Audrey Hepburn siempre ha sido el paradigma de la elegancia. En 1954 ganó el Oscar por la deliciosa comedia Vacaciones en Roma
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Grace Kelly, feliz por su Oscar, en 1955. La actriz vestía un diseño de la famosísima modista de las estrellas Edith Head
14 FEBRERO 2007
La moda supera la ficción. Los personajes del celuloide se hacen mujeres de carne y hueso que desfilan seguras hacia el bueno del tío Oscar. Desde 1928, la ceremonia de los Oscar es una pasarela donde la elegancia contrasta con las estridencias, y el glamour se alía con las tendencias. Sólo hubo un período, aquel que circunvala la Segunda Guerra Mundial, en el que Hollywood se hizo recatado y austero.
La bellísima Ingrid Bergman se convirtió en baluarte de este espíritu sobrio que conquistó la Meca del cine. Nominada dos años consecutivos, 1944 y 1945, en la categoría de mejor actriz, acudió a la ceremonia con el mismo vestido. Un traje oscuro, de corte espartano, con el que recogió, en 1945, su Oscar por Luz de gas. Pronto se levantaron voces contra el dominio del gris en una ceremonia llamada a despertar ilusiones, incluso en tiempos de guerra. Hedda Hopper, la cronista del Hollywood más festivo, puso su pluma al servicio de la elegancia: “La guerra acabó. Por favor, pongan fin a esta batalla contra el glamour”.
Y volvieron el 'glamour' y las joyas
En 1948, Jean Hersholt, presidente durante años de la Academia y una de las personas que más hizo por devolver su esplendor a la ceremonia, ofreció a las actrices debutantes la posibilidad de presentar los Oscar. Entre ellas, Elizabeth Taylor que, en 1948, fue la encargada de entregar el Oscar al mejor vestuario. Aquella estrella en ciernes de los cuarenta se convirtió en una presencia fundamental. Su estilo inconfundible rompía con la sobriedad pasada. Amplios escotes y grandes joyas (en 1970 acudió a la ceremonia con un diamante de sesenta y nueve quilates, de Cartier) fueron su seña de identidad. La actriz creó escuela. Entre sus pupilas más aventajadas, Kate Winslet y Hilary Swank (esta última llevó en 2000, cuando recibió el Oscar por Boys don’t cry, un espectacular collar de 200.000 euros).
Por primera vez por televisión
Y llegó 1953, con la primera retransmisión televisiva, otro punto de inflexión. Las grandes damas de Hollywood se sentían observadas por cientos de miles de personas. Y ningún esfuerzo era en vano. Joanne Woodward se cosía sus propios vestidos. Otras actrices se hicieron fieles a un diseñador. Así fue como Givenchy llegó a Hollywood de la mano de Audrey Hepburn. Las estrellas, desde entonces, buscan el consejo sabio de los expertos de la aguja.
Gwyneth Paltrow, cual princesa de cuento, recibió su Oscar por Shakespeare in Love en tules rosas con la impronta de Ralph Lauren, en 1999. Julia Roberts, en 2001, vistió con un modelo de Valentino. Dos años más tarde, Nicole Kidman sorprendió de Jean-Paul Gaultier. Sin embargo, muchos echaron en falta el 'glamour' derrochado por la estrella, en 1997, cuando apareció espectacular con un vestido de estilo oriental diseñado por Christian Dior. La moda y la ficción van de la mano para hacernos soñar.