Coincidiendo con los Oscar y, posiblemente, para animar a los que no lo han ganado, surge cada año en los medios la famosa ‘maldición del Oscar’, por la que, supuestamente, si lo ganas, tardarás años en volver a trabajar. O incluso no hacerlo nunca más. “¿Maldición? ¿Qué maldición? ¡Llevo treinta y cinco años sin parar de trabajar!”, exclama Marlee Matlin . Sí, esa Marlee Matlin, actriz, sorda... Sí, esa estupenda actriz que ganó el Oscar a la mejor actriz principal por Hijos de un dios menor . Tenía veintiún años y doscientos dieciocho días y fue en 1987. Un récord que, hasta hoy, treinta y cinco años después, aún no ha sido superado.
“Realmente no nací sorda, pero, a los dieciocho meses, según descubrieron los médicos, perdí totalmente la audición en mi oído derecho y el 80 por ciento en el izquierdo por culpa de una malformación congénita de la cóclea, en el oído interno. Mis padres decidieron que aquello no iba a ser un obstáculo para mí. Total, que, una tarde-noche, mi madre me dijo: ‘Vamos a Chicago’. Nosotros vivíamos a unos quince minutos, en Morton Grove, donde nací, y aquello me pareció inusual. Pensé: ‘Tengo cinco años, ¿no debería cenar e ir a la cama?’. Pues no. Llegamos a un centro, la congregación Bene Shalon, y allí, en una sala, había un círculo de personas —adultos y niños— y, en medio, una persona. Era el profesor y aquello fue mi primera clase de lenguaje de signos. Aquella noche, mi vida cambió para siempre”.
Situada entre las montañas de Santa Ynez y el océano Pacífico, tiene seis dormitorios, siete baños y una extensión de terreno de casi una hectárea poblada de árboles frutales y vegetación
A los siete años fue a un campamento de verano y una profesora le preguntó: “¿Te gustaría cantar en el escenario con las demás niñas?”. “¿Qué es un escenario?”, preguntó ella. La profesora se lo enseñó y a Marlee le pareció bien. Recordemos que la actriz es sorda, pero no muda, así que, en la fiesta para las familias, cantó con sus compañeras (ninguna era sorda) y descubrió al público, sus risas, su energía y, sobre todo, sus aplausos.
“¡Me enganchó! Me dije: ‘¡Quiero hacer esto el resto de mi vida!’. Ese día, mi madre descubrió que me sentía a gusto ‘allí arriba’ y que parecía que actuar me subía la autoestima y podría ser beneficioso para mí. Y aquí, hago un inciso, es importante destacar la influencia y la labor positiva de los padres y la familia en los niños discapacitados para su inserción en la sociedad. Decidió llevarme al centro de teatro ICODA, muy abierto a personas sordas, que quedaba cerca de casa. Se iba a escenificar El mago de Oz. Yo conocía la obra porque había visto la película en televisión. ‘¿Te gustaría trabajar?’, me preguntaron, ‘Sí —contesté—, ¡pero yo soy Dorothy!’. ‘Vale’, dijeron, y fui Dorothy”.
Marlee siguió aprendiendo en el National Theatre of the Deaf (Teatro Nacional de Sordos). Se empezó a hablar de su calidad como actriz y protagonizó en escena Hijos de un dios menor. La obra de Mark Medoff despertó el interés de Hollywood y la contrataron. Una decisión arriesgada que les salió bien. Ese año, la actriz ganó el Globo de Oro por su papel de Sarah Norman y, más tarde, el Oscar. Estamos en 1987 y, desde entonces, no ha parado de trabajar. Es un caso poco frecuente para una actriz y decididamente sorprendente para una persona sorda”.
Ha sido una de las presentadoras de la excepcional ceremonia de este año, en la que ha optado de nuevo a estatuilla, esta vez, como productora
“Mi padre no maneja muy bien el lenguaje de signos, pero tiene una palabra favorita, try (inténtalo), y la grabó en mí. No espero que los proyectos me lleguen, voy a buscarlos. Jack Jason (mi traductor oficial, socio en mi productora y, sobre todo, mi amigo desde hace treinta y cinco años) está siempre al tanto de todo lo que ocurre ahí fuera. Le llamo: ‘¿Qué hay de nuevo, Jack?’. Si algo no sale (y lo aplico a todo en mi vida), no pasa nada, al menos sirve de experiencia. Hay que seguir y seguir, sin pensarlo mucho. ¿No ocurrió? Fuera, ¡a otra cosa! También es verdad que no soy ambiciosa y que tampoco estoy en ese grupo del uno por ciento de actrices a las que les ofrecen todos los proyectos. Eso nunca me importó, lo que quiero es trabajar en lo que me gusta”.
Gracias a Marlee, por ley, todos los televisores en Estados Unidos están programados para que aparezca en pantalla la transcripción de lo que se escucha. “Costó convencerlos, pero, tras visitar a Clinton y, más tarde, a Obama, lo conseguimos”
Su carrera es realmente sorprendente. Además de algún que otro premio más y diez nominaciones a los Emmy, ha trabajado en numerosas series de televisión, desde El ala izquierda de la Casa Blanca a L, Quantico, etcétera; en innumerables películas, y ha participado en Dancing with the Stars, un gran mérito para una persona sorda. También, acaba de producir, junto a Jack Jason, Feeling Through —nominada este año a los Oscar—, que cuenta la historia de un joven sin casa que ayuda a un ciego y sordo a encontrar la suya. Y, sin embargo, las prioridades de Marlee son otras: ‘Cuando llego a casa, dejo de ser actriz-personaje público y me convierto en madre y esposa. Llevo veintisiete años casada con Kevin Grandalski. Él era un agente de Policía que, para ganarse un dinerillo extra, trabajó en seguridad en uno de mis rodajes. Hoy es uno de los ‘jefazos’ de superseguridad de un gran estudio. Siempre dije: ‘Nunca voy a casarme con alguien que trabaje en el mundillo del entretenimiento’, y miradme ahora, ¡casada con alguien que trabaja para un estudio! Jajajaja...”.
“Mi padre no maneja muy bien el lenguaje de signos, pero tiene una palabra favorita, ‘try’, (inténtalo) y la grabó en mí. No espero que los proyectos me lleguen, yo voy a buscarlos”
Es, además, la orgullosa madre de cuatro hijos: Sarah (veinticinco años), que forma parte del equipo de un famoso portal de moda; Brandon (veinte), ya en la Universidad, en Boston, que quiere ser periodista de deportes y, a lo mejor, escritor; Tylor (dieciocho), el que más se parece a ella, por su sentido del humor, y que va a estudiar Interpretación, y, por fin, Isabelle (diecisiete), que, según su madre, “es discreta, lo observa todo y, en el fondo, es la jefa de todos nosotros en casa..., pero una buena jefa, jajajaja...”.
“En cuanto entro en casa, dejo el ‘glamour’ y todo lo demás y me convierto en una persona corriente. En una esposa feliz y una madre orgullosa”, dice la actriz, que tiene cuatro hijos
Sarah comparte la sesión de fotos con su madre y afirma que es la persona a la que más admira en el mundo por su capacidad de entrega. También admira a su padre y reconoce que los han educado para ser independientes y valerse por sí mismos. “Les digo siempre: ‘Lo primero, los estudios; lo segundo, el deporte, y lo tercero..., lo que queráis, que yo miro para otro lado, jajaja... Tratad de mantener la cabeza sobre los hombros, pensad siempre antes de hablar y actuar y tened respeto por todo el mundo’”.
Con los dos mayores ya fuera de casa y los otros dos prácticamente, Marlee tiene más tiempo para dedicarse a ‘su causa’: hacer visible la situación de los sordos y luchar para que las cosas cambien y la vida les sea más fácil.
“No nací sorda, pero, a los dieciocho meses, según descubrieron los médicos recientemente, perdí totalmente la audición de mi oído derecho y el 80 por ciento del izquierdo por una malformación congénita”
“En Estados Unidos hay un 20 por ciento de personas discapacitadas. ¿Están presentes en la televisión, en el cine? ¡No! Son prácticamente invisibles. En mi última película, CODA, se cuenta la historia de una familia de sordos cuya única hija, que no lo es, quiere ser cantante. Me ofrecieron el papel de la madre, pero... querían que el padre fuera un actor famoso. Dije: ‘No. Lo siento. ¡Adiós!’. Volvieron y finalmente el padre (Toy Kotsur), el hijo ( Daniel Durant) y yo, actores sordos, hicimos de sordos. El filme ha ganado, en el pasado Festival de Sundance, más premios que ninguna otra película en su historia y acaba de ser comprado por Apple TV por 25 millones de dólares, otro récord. ¿Qué significa eso? Que hay actores sordos fabulosos e historias fabulosas en las que los protagonistas son sordos... Solo hay que darles una oportunidad”.
Consecuencia de su empeño en cambiar las cosas son los subtítulos. Consiguió por ley, en 1992, que los televisores estuvieran programados para que, tocando un botón del mando, apareciera en pantalla la transcripción de lo que se escucha. Es perfecto para los mayores con problemas auditivos y vital para los sordos: “Nos costó convencerlos y, sin embargo, es facilísimo y barato, unos 13 dólares por programa. He ido a la Casa Blanca y he hablado con la primera señora Bush y, luego, varias veces con Clinton y Obama. Por fin, en 2012, conseguimos extenderlos a Internet. Ahora estoy intentando que en los aviones aparezcan subtítulos para que, en caso de emergencia, los sordos estén avisados. Mi lema es ‘no rendirse jamás’”.
“A mis hijos les digo siempre: “Lo primero, los estudios; lo segundo, el deporte, y lo tercero…, lo que queráis, que yo miro para otro lado””, ríe
Cierto. Ella nunca abandona y, aunque es modesta en cuanto a sus méritos, ha venido a este mundo para hacerlo mejor. Aquella niña sorda es hoy una mujer que está cambiando las cosas.