A menos de una hora del centro de París se alza el castillo de Champlâtreux, un magnífico ejemplo de arquitectura clásica de 1750, con estilo rocaille. Una residencia principesca rodeada por un gran parque y cincuenta hectáreas de bosque. Entrar en el castillo es emocionante por su inusual belleza. Desde el gran pabellón, con cuatro estatuas sobre pedestales de mármol, se abren los espléndidos salones con vistas al jardín. Los suelos de mármol blanco y negro se suceden a otros decorados con paneles tallados de época y suelo de parqué estilo ‘Versalles’ y destacan los grandes espejos con soportes de mármol rosa y las chimeneas de mármol azul.
Un castillo iluminado por el sol, que, con sus colores franceses —azul, rosa y verde ‘Maria Antonieta’—, celebra la magnificencia de la vida aristocrática francesa. Esta es la residencia del décimo duque de Noailles, Hélie de Noailles, que tiene tres hijos: Julie, Marie y Emmanuel, duque d’Ayen, futuro duque de Noailles, que pronto se casará con Letizia Bemberg.
“Entre mis antepasados hay un cardenal, un primer ministro, mariscales de Francia, miembros de la Academia Francesa, una patrona de las artes y una poetisa”, nos dice la hija del décimo duque de Noailles
Julie tiene una hija, Anna Lou, nacida de su gran historia de amor con Mathias Guerrand-Hermès. Julie es una dama con una clase innata, que desvela su herencia en cada pequeño gesto. Es un ejemplo de lo que hoy se puede definir como aristocracia moderna. Su actitud algo roquera, su estilo elegante pero poco convencional, su personalidad intensa, también fuera de los roles establecidos, así como su belleza contemporánea, la convierten en una persona extremadamente fascinante. Verla moverse en su castillo es como vivir el pasado y el presente a la luz de una nueva generación que no oscurece, sino que exalta la historia de Francia de una manera inédita y cautivadora.
—¿Cuál es la historia de este castillo?
—El castillo de Champlâtreux fue construido, entre mil setecientos cincuenta y uno y mil setecientos cincuenta y siete, por el arquitecto Jean-Michel Chevotet para Édouard Molé, hijo de Mathieu Molé, el primer Presidente del Parlamento de París, como una casa de campo y un lujoso lugar para fiestas. Es un ejemplo exquisito de arquitectura del siglo XVIII. Situado en Épinay-Champlâtreux (Val-d’Oise), a poco más de media hora de París, ha sido la residencia de los Noailles desde el siglo XIX. El castillo, con cuatro grandes salas ceremoniales en la planta baja y veintitrés habitaciones, y su parque, fueron catalogados como monumento histórico en mil novecientos ochenta y nueve. Ahora es propiedad del duque Hélie de Noailles, décimo duque de Noailles, mi padre, y alberga recepciones y cacerías en los bosques circundantes.
—¿Cuándo pasó a ser propiedad de la familia Noailles?
—Durante la Revolución Francesa, su mobiliario se dispersó y el castillo se transformó en un hospital militar. Mathieu Louis Molé (1781-1855) trabajó para restaurarlo y dejarlo tal y como se encuentra hoy. Cuando falleció, pasó a su única heredera, su nieta Clotilde de la Ferté-Meun, quien se convirtió en duquesa de Noailles por su matrimonio, en mil ochocientos cincuenta y uno, con el séptimo duque de Noailles. La familia, que se remonta al siglo XII, cuenta entre sus antepasados con un cardenal, un primer ministro, mariscales de Francia, miembros de la Academia Francesa, una patrona de las artes, Marie-Laure de Noailles, y una poetisa, Anna de Noailles, que permaneció en el castillo durante largos períodos. La familia fue incluida entre los Grandes de España en mil setecientos once, mientras que el tercer, cuarto, quinto y sexto duques fueron caballeros de la Orden del Toisón de Oro.
“El castillo, con cuatro grandes salas ceremoniales en la planta baja y 23 habitaciones, y su jardín fueron catalogados como monumento histórico en 1989”
—¿Qué significa para usted ser una Noailles?
—Estoy más que orgullosa de mi herencia. La historia de mi familia se remonta al siglo XII, pero este orgullo que siento es reciente, porque lo solía rechazar para no sentirme diferente a los demás. Mi abuela era monárquica y yo disfrutaba oponiéndome y desafiándola. Por ejemplo, iba con chaquetas de cuero y, cuando tenía que hacer una reverencia, desaparecía y me negaba a asistir a las clases de baile. Aunque me etiquetaron como rebelde, siento un gran orgullo de ser descendiente de la familia Noailles.
—¿Fue entonces una duquesa rebelde?
—Por ejemplo, rechacé al hombre que iba a ser el padre de mi hija. Para mí, él era la personificación del verdadero hijo de una familia muy respetable. Cuando nos volvimos a encontrar, en Marrakech, en la propiedad de mis futuros suegros, me cautivó, pero, aunque vi a un ser humano muy especial, en ese momento no pude reconocer que éramos almas gemelas.
“Aunque me etiquetaron como rebelde, siento un gran orgullo de ser descendiente de la familia Noailles”
—¿Cómo fue la educación que le dieron sus padres?
—Era una de las familias francesas más ilustres y adineradas. La educación de mis padres fue particular y absolutamente protectora, a la manera aristocrática más tradicional. Mi padre había vivido en el castillo y tenía un tutor, pero logró educarnos de una manera más relajada. Nos dejaron seguir nuestro camino y mi madre tuvo un gran papel en eso. No me di cuenta hasta más tarde del impacto y el significado de ser una Noailles. No me sentía preparada para ser la hija mayor, con las responsabilidades de Champlâtreux, como lo estaban mis hermanos. Pero, finalmente, fue transferido a mi hermano, el próximo duque, el próximo líder de la familia. Ellos me dejaron ser la persona que quería ser.
“Hoy, mi desafío es transmitir los valores de mi familia a mi hija y enseñarle sobre todos los grandes hombres y mujeres del linaje Noailles”
—Y a día de hoy, ¿cómo lo ve?
—Desearía haber sido más consciente del papel que tenía que defender. Hoy, mi desafío es transmitir los valores de mi familia a mi hija y enseñarle sobre todos los grandes hombres y mujeres del linaje Noailles. El papel de una mujer en una familia aristocrática en Francia cuando hay un hermano se vuelve insignificante. Es un peso enorme y un privilegio enorme al mismo tiempo.
—¿Qué le viene a la mente cuando pasea entre los cuadros de sus antepasados?
—Las pinturas en Champlâtreux me recuerdan lo geniales que eran mis antepasados. Es difícil competir con ellos, han dejado muy alto el listón. Es difícil dejar huella después de ellos. Hoy pienso que me hubiera gustado superar sus merecedores logros. Me siento muy bendecida por tener el honor y la suerte de poseer un lugar en este paraíso. Champlâtreux significa el mundo para mí. Siento una gran admiración cada vez que estoy aquí. Doy las gracias a mis padres por haber mantenido Champlâtreux y hacer de este un lugar feliz donde todos podemos reunirnos y compartir momentos preciosos.
“Durante la Revolución Francesa se transformó en un hospital militar y, a finales del siglo XVIII, comenzó su restauración para dejarlo tal y como se encuentra hoy”
—¿Cómo fue su gran historia de amor con Mathias Guerrand-Hermès?
—Nuestras familias se conocían y se respetaban mucho. Mathias y yo nos volvimos a encontrar, en una fiesta, diez años más tarde. Él y su familia habían vivido una tragedia: el hermano de Mathias había tenido un accidente. Estaban muy afectados y sentimos su dolor. Aunque al principio pensé que no era mi estilo de hombre, cuando lo vi esa noche se hizo evidente. No podía dejarlo ir. Todavía no lo sabía, pero él era mi alma gemela. Todo fue muy rápido. Mathias fue el amor de mi vida. Mi todo. Me mudé a Nueva York para estar con él. Tuvimos a Anna Lou y, quince meses después, falleció.
“Mi familia fue incluida entre los Grandes de España en 1711, mientras que el tercer, cuarto, quinto y sexto duques fueron caballeros de la Orden del Toisón de Oro”
—Pero le queda su hija, Anna Lou.
—Hoy, mi mayor alegría y la de mi hija es reencontrarnos con los hijos de Mathias, Lucien y Cléa, que son ambos extraordinarios. Tenemos la suerte de hacer escapadas familiares a Marruecos con los abuelos, esa es nuestra conexión con Mathias.
—Háblenos del polo, la gran pasión familiar.
—Una de las pasiones comunes de nuestras dos familias era el polo. Nos conocimos en el club de polo La Palmeraie (Marruecos), donde jugaban torneos en Navidad. Mathias era un excepcional jugador de polo. La dedicación de su padre a este deporte le permitió financiar el club de polo más grande de Europa, el Polo Club du Domaine, de Chantilly. Lo fundó mi suegro y mi padre fue el presidente durante muchos años.
—¿Se considera una aristócrata moderna?
—Estas fotos, vestida de diseñadores modernos e inmersa en la antigüedad de las tradiciones, supongo que son la imagen de una aristocracia moderna. El sofá naranja de diseño estaba en la sala de televisión de mi casa de Nueva York y ahora está en la biblioteca, con históricos libros encuadernados con cuero.