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Reese Whiterspoon vivió los primeros cuatro años de su vida lejos de su Lousiana natal. Su padre, un reputado otorrinolaringólogo del Ejército estadounidense, fue destinado a Wiesbaden, Alemania. Quizá algo del espíritu germano de la tierra que la vio crecer se quedó adherido al carácter de la pequeña Reese. Porque a trabajadora no hay quien la gane. Y disciplinada.
Desde los siete años probó suerte en el mundo del espectáculo. Le ayudaba un físico de los calificados con rigor como angelicales. Los anuncios para la televisión encontraron en ella una bicoca, porque su placidez y serenidad invitaban a consumir cuanto producto comercializara. A los once años ganó un concurso de talentos, y a los catorce ya había debutado en la gran pantalla.
Tanta cámara no logró, sin embargo, deslumbrarla: tras su graduación en la Escuela Superior, la Harpeth Hall, de Nashville, Reese tuvo muy claro que iba a dejar de lado su carrera artística para dedicarse en cuerpo y alma a estudiar literature en la Universidad de Stanford. Sus planes se truncaron ante unas ofertas muy golosas a las que no se pudo negar. Dos largometrajes con compañeros de reparto de primera línea: Sin salida, junto a Kiefer Sutherland (ganó el premio a major actriz en el Festival de Cine de Sitges), y Pasión obsesiva con Mark Wahlberg.
En la fiesta de su veintiún cumpleaños conoció a quien iba a convertirse en su marido durante siete años: Ryan Phllipe, con quien además compartió cartel en la película Crueles intenciones. Se casaron en 1999 y tuvieron dos hijos: Ava Elizabeth y Deacon. La actriz luchó con todos los recursos que tenía a mano por combinar su papel de madre y esposa, con su cada vez más exitosa carrera profesional. Dos títulos vinieron a traerle la fama internacional: Una rubia muy legal y Sweet Home Alabama.
Una vez más, Reese Whiterspoon volvió a sorprender. A pesar de que ambas películas se convirtieron en número uno de taquilla, ella pensó que había llegado la hora de alejarse de papeles fáciles de rubias con gracia, para darse una oportunidad en papeles más serios. Y así fue. La actriz formó su propia productora, la Type A Films, y comenzó a elegir sus papeles con lupa y extrema atención. Fue de esta manera como escogió el de June Carter para En la cuerda floja, junto a un soberbio Joaquin Phoenix. Triunfó en los Globos de Oro, indicio de que la suerte le iba a sonreír la noche de los Oscar. Y así fue.