Seguro que la situación te resulta familiar. Vas al supermercado, te acercas a la zona de refrigerados para comprar unos yogures y, si no vas a tiro hecho o tienes muy claro qué quieres comprar, puedes llegar a 'marearte' entre tanta referencia, variedad, color, sabor, tamaño… En realidad tú solo buscas un yogur que sea saludable, pero el abanico de opciones es tan grande que resulta muy fácil perderse, y terminar en el carrito de la compra con un producto no todo lo sano que te gustaría. Muchas veces esto puede deberse a algunos errores comunes que cometemos de forma involuntaria. Estos son algunos de los más comunes:
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Tomar por yogur otros productos que, en realidad, no lo son
A no ser que sigamos una dieta vegana (libre de alimentos de origen animal), el yogur es un alimento más que interesante a la hora de componer nuestros menús. Cuenta con propiedades beneficiosas para el organismo y es perfectamente saludable. De hecho, dentro del mundo de los lácteos, los nutricionistas suelen describirlo como 'prioritario'. Lo que ocurre es que esto se refiere al yogur natural, tradicional, sin azúcares añadidos. Y estos yogures ocupan un lugar reducidísimo en las cámaras frigoríficas de los supermercados. El resto del espacio suele ser para yogures de sabores de frutas, muchas veces con elevadas cantidades de azúcar. Sin olvidar, por supuesto, todos esos productos que también encontramos en esta sección, y que ni siquiera deberían enmarcarse en la categoría de yogur, sino que más bien podrían definirse como ‘postres lácteos’ (natillas, copas de chocolate, etc). Aquí las cantidades de azúcares se disparan incluso más.
No fijarnos en las etiquetas
Como decimos, los elevados niveles de azúcar que contienen muchos yogures suele ser el mayor hándicap si queremos hacer una elección saludable. Por eso, resulta más que recomendable echar un ojo a las etiquetas. El yogur natural contiene un azúcar propio del lácteo (en la tabla nutricional veremos que suele representar entre 4 y 5 gramos por cada 100g de producto). Pero no es éste el azúcar del que debemos huir. El que debemos evitar es el ‘azúcar añadido’. Y es fácil de identificar porque en la lista de ingredientes aparecerá seguramente en segundo o tercer lugar. Por ley, la lista de ingredientes de los alimentos etiquetados debe ordenarse en función de la cantidad de cada producto que contenga: el ingrediente más presente en primer lugar, y así sucesivamente. Así, vemos cómo la mayor parte de los productos de la sección de yogures presentan esos azúcares añadidos que no nos interesan (incluidos, en ocasiones, aquellos que presentan ese marchamo de salud, como son los productos ‘funcionales’, con bífidus, etc). Una norma general: cuanto más corta sea la lista de ingredientes de un yogur, mejor.
Pensar que la miel, la panela, sirope de arce… son alternativas ‘sanas’
Es cierto que este tipo de productos pueden presentar en su composición algunos nutrientes de interés para el organismo pero no debemos olvidar que todos ellos, en un porcentaje elevadísimo de su composición, son azúcar. Así que si encuentras yogures endulzados con este tipo de productos, debes saber que no son una alternativa ‘sana’. Porque, como decimos, todos son primos-hermanos.
Creer que los yogures vegetales son más saludables ‘por sistema’
Parece que todo lo ‘vegetal’ está siempre vinculado con ese halo de salud. Por supuesto que una alimentación con más vegetales y menos carnes es una magnífica opción (más allá de cuestiones éticas, esto tiene también que ver con cuestiones de salud, de medioambiente…). Pero eso no significa que todos los productos veggie que encontramos en el mercado sean saludables por sistema. Así, habrá yogures elaborados con soja, o con leche de almendra, de coco, etc que sí sean saludables. Pero también los habrá que sean ‘bombas’ de azúcar. De nuevo, la pista la tenemos en la etiqueta.
Considerar los edulcorados un opción tan válida como los ‘sin azúcar’
Sí, es cierto que, de entre todas las opciones, comprar unos yogures naturales edulcorados es una de las decisiones menos malas. Pero, aunque que no tengan azúcar y su contenido calórico sea reducido, nuestra primera opción siempre debería ser los naturales sin azúcar y sin edulcorar. El objetivo de esto es conseguir que nuestro umbral de dulzor se vaya reduciendo. Es una cuestión de ir acostumbrando al paladar. Si tomamos productos edulcorados nuestro paladar querrá seguir tomando siempre cosas muy dulces, y eso no nos beneficia. Es cierto que el sabor de un yogur natural, con su característica acidez, no es del gusto de todos, pero hay una magnífica manera de proporcionarle dulzor, y de la forma más saludable: añadiéndole tú la fruta fresca que más te guste. Si, por ejemplo, a un yogur natural le añades unos pedacitos de pera madura, unas fresas, unos frutos rojos... verás cómo la cosa cambia por completo. Y para dar una textura aún más apetecible puedes añadir también avena integral, unas semillas…
Perder de vista otras alternativas que sí pueden ser saludables
Aunque antes era más complicado, hoy día no es difícil encontrar en los supermercados otros derivados lácteos fermentados que sí son igualmente saludables. Es, por ejemplo, el caso del kéfir. Puedes encontrarlo de leche de vaca y también de cabra. La diferencia con el yogur es que la fermentación no solo es láctica, sino también alcohólica y las bacterias que hacen esa fermentación no son las mismas. Su sabor es más ácido que el yogur, y en su versión más tradicional y natural es muy saludable, pero, como no nos cansamos de repetir, la clave está en el etiquetado, así que nunca lo pierdas de vista.