22 MAYO 2004
Una emoción contenida. Un nudo en la garganta de doña Letizia y don Felipe de Borbón. Un temblor y silencio en el templo en el momento del “sí”. Un sí que supone que los que eran dos se convertirán en uno: los Príncipes de Asturias unidos “en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad, todos los días de mi vida”.
El sí que se sabe eterno
Todos estaban a la espera de ese “sí quiero”. Tras una emotiva homilía, en la que hubo palabras de recuerdo para las víctimas del 11-M, los oficiantes se acercaron a los novios para pedir la bendición de Dios en este enlace.
Se juraron amor eterno sin mirarse, hasta que sus manos se unieron y, entonces, se miraron a los ojos con profundidad. Ella le acariciaba suave. Hablaron claro y no se dejaron de enlazar las manos. “Yo, Letizia, te recibo a ti, Felipe, como esposo y me entrego a ti, y prometo serte fiel”. A doña Letizia, en este momento, le tembló la voz y la barbilla, porque sabía que estaba viviendo el momento más bello de su vida.
Relajados tras el sí quiero
Tras la fórmula elegida para darse este sí quiero histórico, se vio a los recién casados más relajados. Hasta ese momento, en la ceremonia, ambos se habían mostrado muy rígidos y nerviosos. Pero, en el momento en que supieron que su destino se había unido por siempre, no pararon de mirarse y mostrarse, con los ojos y las sonrisas, que sabían bien, qué paso habían tomado. Se habían convertido en marido y mujer... y futuros Reyes de España.
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