Pocas cosas más irresistibles para los golosos que ese característico olor que desprende una masa de gofre al cocerse… Una delicia, a base de harina, leche, huevos, mantequilla y azúcar, que adopta, gracias a la gofrera donde se cocina, esa característica forma de celditas y que, irremediablemente, asociamos con el mundo dulce. Tal es su popularidad, que los gofres (cuyo origen parece estar en las obleas cocidas entre placas de hierro que elaboraban los monjes en los monasterios europeos del siglo IX y X), cuentan incluso con su Día mundial: el 25 de marzo.
Y, aunque los gofres más famosos son los belgas (una fama que despegó cuando fueron presentados en la Feria Mundial de Bruselas, en 1958 y, posteriormente, en la Exposición Universal de Nueva York, en 1964), a menudo se cuenta que esa fecha está más vinculada a Suecia. De hecho, allí esta celebración se denomina allí Våffeldagen y, según apuntan algunas teorías, existe una curiosa historia lingüística al respecto. En este país nórdico, el 25 de marzo es también el Día de la Anunciación (Vårfrudagen, ‘Día de Nuestra Señora’). Con el tiempo, la pronunciación de Vårfrudagen se fue confundiendo con Våffeldagen, esto es, ‘Día del gofre’ (Våffel es gofre en sueco). La tradición de comer gofres ese día se consolidó en Suecia y, posteriormente, se extendió a otros países.
Sea como fuere, lo cierto es que cualquier excusa es buena para disfrutar de un rico gofre. Ya aquí os contábamos cómo hacer, paso a paso, el gofre más clásico. Así que en esa ocasión vamos a darle darle un twist diferente, llevándonos esta preparación al terreno salado. Lo hacemos con recetas tan ricas y vistosas como estas. Para acceder a su modo de elaboración solo tienes que clicar en los botones de Leer más.