Stephanie Booth Shafran es una gran dama. Elegante en su porte y sus maneras. Discreta en todo lo suyo. Nunca va a presumir ante su interlocutor de que desciende de una de las familias más importantes e influyentes de los Estados Unidos. Pero es un hecho.
Todo comenzó cuando su antepasado el general Harrison Grey Otis se convirtió en el editor, inversor y fundador, en 1882, de Los Angeles Times. El periódico había nacido un año antes, pero no conseguía despegar. Gracias a Otis y su empresa editorial The Times Mirror CO., lo consiguió. Los sucesivos descendientes no solo lo mantuvieron activo, sino que lo convirtieron en uno de los diarios más importantes del mundo. Cuarenta y siete premios Pulitzer son algunos de sus logros.
Stephanie, sin embargo, no se inclinó por el periodismo, ya que siempre se sintió más bien una artista. Primero, como decoradora, y, recientemente, como diseñadora de bolsos, que son tan exclusivos que no se encuentran en ninguna parte y solo se venden privadamente.
Está casada en segundas nupcias con Steve Shafran, que ha sido asesor del gobierno en Washington, profesor en la Universidad de Georgetown y ahora es directivo de una firma de inversiones
“Todo empezó porque —relata Stephanie— mi marido Steve y otros maridos de mis amigas estaban un poco cansados de deformar los bolsillos de sus americanas con nuestros móviles, ya que, en nuestros bolsos de noche ,nunca cabía nada. Mi pasión por los textiles me animó a diseñar algo muy simple, un clutch práctico en el que caben las llaves del coche, el lápiz de labios, la polvera, las tarjetas de crédito y… ¡el móvil! Y gracias a los tejidos con los que están hechos, son especialmente bonitos. Se fabrican en Los Ángeles, en muy pequeñas cantidades, y se venden en una reunión privada”, nos explica.
Sí. En una reunión privada. En su casa. Con cócteles exclusivos y, quizás, luego una cena. Ser invitado es algo muy deseado, ya que Stephanie es una de las anfitrionas más reputadas de la costa oeste y, según ciertos expertos en la materia, una de las diez mejores del país.
“Creo que es un don. No me cuesta ningún esfuerzo, es más, me entusiasma. Crecí en un ambiente muy elegante gracias a mis padres; mi madre era una gran anfitriona. A los dos les encantaba abrir la casa y festejar. Eran tiempos fabulosos en California y ellos tenían mucha clase. Yo miraba, admiraba y aprendía, aunque en realidad no empecé a desarrollarlo hasta que nuestros hijos tuvieron una cierta edad”, cuenta.
Al decir nuestros, se refiere a los siete que tiene en su segundo matrimonio, con Steve Shafran. Un reputado hombre de negocios e inversor que, tras licenciarse en Harvard, ha trabajado en Asia, sobre todo en China, y ha sido asesor del gobierno en Washington y profesor en la Universidad de Georgetown. Ella aportó tres hijos y él, cuatro. Esta familia numerosa a la que empiezan a unirse novios, novias y algún marido recién estrenado, es ya casi una party en sí misma.
“Empecé a diseñar bolsos porque mi marido y los de mis amigas estaban cansados de deformar los bolsillos de sus americanas con nuestros móviles, ya que en nuestros bolsos de noche nunca cabía nada”
“Aunque Steve y yo cenáramos solos en casa —lo que no suele suceder a menudo—, la mesa estaría puesta con mantel, una bonita cubertería y la vajilla y la cristalería adecuadas. Y, por supuesto, flores, en casa siempre hay flores. Todo ello es un valor añadido al menú y, en mi opinión, una cortesía hacia los comensales. La demostración de que has pensado en ellos y has hecho un esfuerzo”, dice sobre su gusto por ser una gran anfitriona.
Es fácil imaginar que para Stephanie, que tiene ayuda en casa, hacer esto no le cuesta nada y es una diversión. No es exactamente cierto. Hacer las cosas bien lleva tiempo y dedicación. Aunque ella lo tiene algo más factible, en su opinión, cualquiera puede hacerlo: “Tener una vajilla, cristalería… está hoy al alcance de casi todo el mundo. Sin embargo, la forma en que uno se comporta frente a una mesa bien puesta es muy diferente a estar tirado en un sofá y comer en platos de plástico o papel viendo la televisión. Estar sentado junto a tus seres queridos, sin distracciones, compartiendo, aunque sea una tortilla francesa, se convierte en una verdadera comida familiar”.
Ciertamente, aunque en la intimidad Stephanie conserva su buen hacer y las maneras de antaño, lo que la ha hecho famosa y admirada, son sus cenas y cócteles. Tiene una multitud de consejos al respecto: “¡Si es una invitación para poca gente, unas veinte o veinticinco personas, suelo prepararlo con unas dos semanas de antelación. Generalmente, busco un tema. Un motivo. Un color. Una excusa. El día del evento, mi marido y yo nos colocamos siempre junto a la puerta principal, recibiendo a los invitados y haciéndoles sentir como en su casa. En la primera hora, se sirven los cócteles y trato de sorprenderlos con alguna creación interesante. Al tiempo, les ofrecemos pequeños canapés para hacer la espera más agradable. Escojo con mucho cuidado los aperitivos. Han de ser fáciles de comer, no demasiado fuertes de sabor y, por supuesto, tengo mucho cuidado con las ‘lechuguitas’, para que no molesten luego en los dientes. Luego, pasamos a la mesa para la cena formal. Por supuesto, antes me he informado sobre intolerancias, comidas especiales, preferencias veganas y todas esas situaciones especiales, que ahora son tan comunes”.
Stephanie es muy famosa por sus cócteles y cenas: “Nunca organizo una fiesta para recaudar fondos para una causa. Comprendo que es normal y en algunos casos necesario, pero nos gusta invitar por el placer de invitar”
Naturalmente, Stephanie está hablando del pasado, de la vida antes de la COVID, pero también del futuro. Durante el confinamiento, sus reuniones se reducían estrictamente al círculo familiar, pero ahora California se encuentra en situación de “casi” normalidad y, poco a poco, todo el mundo está volviendo a encontrarse.
“Nunca organizo una fiesta para conseguir dinero para alguna causa. Comprendo que es normal y, en algunos casos, necesario, pero a mi marido y a mí nos gusta invitar por el hecho de invitar. Por el placer de la compañía de amigos. Tengo la inmensa suerte de que Steve es mi compañero en todos los sentidos. Muy social, ha viajado y vivido en gran parte del mundo y, entre los dos, formamos un buen equipo. No hay nada mejor. Cuando seamos mayores, nos quedarán los recuerdos de estos buenos momentos con nuestros seres queridos”, confiesa.
“Aunque Steve y yo cenáramos solos en casa, la mesa estaría puesta con mantel, una bonita cubertería y la vajilla y la cristalería adecuadas. Y, por supuesto, flores, en casa siempre hay flores”
Aunque sus reuniones son privadas y no aparecen en los medios de comunicación, a lo largo de los años su reputación fue ganando adeptos. Es un privilegio ser invitado a su casa y, poco a poco, se fue corriendo la voz. Empezó a tener propuestas para compartir sus conocimientos: escribir libros para que otros pudieran aprender de su experiencia. Y, por fin, acabaron llegando: “Fue por ‘culpa’ de mi amiga Alison Speer. Estábamos un día haciendo senderismo y así, sin más, dijo: ‘Stephanie, tienes que escribir un libro’. Yo no estaba tan segura, pero resultó fabuloso y, aunque no lo creía posible, incrementó más si cabe mi pasión por el ‘arte de la mesa’. Soy muy visual y, cuanto más cosas hago, más ideas tengo. ¡Me encanta! Cuando mi marido y yo viajamos a cualquier lugar, vuelvo a casa llena de platos y textiles”, dice riendo.
“Lo que yo aprendí de mis padres, que hacían fiestas estupendas, espero transmitirlo a mis hijos y a otras personas”
Stephanie ya está pensando en un nuevo libro. Esta vez, basado en su casa de Sun Valley (Idaho), donde el matrimonio tiene una cabaña. La zona, que es muy exclusiva, sobre todo para esquiar, se hizo mundialmente famosa cuando Ernest Hemingway decidió vivir allí. ¿Quizás ahora su libro estará más enfocado en invitación après sky? “Estoy en ello. Me gustaría que mis hijos, y quizás también otras personas, sintieran la necesidad de compartir su hogar, lo mismo que yo aprendí de mis padres. Nada puede superar al placer de invitar a tu familia y amigos y verlos felices, ya que, cuando uno abre su casa, abre también su corazón”, afirma.