos y con él me encantaría recorrer Italia.
“Yo tenía una casa en Sevilla medio vacía y me imaginé toda su obra por todos los rincones. Se me ocurrió ofrecérsela para que hiciera una exposición… y ya llevamos juntos seis años”, admite Sylvia
—¿Qué es lo que más feliz te hace?
—Trabajar en soledad, pero sabiendo que mi familia y mis perros están cerca.
Puede que Marta, la mayor de los dos hijos de Fernando, haya heredado la vena artística del escultor, como nos desvela ella misma: “Me considero una persona creativa y perfeccionista, como mi padre, y desde siempre me han gustado los trabajos manuales. De hecho, me encanta meterme en su taller y verle trabajar”.
—Si tuvieras que regalar una escultura de tu padre, ¿cuál elegirías?
—No podría elegir una en concreto. ¡Todo lo que hace es impresionante! Pero si tuviera que decantarme por alguna en particular, serían las hormigas o los espejos.
A Fernando Oriol, la vena artística le viene de familia: su madre, Marta Pastega, es la dueña de la floristería preferida de la aristocracia y, entre otras, se encargó de la boda de don Felipe y doña Letizia
—¿Cuál es tu plan favorito para hacer juntos?
—Lo que más me gusta es pasar tiempo con él en su taller pintando, viéndole trabajar, pensando nuevas ideas… También me gusta mucho salir a pasear por el campo con él y los perros.
‘¡Soy su pesadilla!’
—Sylvia ¿cómo definirías tu relación laboral con Fernando?
—Diría que ¡soy su pesadilla! Si por él fuese, no saldría del taller ni vería a nadie. Yo estoy siempre por detrás metiéndole presión.
“Me encanta pasar tiempo con mi padre en su taller, pintando, viéndole trabajar, pensando nuevas ideas…”, asegura Marta, la hija mayor del artista
—¿Dónde le conociste?
—En el polo de Sotogrande. Nos presentó un amigo común. Curiosamente, los dos estábamos allí fruto del azar. Yo pasé a saludar a una amiga haciendo una parada en un viaje, y él había ido medio forzado por este amigo. Ni siquiera hablamos.
—¿Cuánto tiempo lleváis juntos?
—¡Ya llevamos seis años!
—Y… ¿te enamoraste primero del artista y su obra o de él como persona?
—Cuando llegué a casa el día que le conocí, se lo comenté a una amiga, que empezó a mandarme fotos de piezas suyas. ¡Fue como una iluminación! Yo tenía una casa en Sevilla medio vacía y me imaginé toda su obra por todos los rincones. Y se me ocurrió ofrecérsela para que hiciera una exposición. Cuando Fernando llegó a ver la casa y vi su cara comprendí que aquello iba a ser un paquete completo (ríe). Empezamos a trabajar en la exposición juntos y…hasta ahora. La casa estaba muy perjudicada tras haber tenido a un okupa y Fernando hizo magia. Cuando lo vi todo terminado e iluminado, ¡me puse a llorar de la emoción!
—Sabemos que fuiste un gran impulso para su obra, ¿ideasteis alguna estrategia de negocio?
—No iniciamos una estrategia de negocio en particular. Él se mueve por intuición y por impulso en su taller, y yo, en la vida exterior. Tenemos la suerte de tener muy buenos amigos y un producto excelente. Lo demás ha venido rodado. ¡Él trabaja en el taller y yo hago el resto!
“Lo que más feliz me hace es trabajar en soledad, pero sabiendo que mi familia y mis perros están cerca”, confiesa Fernando Oriol
—¿Cómo definirías a Fernando?
—Es una persona de costumbres fijas, muy disciplinado y con un ‘don’ natural que ha ido sacando a la luz a base de trabajar incansablemente.
—¿Cuál sería su creación favorita para ti?
—Pues cada vez que me encapricho de alguna y le digo que nos la quedemos, me dice: «No te preocupes, que te hago otra que te va a gustar más», y así es, pero luego la vende también (ríe de nuevo). He aprendido a no tener apego a ninguna. Sin duda, lo que más me impresiona son sus instalaciones con agua, integradas en proyectos de arquitectura contemporánea
—¿Su obra se vende por todo el mundo?
—Hace envíos a todo el mundo y, si es necesario, viaja él también para la instalación.
—¿Y si el encargo se sale de la temática habitual de su obra…?
—Fernando nunca dice no a nada. De hecho, los proyectos más desafiantes son los que más le gustan.
—¿Cómo se puede contactar con él para adquirir alguna de sus esculturas?
—Lo mejor es contactar vía e-mail o por Instagram.
—¿Cuál es tu vínculo con Sevilla?
—Vivo entre Madrid y Sevilla desde mil novecientos noventa y ocho. La calidad de vida en Sevilla es insuperable.
—¿Cuántos hijos tenéis?
—Entre Fernando y yo tenemos cuatro hijos, pero hoy solo ha podido venir Marta, ya que Javier está en el colegio y Daniela y Olivia, trabajando.