La seguíamos ya en sus Crónicas de Paganini, la sección del diario El Mundo en la que Emilia Landaluce publica sus crónicas -incide mucho en que son crónicas y no críticas- sobre los lugares para comer en Madrid que le gustan pero también sobre los que le han decepcionado. Nunca deja que en los locales a los que va la inviten, salvo que sea su acompañante, y eso le permite no tener pelos en la lengua a la hora de expresar sus opiniones sobre los bares, tabernas, restaurantes, mercados o cafeterías sobre los que escribe.
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"Comerse Madrid" es una recopilación y ampliación de esas divertidas crónicas guiadas por la felicidad -ideadas por Arcadi Espada, también periodista, amigo y compañero de aventuras gastronómicas de la autora-. Recién publicado por la editorial Espasa y firmado por la que es actual directora del suplemento LOC, este libro hará las delicias de los que, además de comer, valoran muchos más aspectos "relacionarse con otras personas, recordar, evocar... la comida tiene mucho de fantasía de evocación a través de sus sabores y aromas", remarca la autora. "Comer es algo más que el sabor (aunque sea lo más importante), que tragar y saciarse. Tiene algo de triunfo, de símbolo, de lo que queremos ser y a lo que aspiramos (...) Comer dice mucho de nosotros", añade.
Divide la publicación en 7 epígrafes: desayuno, aperitivo, comida, de merienda, cenas, los menús y recenas, con casi 200 direcciones en sus casi 300 páginas. Y es que, según reconoce Landaluce "estoy fuera todo el rato, todos los días tengo ocasión de comer y cenar fuera, aunque a veces también me tomo una ensalada o un sándwich en mi casa e, incluso, hago ayuno intermitente".
Landaluce escribe aquí con humor, ironía, sinceridad y con el estilo habitual que le caracteriza y, además de hacer alusión a la comida, se refiere a la decoración, a algunas celebrities con las que se encuentra, a sus acompañantes, a los clientes con los que coincide en cada sitio, sin olvidar en muchas ocasiones o a los propietarios y empleados de los lugares más sencillos a los más sofisticados -aparecen desde templos de las ostras o el caviar, restaurantes con estrellas Michelín, hasta tabernas con los mejores torreznos, croquetas o ensaladillas rusas pasando por algún que otro restaurante de polígono industrial o de desguace-. Y, para beber, ella lo tiene claro "prefiero el cava y el champagne, o la cerveza, porque no suele tomar destilados, salvo si es un negroni o un dry martini de vodka, pero evito beberlos entre semana, como el fino, porque me gustan demasiado para conformarme solo con uno".
Si le preguntas por algunos de sus lugares y platos favoritos menciona La Buena Vida, especialista en cocina de temporada -de la que destaca la raya a la mantequilla y los guisantes de Guetaria con huevo-; Hortensio con la sopa de trufas y foie creada por Paul Bocuse en honor de Valéry Giscard d'Estaing; Lhardy con el lenguado Evaristo; el rabo de toro de Quinqué o el bar Las Piedras de Vallecas, famoso por sus caracoles... pero también me confiesa que si tuviera que elegir un plato para comer antes de morir serían los zorzales, "porque en mi familia siempre hemos comido caza y han sido cazadores", y que nunca se cansaría de comer jamón ibérico ni tortilla de patata. En "Comerse Madrid" también recuerda un grave accidente del que se despertó pensando en la importancia del placer "y no me privé de la tarta de queso de Estimar".
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