“Por favor, instáleme en la habitación de la Reina. Mi esposo dormirá en la Lincoln… Ah, Mr. West –añadió dirigiéndose al ujier principal de seis presidentes- no quiero que me llamen primera dama. Parece el nombre de un caballo de carreras. Haga el favor de notificar que debo ser conocida como señora Kennedy”. Dando órdenes claras y precisas, Jackie Kennedy tomaba posesión de la Casa Blanca el 9 de diciembre 1960, habiendo dado a luz a su segundo hijo, John, dos meses antes.
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Era la hija de un alto ejecutivo de Wall Street, Nueva York, que había puesto el mundo a sus pies… Y, Jackie, muy inteligente y talentosa, usaría ese trampolín para convertirse en la reina de América. Aunque, en un primer momento, no lo esperaba.
‘Tú pareces una de los nuestros”
Amaba la historia, las palabras, la fotografía, y su mundo giraba alrededor del periódico Washington Times Herald, hasta que conoció al congresista John F. Kennedy . Tenía 23 años y él 36. “Esta es una familia de vencedores y tú pareces una de los nuestros”, le dijo Joseph Kennedy, el patriarca del clan, el mismo día en el que fue presentada a la familia. En junio de 1953, cuando Jackie regresaba de Inglaterra -cubrió la coronación de la reina Isabel II-, John le declaró su amor y le regaló una sortija de Van Cleef & Arpels. Y tres meses, después, el 12 de septiembre de 1953, contraían matrimonio en la iglesia católica de Saint Mary , en Newport. Con 800 invitados, la puesta en escena recordó a las de las bodas reales europeas y fue el acontecimiento social del año.
Siete años después, 20 de enero de 1961, John F. Kennedy Y Jacqueline Lee Bouvier estrenaban la Casa Blanca y se convertían en el símbolo de América .
Jackie tomaba el ‘mando’
De puertas afuera, eran el matrimonio de moda en todo el mundo que representaba el futuro de la nación en un momento de transición. De puertas adentro, Jackie tomaba el ‘mando’. Tenía 31 años, había estudiado en la Sorbona (París), antes de graduarse en la universidad George Washington; era la primera dama más preparada de las 34 ocupantes que la habían precedido, y quería su propio reino: Camelot.
La Casa Blanca le horrorizaba y llegó preparada -planos en mano-para convertir “aquel lugar tan triste” en su refugio. Y no perdió un minuto. En menos de tres meses, renovó los espacios de familia, ideó una nueva cocina más integrada y un comedor… Y diseñó también zonas infantiles. Empezando por una escuela a la que asistiría su primogénita, Carolina, junto a otros niños, hijos de amigos y empleados; un área de juegos al aire libre, con columpios y una casa en el árbol, una piscina…
Un museo de la cultura americana
Asimismo, y, en plena renovación de las estancias privadas, Jackie también se tomaría como un asunto de estado reconvertir toda la residencia. “Quiero que la Casa Blanca tenga muebles originales de su época y no copias. Y hacer de este edificio un museo de la cultura americana”.
Su deseo era celebrar la historia, el arte, y los logros de EEUU. Y habiendo transcurrido tan solo un mes de su llegada, Jackie consiguió crear un Comité de Artes de la Casa Blanca y que fuera declarada museo para ayudar a preservarla.
Removió los sótanos para encontrar tesoros
Nadie había llegado tan lejos a la hora de renovar la continuidad histórica. Amparada oficialmente, Jackie removió los sótanos, descubriendo un auténtico tesoro; recuperó muebles y objetos de otros presidentes que habían sido vendidos; recaudó fondos para su adquisición - en el transcurso de tres años más de 1.5 millones de dólares- y abrió puertas a las donaciones privadas. Además, “protegió” los salones para que no se modificaran radicalmente en el futuro, definiendo el trabajo como preservación histórica y desterrando la palabra redecoración.
Con su metro de plata de Tiffany
No dejó un sólo rincón sin tocar y sin medir con su metro de plata de Tiffany: Salón rojo (su preferido), Salón azul, Salón Verde (el que más gustaba a su marido, al estilo de la época de Adams y Jefferson); Sala Oval Amarilla, Comedor de Estado… Despacho Oval. Y llenó los espacios de muebles y artículos de antiguos mandatarios, con el mayor sentido y detalle porque todo tenía que ser preciso: la butaca de Washington, el diván de caoba Lincoln; el escritorio HMS Resolute, regalo de la reina Victoria de Inglaterra; las alfombras encargadas por Theodore Roosevelt, las lámparas de araña, la cubertería francesa de James Monroe… Los candelabros de la administración Monroe.
Mostró su obra a los americanos en un documental
Un año después, 14 de febrero de 1962, Jackie abría las puertas de la Casa Blanca para mostrar su obra al pueblo americano. Durante casi siete horas guio a ocho cámaras de televisión de la CBS para compartir cada detalle. Por fin, era una residencia “viva”, un destino para todos los estadounidenses (su casa); el escaparate del arte y la cultura y el símbolo del orgullo nacional. El documental fue visto por más de 70 millones de estadounidenses y Jackie, que incluyó también la primera guía oficial de la residencia, obtuvo de la Academia de Artes y Ciencias de la Televisión un Emmy honorífico por su trabajo.
El arte de la cena en la Casa Blanca
Los Roosevelt sirvieron perritos calientes a los Reyes de Inglaterra, Jorge VI y Elisabeth, mientras hablaban del futuro de la Segunda Guerra Mundial; pero la señora Kennedy, durante los 1.037 días que permaneció bajo el techo de la Casa Blanca, también cambiaría las costumbres y la organización interna influyendo enormemente en las costumbres de los hogares americanos.
Empezando por contratar a un chef francés, René Verdon, y disponer menús (pasó de seis platos a cuatro, y por primera vez, en francés) mucho más sofisticados: lenguado Veronique, fresas Romanoff, Tournedos Heloise”, solomillo asado Concorde, Bombe Glacée Grand Duchesse… Sin olvidar que fue la primera en servir vino de los EEUU en una cena de Estado.
Exóticas bebidas como el daiquiri y el Cuba libre
También eliminó la mesa en ‘E’ reemplazándola por otras redondas vestidas de manera sencilla con manteles de lino o bordados de organdí; e impuso la costumbre del aperitivo, ‘abriendo’ un bar en el Comedor del Estado donde se servían exóticas bebidas como el daiquiri y el Cuba libre.
La temática de Navidad
Jacqueline planeó elegantes eventos de estado, pero, además, abrió las puertas a otros invitados con cenas para ocho más informales. Reuniones muy frecuentes en las que cabían todos porque creía especialmente en la aristocracia del talento: artistas, escritores, actores, pintores científicos, políticos, músicos y diplomáticos. Había que realzar el papel de las artes en la vida nacional y enorgullecerse de su herencia
Y, todavía hay más, en 1961, la Primera Dama comenzó la tradición de seleccionar un tema para la decoración navideña de la Casa Blanca. Costumbre que, también, se mantiene hoy día.
La imagen de América
Finalmente (tercera escena), creó su imagen pública. La de una mujer elegantísima y misteriosa . Para ello llamó a su amigo el diseñador Oleg Cassini. “Vísteme como si John fuera presidente de Francia, pero no como si yo fuera María Antonieta”... “Lo haré –contestó el modisto- y podrás hacer un Versalles de América”. Y sí, Jackie llevó la corona. Aplausos, honores y todos los halagos a su estilo único, aunque también lágrimas. Las que derramaba cuando el nombre de su marido se relacionaba con las actrices más famosas del momento…
Lo peor, sin embargo, estaba todavía por llegar: la muerte de su tercer hijo, Patrick, que fallece a los dos días de haber nacido y el asesinato de su marido en un solo año. Acaban de celebrar su décimo aniversario de boda y se preparaban para cambiar el mundo cuando sobrevino la tragedia.
El sueño había terminado
Para Jackie, que amaba de verdad al presidente, su asesinato, el 23 de noviembre de 1963, fue un verdadero mazazo. El punto del no retorno. El sueño había terminado. Su figura trágica, estoica, regia… amplifica el mito. Es la viuda de América la que acompaña, con el mismo traje rosa ensangrentado -“su sangre y su cerebro estaban en mi regazo”- los restos de su marido a bordo del Air Force One hasta la Casa Blanca… La que sigue, sin cambiarse de ropa “para que todos vean lo que le han hecho” el juramento del nuevo presidente… La que camina detrás del ataúd, después de pedir que su marido tenga los mismos funerales que Lincoln; y aprobar que sea enterrado en Arlington. Carolina, la niña que se arrodilla, al lado de su madre, ante el féretro; y John, el pequeño, que cumplía ese mismo día tres años, despidiendo a su padre con un saludo militar, son las imágenes que sobrecogen al mundo.
Había perdido a su marido, su hogar, su papel… Y ni siquiera pudo llorar a solas. Jackie no solo era fama, era historia. Y la leyenda continuó y continúa.