Cualquiera de nosotros puede hacer la prueba porque está más que demostrado que hay determinados alimentos que cuando los consumimos afectan a nuestro bienestar mental y emocional. Es lo que preconiza el movimiento Mood Food, nacido en Japón y basado en la ciencia y la biología para diseñar una dieta que contribuye a que nos sintamos más felices. Y en este contexto, se enmarca la neurogastronomía. Ponemos el acento en ella porque puede ayudarnos a combatir el síndrome posvacacional.
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¿Qué es la neurogastronomía?
"La neurogastronomía es una nueva disciplina científica que estudia los complejos procesos cerebrales que dan lugar a los sabores que experimentamos al comer o beber. Surge a principios del siglo XXI y es nombrada por primera vez por el neurocientífico Gordon Shepherd, profesor de la Universidad de Yale", según explican en Tastelab, una de las empresas españolas pioneras en tecnología de análisis sensorial, en cuya página web también leemos que "se ha demostrado que la comida es uno de los estimuladores cerebrales más efectivos que existen".
Eva Ballarín es investigadora y divulgadora independiente de tendencias, innovación y estrategia en turismo, hostelería y restauración.
Eva Ballarín, consultora, analista e investigadora gastronómica especializada entre otras cosas en neuromarketing, añade "la neurogastronomía explora la relación entre el cerebro, es decir lo que ocurre en nuestra cabeza, la percepción sensorial, con la experiencia gastronómica. Nos ayuda a desentrañar los misterios que hay detrás del porqué disfrutamos de unos sabores, texturas o presentaciones... más que de otros. Y esto también nos ayuda a manipular de alguna manera el cerebro para generar mejores experiencias".
Algo que, claro, también muchos restaurantes ponen cada vez más en práctica para generar en el cliente determinados efectos positivos, desde la decoración hasta la presentación, pasando por lo que se pone y cómo en cada plato, incluida la decoración, la vajilla, la cubertería, el ambiente, etc.
Esta disciplina explora, según Eva, "lo que llamamos sinestesia alimentaria. ¿Cómo? Combinando diferentes estímulos sensoriales, como el color o la forma, porque esto también afecta a nuestra percepción del sabor. Y también estudia la memoria gustativa, esos recuerdos de olores y sabores. Aquí investigamos también la textura de los alimentos, por ejemplo el crujiente... Todo ello afecta a cómo nos vamos adaptando a nuevos sabores, se llama neuroplasticidad gustativa e impacta en la experiencia gastronómica final que tiene cada persona".
No solo influyen en el bienestar emocional los sabores y aromas, sino que también lo hacen determinadas texturas de los alimentos, en especial la crujiente, como la de estos chips vegetales.
Neuronas del cerebro pero también del intestino
Seguro que también habréis escuchado más de una vez que al intestino le llaman 'el segundo cerebro'. Desde Barcelona Culinary Hub apuntan a que la neurogastronomía, "además de centrarse en el funcionamiento de las neuronas con respecto a la comida o al acto de comer y a la percepción, los sentidos y las relaciones que se crean en torno a los alimentos que se consumen en relación con otros factores como el entorno, el estado anímico, etc, también se centra en las neuronas que se encuentran en el intestino y cómo reaccionan ante de la comida".
El intestino cuenta con aproximadamente 200 millones de neuronas, que aunque son independientes del sistema nervioso central, se mantienen en constante comunicación con las del cerebro y también producen neurotransmisores que influyen en la regulación de las emociones, de ahí que sea tan importante tener la microbiota en equilibrio para nuestro bienestar físico y anímico. Y eso depende muchísimo de lo que comamos.
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Eva Ballarín los denomina 'centros del placer'. " Son áreas específicas del cerebro que se activan cuando experimentamos sensaciones placenteras, en este caso, relacionadas con la comida y la bebida. Son áreas que están vinculadas a la liberación de neurotransmisores como la dopamina, la serotonina... que son sustancias activadoras y generadoras del placer también relacionadas con la comida al igual que con el sexo o el deporte. Por otro lado, en la parte más profunda del cerebro, que es el hipotálamo, se regulan además del placer también la ansiedad, y se libera por ejemplo la sensación de saciedad".
Estos nutrientes y principios activos actúan como precursores de las conocidas como 'hormonas de la felicidad' porque tienen una gran capacidad para controlar el estrés y la ansiedad, aumentar la tolerancia al dolor, mejorar la cantidad y calidad del sueño, evitar la tristeza y reducir el riesgo de depresión, según recoge Miguel Ángel Almodóvar en su libro Mood Food. La cocina de la felicidad.
El plátano, por su gran contenido en triptófano, es uno de los ingredientes que mayor bienestar producen en nuestro cerebro.
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Alimentos que estimulan nuestros centros de placer
Los alimentos que contribuyen a hacernos más felices son aquellos ricos en triptófano, teobromina, fenilalanina, tirosina, vitaminas del grupo B y C, ácidos grasos Omega 3, capsaicina y minerales como el magnesio, el hierro, el fósforo, el selenio o el zinc.
En este sentido, Eva explica "por ejemplo, el chocolate estimula la liberación de dopamina y hace que nos sintamos casi eufóricos. O el helado, porque esa combinación de azúcar y grasas activa los centros del placer, como las patatas fritas, con su combinación entre la textura crujiente, grasas y sal, que genera una respuesta placentera en nuestro cerebro o la pizza, que es una mezcla de carbohidratos, grasas y sabores umami que nos da un chute tremendo de satisfacción... todos estos alimentos son ricos en triptófano y liberan serotonina y producen las famosas endorfinas, al igual que el plátano, las nueces o la avena".
Disfruta del placer del chocolate en su versión más fría
A estos alimentos, se suman otros como los pescados azules ricos en ácidos grasos omega 3 (atún, salmón, caballa, sardinas, etc), las legumbres o el tomate que gracias a su contenido en vitaminas y minerales -y sobre todo fenilalanina- ayudan a controlar estados de nerviosismo e irritación y fomentar los momentos de bienestar, los frutos secos, el aguacate o el aceite de oliva.
Hasta la vajilla y la cubertería influyen en nuestra percepción sobre la comida
Al parecer, también está demostrado que, además de la comida, todo lo que la rodea es importante para mejorar nuestra percepción y hacer que nos sintamos mejor. "Hay un libro que se llama 'Gastrofísica', de un un neurocientífico llamado Charles Spencer, en el que aborda lo que nos influye a la hora de comer más allá de los alimentos. Por ejemplo, él demuestra, la importancia que tienen detalles como el plato donde se sirve la comida, porque dependiendo del que sea, se puede generar una experiencia diferente... en función del color, la forma, el material, la textura... es igual que tomarte un vino en un vaso duralex o en una buena copa de cristal Riedel".
La vajilla y la cubertería también importan, al igual que la mesa o la silla donde te sientes al comer. Y en casa esto podemos aplicarlo de muchas formas. "Hay que mirar el momento de comer no solo como un acto de alimentarnos y nutrirnos, sino como un acto social, un acto de generosidad y un acto de amor... que no solo tenemos que practicar en momentos especiales, sino a diario. Y aquí hay que cuidar mucho los detalles, como decorar la mesa, unos vasos, platos y cubiertos adecuados o la comida por ejemplo bien presentada, con unas hierbas frescas, pero también la temperatura, la luz, el ambiente...", concluye Ballarín.