Cinco siglos después de que comenzara su construcción, entramos en el ‘Cigarral de menores’, la emblemática e histórica residencia de una de las familias con más prestigio cultural, político y social de la historia reciente de nuestro país.
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Al llegar, y a pesar de que estábamos avisados, contenemos la respiración al ver el maravilloso balcón que forman sus jardines asomados a la fabulosa ciudad de Toledo. Ningún cuadro, ninguna fotografía es comparable a la realidad.
Impresionantes vistas en la majestuosidad de ese entorno que nos trasladan de inmediato a otros tiempos, a otros siglos... Aunque la amabilidad y la simpatía de sus anfitriones nos hacen regresar al presente.
Antes llamado ‘Cigarral de los dolores’, sus propietarios Gregorio Marañón Bertrán de Lis y su esposa, Pilar Solis-Beaumont y Martínez Campos, nos abren las puertas de su casa a las afueras de Toledo para poder compartir con ellos una visita histórica y, sobre todo, humana.
Fue adquirido por su abuelo el insigne doctor, pensador, escritor, catedrático, endocrinólogo y académico de Historia, Bellas Artes, Medicina, Ciencias Exactas, Física y Naturales don Gregorio Marañón . Y, como no podía ser de otra manera, comenzamos nuestro encuentro recordando la definición que en su momento hizo de su bellísimo hogar. “Si un cigarral no se parece a ninguna otra suerte de propiedad, no es por la casita encalada, ni por los olorosos y discretos jardines ni por el sereno olivar. Es porque mira a Toledo y porque no sirve para nada más —¡y para qué más!— que para esto”.
—En la majestuosidad de este entorno, cada día, cuando llega de la ciudad, ¿qué es lo primero que le viene a la cabeza?
—Cuando llego de Madrid, cansado, tras una semana de mucho trabajo, y traspaso la puerta del ‘Cigarral’, recupero la paz. Es una sensación indefinible. No es que los problemas desaparezcan ni que las tareas pendientes se den por cumplidas, pero todo se percibe con el sosiego y la lucidez de la distancia.
—¿Quizá piensa en su abuelo, que lo adquirió y rehabilitó..., en su fabulosa vida como médico y pensador o, por el contrario, llega con su memoria hasta el siglo XVI, cuando aquí, en Toledo, se empezaba la construcción de esta casa?
—Los casi tres siglos en los que el ‘Cigarral’ fue convento de unos monjes de ejemplar espiritualidad han dejado una profunda huella, como también el paso de mi abuelo Marañón, que lo adquirió hace ahora cien años, y nuestras propias vivencias. Todo ello conforma el espíritu de este lugar que tanto nos significa.
—¿Por más años que se viva aquí, se sigue estremeciendo al contemplar las increíbles vistas de Toledo?
—Cada día que veo Toledo desde el ‘Cigarral’ me sorprendo como si fuera la primera vez, no solo por conservarse prácticamente como estaba en el siglo XVI, sino por su cercanía, pues parece como si pudiéramos alcanzarlo con la mano, y por el juego mágico de la luz al atardecer.
Fue adquirido hace cien años por su abuelo el insigne doctor, escritor y académico don Gregorio Marañón y por allí han pasado el general de Gaulle, Alexander Fleming y Gustavo Adolfo Bécquer, entre otros ilustres nombres
—Su abuelo el ilustre doctor, escritor y académico don Gregorio Marañón adquirió esta villa en mil novecientos veintiuno, convirtiéndose en un lugar de descanso familiar y, además, de encuentros literarios, políticos y sociales. Usted es su sucesor en muchas cosas, también del gusto por la historia y las letras. ¿Esta casa ha sido también un punto de encuentro en su vida política y de leyes?
—Mi mujer y yo mantenemos siempre abiertas las puertas del ‘Cigarral’. Ante todo, para nuestra amplia tribu familiar —incluyendo hijos y nietos, somos treinta— y también para los buenos amigos. Como he escrito en ‘Memorias de luz y niebla’, nunca he perdido la capacidad de compartir mi intimidad, de solidarizarme con el otro y de descubrir lo que nos une, generando un amplio universo amistoso, no por extenso menos verdadero. Y nunca he regalado el título de amigo, que es una condición diferente de la mera relación social, esto es, de las mal llamadas amistades sociales. Entre los amigos con los que nos encontramos en el ‘Cigarral’, hay algunos que juegan un papel muy relevante en la vida de nuestro país.
—¿Qué es lo más curioso y lo más desconocido de este cigarral?
—Lo más curioso es ‘Bruno’, nuestro precioso burro zamorano, que nos recibe siempre con sus potentísimos relinchos y acude alegre a saludarnos. Y lo que más se desconoce son los restos de una torre de vigilancia del siglo X, en plena dominación árabe.
“Este lugar fue el convento de unos monjes de ejemplar espiritualidad que han dejado una profunda huella, como también el paso de mi abuelo y nuestras propias vivencias”, nos dice el marqués de Marañón, que jugó un importante papel en la Transición
—¿Nos podría contar alguna anécdota ocurrida entre estas paredes?
—Cuando yo era muy niño, vino el doctor Fleming, descubridor de la penicilina. Proyectó un documental sobre algunos de sus experimentos en el que aparecía una sala de hospital llena de niños a quienes estaban inyectando aquel primer antibiótico. Temía que, a continuación, fuera a hacer lo mismo conmigo. De ahí que, en los fotogramas de aquel día en los que Fleming me tenía entre sus brazos y jugaba conmigo, mis ojos no perdieran de vista a mi madre y la expresión de mi cara fuera de verdadero miedo.
Mucho más tarde, cuando yo tenía dieciséis años y estaba en primero de Derecho, mantuve en el ‘Cigarral’ una de mis últimas conversaciones con mi abuelo, que murió días más tarde. Nunca he olvidado la lección que me dio diciéndome que la bondad debía prevalecer siempre sobre la inteligencia.
—¿A qué se debe el apelativo de cigarral a estas casas de Toledo?
—Los cigarrales se conforman en el siglo XVI y, sin duda, deben su nombre al atronador canto de sus cigarras en el verano.
—Su abuelo lo llamó ‘Cigarral de los dolores’ en homenaje a su esposa (su abuela), pero sabemos que fue en un principio vivienda de clérigos. ¿Se conserva en la casa algo de esa residencia?
—En la casa hay restos de un mural pintado a mediados del siglo XVI, cuando pertenecía a una conocida familia toledana. Jerónimo de Miranda, un riquísimo canónigo de la catedral de Toledo, de origen judeoconverso e hijo del regidor de Valladolid, la adquirió más tarde, en mil quinientos noventa y siete, y encargó al arquitecto Juan Bautista Monegro que la convirtiera en una villa renacentista, dándole la apariencia que hoy tiene, incluyendo la capilla. A su muerte, en mil seiscientos dieciocho, se la donó a la Orden de los Clérigos Menores, de origen napolitano, que ocupó la casa sin realizar mayores cambios. Cuando mi abuelo la compró, se llamaba ‘Villa San José’, y decidió denominarlo ‘Cigarral de los dolores’, porque mi abuela se llamaba Lola. Eugenio D’Ors, con humor, le escribió: “Brava cosa, señor, para un físico ser el señor de los dolores”. Sin embargo, mi abuelo, en todos sus escritos, se refirió al cigarral como el ‘Cigarral de Menores’, y, cuando yo lo adquirí, a mi familia le devolví este nombre histórico.
“He mantenido el despacho de mi abuelo como él lo dejó a su muerte. Sus únicos muebles son un escritorio y su sillón, en los que escribía, y las estanterías, con sus libros llenos de anotaciones”
—La casa, de estilo renacentista, aprovecha el desnivel del terreno para la construcción de las dos plantas. ¿Tuvo que hacer muchos cambios? ¿Ha intentado mantener el espíritu de sus comienzos o ha predominado lo que dejó su abuelo al morir? Creo que el despacho y el antedespacho están idénticos a como él los dejó.
—A finales del siglo XIX, el ‘Cigarral’ perteneció al político Manuel Silvela y, después, al beato Joaquín de Lamadrid, que fue asesinado en la Guerra Civil. Mi abuelo, con muy pocos medios, lo arregló en mil novecientos veintiuno. Luego, en la guerra, fue bombardeado y saqueado por las tropas nacionales. Mis tíos Alejandro y Carmen Araoz lo restauraron de nuevo, mejorándolo. Cuando yo lo adquirí, en mil novecientos setenta y siete, a mi familia, recuperé sus jardines y, años después, acometimos una obra importante que realizó mi hijo, el arquitecto Gregorio Marañón Medina, completando las trazas originales del edificio. Tras ello, Pili y yo promovimos su declaración como monumento. Hoy está considerado como el mejor exponente de estas propiedades toledanas de origen renacentista.
En cuanto al despacho de mi abuelo, que tiene el tamaño de una pequeña celda monacal, lo he mantenido exactamente como él lo dejó a su muerte. Sus únicos muebles son un escritorio y su sillón, en los que escribía, y las estanterías, con sus libros llenos de anotaciones. El resto de la casa la hemos adaptado a nuestros hábitos y necesidades, huyendo de la frialdad de una casa museo.
—Sabemos que allí tuvieron un lugar importantes capítulos de la historia de España. ¿Puede comentarnos alguno de eso momentos?
—Federico García Lorca leyó en el ‘Cigarral’ Bodas de sangre antes de su estreno, y Miguel de Unamuno, San Manuel Bueno y Mártir. Manuel Azaña acompañó al Presidente de Francia, Herriot, y almorzaron con mi abuelo en el ‘Cigarral’. El único registro de voz de Azaña que se conserva está grabado precisamente en aquella visita. En mil novecientos setenta y uno, el general de Gaulle y su mujer se quedaron a dormir en el ‘Cigarral’. Mi padre le preguntó por la impresión que le había causado Franco, con quien venía de encontrarse, y se limitó a responder fríamente que le había parecido un anciano. De Gaulle murió seis meses más tarde, y Franco sobrevivió cinco años más.
“Cuando yo tenía dieciséis años y estaba en primero de Derecho, mantuve aquí una de mis últimas conversaciones con mi abuelo, que murió días más tarde”
—¿Es complicado mantener en la actualidad una propiedad como esta? En realidad, es usted un soporte de la historia de España, tanto por la arquitectura, por el lugar y por lo que aquí ha ocurrido... ¿Siente esa responsabilidad?
—Conservar una propiedad histórica constituye un esfuerzo grande y requiere la vocación de asumirlo, pero es una responsabilidad que aceptamos con el mayor agrado. Pili, mi mujer, me ayuda en esto, como en las otras facetas de mi vida, de una manera decisiva. Para asegurar su futuro hemos dado un paso más y hemos constituido una fundación de carácter familiar a la que lo hemos aportado.
—¿Es una cuestión sentimental o lo hace también como una especie de obligación por el sustento de la historia de España y de Toledo?
—Ciertamente, es una cuestión sentimental y también de responsabilidad, pero, por encima de todo ello, está el inmenso disfrute que nos ofrece el ‘Cigarral’. Aunque soy uno de los pocos madrileños cuyos padres y sus cuatro abuelos han nacido en Madrid, el lugar de arraigo que he escogido es el ‘Cigarral’, a donde me llevaron a los ocho días de nacer para recibir a mis abuelos, que regresaban de su exilio.
“Cuando llego de Madrid, cansado, tras una semana de mucho trabajo, y traspaso la puerta, recupero la paz. Es una sensación indefinible”
—Con su bellísima esposa, Pilar Solis-Beaumont y Martínez Campos, se unen dos grandes familias de la historia de España. Hija de los marqueses de la Motilla, también es tía del actual duque de Huéscar, Fernando Fitz-James Stuart, mientras que su esposa, Sofía Palazuelo, también es sobrina por parte de la madre de la joven duquesa. La historia parece que juega a unir grandes familias... ¿Tienen mucha relación con el duque de Alba? ¿Ven con asiduidad a los duques de Huéscar?
—Aunque los orígenes familiares me han interesado siempre y constituyen con frecuencia relatos casi novelescos, he hecho mía una frase que se atribuye a Napoleón: “Mis antepasados soy yo”, se cuenta que dijo cuando algunos compañeros de armas no hacían más que vanagloriarse de las hazañas de quienes les precedieron. En cuanto al duque de Alba, es amigo mío desde el colegio, y luego fue cuñado nuestro. Su hijo Fernando, por tanto, es nuestro sobrino, y Sofía Palazuelo, tataranieta de Marañón, es también sobrina nieta nuestra. Estoy muy unido a ellos, y me hizo especial ilusión que me hicieran testigo de su boda.
—Supongo que, en su comedor, en su salón, se habrán reunido grandes personalidades. ¿Nos pueden contar algo sobre estas reuniones que tanto con usted como con su abuelo han tenido la oportunidad de disfrutar en este Cigarral?
—Tanto Pili como yo procuramos preservar nuestra intimidad y, por ello, la mayor parte de los fines de semana los pasamos en familia. A veces, también compartimos ese tiempo con los amigos que nos visitan. Entre ellos, hay algunos extraordinarios escultores que están dejando su huella en el ‘Cigarral’. Así, por ejemplo, Eduardo Chillida, con su ‘Lugar de asiento’, un extraordinario sillón de hormigón y hierro de seis toneladas que corona un cerro, que llegó en mil novecientos ochenta y siete suspendido de un helicóptero militar, balaceándose como un péndulo, o Cristina Iglesias, con una maravillosa y evocadora ‘Fuente sin nombre’, que todos admiramos.
“Cuando mi abuelo lo compró, se llamaba ‘Villa San José’, y decidió denominarlo ‘Cigarral de los dolores’ porque mi abuela se llamaba Lola”
—En el jardín, cuidado y rebosante de Naturaleza, hay muchas maravillas casi de museo.
—Además de las dos que acabo de mencionar, en los jardines, hay una excelente colección de escultura contemporánea española, con obras de Victorio Macho, Martín Chirino, Manolo Paz, Andreu Alfaro, Emiliano Barral, Julio Antonio, Julio López Hernández, Venancio Blanco y Alberto Corazón, entre otros. Todas ellas tienen una historia detrás con muchos componentes amistosos. Por ejemplo, la de Alberto Corazón, recientemente fallecido y que fue uno de mis mejores amigos. Su obra se denomina ‘Torre del hombre que vive oculto’, y tuvo su origen en una máxima de Epicuro, que yo había hecho mi lema.
—¿Es verdad que aquí, en un banco del jardín, se sentaba a pensar y contemplar Toledo Gustavo Adolfo Bécquer?
—Eso contaba mi abuelo. Hay un elemento que lo convierte en posible, y es que Bécquer tuvo prolongadas estancias en Toledo y estaba vinculado a Manuel Silvela, líder del Partido Liberal, y dueño del cigarral.
—¿Y quién cuida este maravilloso jardín?
—Pili, mi mujer, lo hace de una manera muy personal. A ella se debe, en gran medida, su recuperación, y cuenta con la ayuda de dos excelentes jardineros, Andrés Gómez y José Martín.
“Mantenemos siempre abiertas las puertas del ‘Cigarral’. Ante todo, para nuestra amplia tribu familiar —incluyendo hijos y nietos, somos treinta—, y también para los buenos amigos”
—Tienen árboles frutales, encinas, olivos... ¿Tienen huerto?¿Lo mantienen y se mantienen de él?
—En las quince hectáreas del ‘Cigarral’ tenemos mil olivos que producen un extraordinario aceite y distintos frutales, entre los que destacan las higueras, los almendros y las parras. La huerta, en temporada, también nos da muchas satisfacciones, y tenemos un magnífico gallinero. Todo ello nos sabe a gloria, pero, ciertamente, no pasa del consumo familiar.
Sus memorias
—¿Se reúnen habitualmente con sus hijos y su familia? ¿Mantienen ellos el interés por conservar la historia de estas valiosas ‘cuatro paredes’?
—Todos ellos vienen frecuentemente al ‘Cigarral’, con sus propias familias y sus amigos, haciendo suyo el arraigo que yo siento por ese lugar. Para facilitárselo, hemos arreglado una edificación conocida como la ‘Casa del Cura’, con restos del siglo XVI, en la que posiblemente vivió el fundador del ‘Cigarral’, mientras Monegro le terminaba su obra.
—El Banco Urquijo, el Hispano-Americano, Banif, Fundación Santillana, Argentaria, Altadis, Vodafone..., la Fundación Ortega y Gasset, Presidente de la Real Fabrica de Tapices, Patrono de la Biblioteca Nacional. Estos son algunos de las prestigiosas entidades donde a lo largo de su prolífica vida ha trabajado, pero, además, fue parte importantísima de la constitución de UCD (Unión de Centro Democrático) junto a Adolfo Suárez. Supongo que, en cierta manera, se siente también parte de la entrada de la democracia en España. ¿Qué recuerdos guarda de aquella trepidante y fabulosa época?
—Crecí en una dictadura, y desde que entré en la facultad, con dieciséis años, me comprometí, como muchos amigos míos de entonces, con el empeño de que España volviera a ser una democracia. Siempre recuerdo que en España había entonces solamente cincuenta mil universitarios, cuando ahora hay un millón ochocientos mil. Dirigí la revista de la facultad de Derecho, ‘LIBRA’, y tuve en mi consejo de redacción a amigos y compañeros de entonces que jugarían un papel decisivo en la Transición, como fueron José María Maravall, Juan Antonio Ortega, José Pedro Pérez-Llorca, Rafael Jiménez de Parga, Juan Luis Cebrián y Javier Rupérez. Luego participamos en la fundación de ‘Cuadernos para el diálogo’ y ‘Tácito’, que tanto contribuyeron al cambio.
“He cumplido el proyecto de vida que tracé cuando tenía diecinueve años, y lo he hecho con voluntad, esfuerzo y entusiasmo”, nos dice el abogado, empresario y académico
—En su reciente libro autobiográfico, Memorias de luz y niebla, se comenta en el epílogo que, ya desde los diecinueve años, buscaba pertenecer a una “generación que deje huella”, triunfar en su trabajo y tener un lugar en el campo para ir a descansar ‘trabajando’. Echando la vista atrás, ¿cree que lo ha conseguido? ¿Ha sido duro? ¿Ha merecido la pena?
—He cumplido el proyecto de vida que tracé cuando tenía diecinueve años, y lo he hecho con voluntad, esfuerzo y entusiasmo. Nuestro proyecto generacional se realizó en la Transición. La democracia terminó con la dictadura, y logramos la reconciliación de las dos Españas sin que en ese cambio político hubiera un nuevo exilio. Y de la Transición arrancó el periodo de mayor progreso social y económico en libertad de la historia contemporánea de España. Sin pasado no hay futuro, y, por ello, no comprendo a quienes se empeñan en renegar de este pasado en estos momentos políticos ciertamente complicados, agravados, además, por la pandemia. Siempre he sido optimista, y estoy convencido de que cualquier tiempo pasado fue peor. Por ello, no tengo ninguna duda de que superaremos estas circunstancias y daremos respuesta a lo que hoy más nos debe preocupar: la vacunación general de la población, el hallazgo de un antiviral eficaz y la recuperación económica, solidarizándonos con esos seis millones de españoles que han caído por debajo del umbral de la pobreza.
—Por sus palabras, se ve que el tiempo ‘ocioso’ no le gusta..., pero en cambio supongo que sí ‘el ocio’. ¿Cuál es el ocio con el que más ha disfrutado?
—Desde luego, mis mejores momentos son los que paso en la intimidad, en mi relación con Pili y nuestra familia, en nuestros fines de semana en Toledo, en nuestros veranos junto al mar y viajando.
“En estos jardines hay una excelente colección de escultura contemporánea española. Todas ellas tienen una historia detrás con muchos componentes amistosos”
—¿Ha vivido ‘un gran amor’, como pretendía desde joven?
—Así es. Conocí a Pili, mi mujer, en el año dos mil, y, cuando aún no habíamos cumplido tres meses, ya nos habíamos casado, y, desde entonces, somos inseparables. Con ella llegó la plenitud a mi vida en todos los ámbitos.
—¿En qué ha influido su esposa en su vida profesional?
—Nos apoyamos mutuamente en todo, y siempre tengo en cuenta los consejos que me da con su excelente criterio.
—Al final de su libro y ante el mar, confiesa que el futuro le parece ilimitado y que el final de sus memorias permanece abierto... ¿Qué cree que le queda por alcanzar?
—Vivo un momento de plenitud en el que sueños y proyectos se superponen a los recuerdos. Son proyectos muy diversos, empresariales y culturales, estos últimos siempre ejercidos desinteresadamente. Entre estos, sobresale el del Teatro Real, que hemos logrado convertir en una de las tres principales instituciones culturales españolas, y la primera, en el ámbito de las artes escénicas y musicales, según el barómetro de la Fundación Contemporánea. Y a todo ello se suman mis proyectos más personales, que son los que más me importan y nunca dejo de lado.
“He cumplido el proyecto de vida que tracé cuando tenía diecinueve años, y lo he hecho con voluntad, esfuerzo y entusiasmo”, nos dice el abogado, empresario y académico
—Por último, ¿por qué diría a nuestros lectores que tienen que venir a Toledo? ¿Qué es lo que no se tienen que perder, a parte de lo obvio (alcázar, catedral, judería, el Greco...)?
—Descubrir Toledo es una experiencia que nunca se agota. Recomiendo, por ejemplo, que sigan la ruta del Greco en la ciudad, visitando los lugares en los que aún se encuentran los cuadros que le encargaron, como el hospital Tavera, la capilla de San José, la iglesia de Santo Tomé o los distintos conventos. La catedral es un universo inagotable en sí misma. También pueden acercarse al palacio de Galiana, junto al Tajo, con sus leyendas y sus historias, o visitar las tres preciosas instalaciones de agua que Cristina Iglesias hizo para la ciudad. O, sencillamente, callejear, apartándose del itinerario turístico, abriéndose a la experiencia de descubrir los restos de una vía romana, los baños medievales más importantes de Europa, mezquitas y sinagogas, o bellísimos patios y claustros que evocan la historia milenaria de esta ciudad.