Rocío Moreno y Landahl, hija del VIII conde de los Andes, Álvaro Moreno y de Arteaga, fallecido en 1997, nos recibe en el palacio familiar de Jerez de la Frontera, mansión histórica y marco perfecto para nuestra anfitriona, quien nos muestra la magnífica casa nobiliaria, ubicada en pleno corazón de la ciudad, a la vez que nos habla de la historia de la familia acompañada por su madre, la condesa viuda de los Andes, Sylvia Landahl Hagedorn, y sus hijas, Gadea, Rocío y María, emparentadas por línea materna con las Casas Ducales del Infantado, de Medina Sidonia y de Osuna.
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—Estamos en una época en la que, a veces, algunas familias con ilustre historia no tienen herederos de peso. En cambio, usted puede estar orgullosa de su familia.
—Mi familia llegó a Jerez en el siglo XIII, con la conquista de la ciudad por Alfonso X el Sabio, donde dejó cuarenta caballeros. Uno de ellos era Basco Martínez de Trujillo, que es de quien descendemos y cuyo nieto fue el primer corregidor del lugar. El título nobiliario se adquirió mucho después, a comienzos del siglo XIX, cuando nombraron conde de los Andes al general don José de la Serna y Martínez de Hinojosa, último Virrey del Perú y héroe militar durante el proceso de emancipación americana. La grandeza de España se la otorgó Alfonso XIII a mi bisabuelo el VI conde de los Andes.
Entre sus paredes se celebró una reunión del Consejo de Ministros presidida por el Rey Alfonso XIII, almorzó el poeta Lord Byron y bailó de niña Lola Flores, tal como contaba la inolvidable ‘Faraona’
Miembro del consejo privado de don Juan
—De todos sus antepasados, ¿a cuál elegiría?
—A mi padre, evidentemente. Es la persona que más ha influido en mi vida. Pero también he de resaltar la aportación que han hecho a la historia de España mi bisabuelo don Francisco Moreno y Zuleta, VI conde de los Andes, ministro de Economía y Hacienda con Alfonso XIII, jefe de la Casa Real en el exilio y albacea testamentario de Su Majestad, y mi abuelo el VII conde de los Andes, don Francisco Moreno y Herrera, político, Premio Nacional de Literatura y miembro del consejo privado de don Juan.
—¿Cuándo recibió su familia el palacio del Virrey Laserna?
—Lo recibió Basco Martínez de Trujillo cuando Alfonso X repartió las principales casas de la ciudad entre sus caballeros. Lo que no sabemos es a quién pertenecía, pero debía ser de alguien importante por su proximidad al alcázar y a la gran mezquita, hoy en día catedral. Los cimientos siguen siendo árabes y se han encontrado restos de aquella época en las numerosas transformaciones que sufrió el palacio a lo largo de los siglos. La principal reforma tuvo lugar en el siglo XVIII, de ahí su impronta neoclásica. Sin embargo, no fue la última reforma. En mil novecientos veinticinco se construyó un anexo al palacio para albergar a los ministros que acompañaron a Alfonso XIII durante su visita a la ciudad con ocasión de la coronación canónica de la Virgen del Carmen.
—¿Qué significa para usted este lugar?
—Es la casa familiar, la raíz donde descansa la historia de la familia. Nuestro padre siempre nos enseñó que nosotros no somos propietarios, sino poseedores de una casa que debemos mantener y luego transmitir a la siguiente generación.
“La casa ha pasado durante siglos de generación en generación y me encantaría que las siguientes generaciones pudieran mantener este legado”
Hogar muy vivido
—¿Es un hogar muy vivido?
—Por supuesto, aquí ha transcurrido nuestra infancia. Mi hermano Álvaro reside aquí todo el año y los demás aprovechamos las vacaciones y los puentes para volver.
—¿Cuántos hermanos son?
—Somos cuatro. Iván, el actual conde de los Andes; Asís, marqués de Mortara, que reside en Bruselas; Álvaro, que es el menor, y yo, que vivo en Madrid.
—¿Qué recuerdos de su infancia guarda aquí?
—Recuerdo el privilegio que teníamos de contar con la tercera planta del palacio como cuarto de juego. Era la planta en donde, en siglos anteriores, residían los empleados. Quedó abandonada y nosotros la utilizábamos para jugar. También, el enorme jardín que se llenaba de amigos los fines de semana.
—¿Qué papel ha jugado en la familia su madre? ¿Qué destacaría?
—Tras la repentina muerte de mi padre, el momento más triste de mi vida, mi madre ha sido el elemento aglutinador de la familia y pilar imprescindible. Un apoyo incondicional con quien puedes contar en todo momento.
El edificio es de estilo neoclásico y la decoración de las estancias ecléctica, fruto de la acumulación de obras de arte a lo largo de los siglos
—¿Le gustaría que las siguientes generaciones se hicieran cargo de esta propiedad en un futuro?
—Por supuesto, la casa ha pasado durante siglos de generación en generación y me encantaría que las siguientes generaciones pudieran mantener este legado.
—La decoración y el estilo de este lugar revelan una increíble herencia cultural, ¿qué nos puede contar de ella? ¿Cuándo se remodeló y decoró con el aspecto que ofrece actualmente?
—La gran reforma del palacio tuvo lugar en el siglo XVIII, el período de gran expansión del vino de Jerez, que permitió no solo la construcción de numerosos palacios en la ciudad, sino la reforma de los ya existentes. Por lo tanto, el edificio es de estilo neoclásico y la decoración de las estancias ecléctica, fruto de la acumulación de obras de arte a lo largo de los siglos. Durante la reforma, al tirar o tocar algunos muros, fue cuando se encontraron los restos árabes que han aparecido en la casa.
—¿Cómo se ve reflejada la personalidad de la familia en estos muros?
—Imagino que cada generación ha ido añadiendo objetos o cambiando la distribución de la decoración a su antojo. La actual no es muy distinta a como estaba en tiempos de mi bisabuelo.
—¿Cómo está repartida la distribución de la casa?
—Cuenta con una serie de salones, siguiendo el gusto parisino del XVIII, en el que se puso de moda recibir, que comprenden un primer salón, otro de música donde las señoras amenizaban las veladas, un fumoir para que los señores fumasen, una capilla —hoy transformada en biblioteca— y trece dormitorios en uso actualmente, seis de ellos destinados al alojamiento turístico. También, un salón de invierno .
—¿Qué parte de la casa considera más acogedora?
—El salón de invierno, donde solíamos reunirnos toda la familia frente a la chimenea.
—Entre estas paredes hay muchas reliquias y obras de artes, ¿cuál destacaría?
—Es difícil elegir, pero a mí me han llamado siempre la atención los dos tapices flamencos de Bruselas del siglo XVII que representan uno a los cuatro Evangelistas y el otro la caída del maná. Por otra parte, mi pieza favorita es la escultura en alabastro que hizo Pérez Comendador a mi abuela y a su hermana pequeña, mi tía Elisa. Está estratégicamente situada al final de la escalera principal, donde la vidriera que tiene detrás le proyecta una luz especial que la hace mágica.
—¿Y cuál es el objeto con mayor valor sentimental para usted?
—Sin duda, el retrato de mi padre vestido de caza, de Espert.
“Mi madre ha sido el elemento aglutinador de la familia y pilar imprescindible. Un apoyo incondicional con quien puedes contar en todo momento”
Intento de atentado
—Si los muros hablaran, narrarían infinidad de historias y anécdotas. Cuéntenos alguna.
—En el siglo XIX vino a comer al palacio el poeta Lord Byron, durante su estancia en Jerez, ya que era primo de una sobrina del entonces conde de los Andes. En los años veinte, un anarquista intentó atentar contra el general Primo de Rivera, entonces presidente del Directorio Militar que gobernaba España, que se encontraba cenando aquí. Se apostó enfrente del palacio, pero, descubierto por el sereno, salió corriendo. A la altura de la catedral, se liaron a tiros, falleciendo ambos.
“Este lugar es la raíz donde descansa la historia de la familia. Nuestro padre siempre nos enseñó que nosotros no somos propietarios, sino poseedores de una casa que debemos mantener”
—Ustedes también han estado desde siempre muy unidos al flamenco, ¿verdad?
—Sí. Mis hermanos son muy aficionados, pero los auténticos flamencólogos fueron mi abuelo y mi bisabuelo. En la galería del palacio se han celebrado muchas noches flamencas y por aquí han pasado desde Pastora Imperio a Terremoto y, sobre todo, las figuras jerezanas más importantes, que para eso Jerez es cuna del flamenco. Incluso la propia Lola Flores contaba que la primera vez que bailó de niña, contratada fuera de su casa, fue en esta galería.