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pedro almodovar

Pedro Almodóvar

Llegó a Madrid con 17 años. Atrás quedaba Castilla-La Mancha (nació en Calzada de Calatrava)y Extremadura (en Cáceres estudió el Bachillerato). Pero el atrás era físico, porque un trasfondo de la España profunda, sabiamente combinada con el poderío de la ciudad, quedó inherente en sus paseos por el celuloide


7 de noviembre de 2006 - 14:12 CET
Calzada de Calatrava, Ciudad Real, España

Sin inquietud por mirar más allá de lo diario, Pedro Almodóvar jamás se hubiera convertido en uno de los directores más geniales de la historia del cine español. Lo artístico, el deseo por hacer estética de las imágenes cotidianas, le llevaron a enamorarse del mirar tras la cámara.

Cuando llegó a Madrid supo que con sus aspiraciones artísticas era difícil sobrevivir si no se partía de un mínimo para la subsistencia. Cerró lo pragmático y aprobó una oposición como administrativo en Telefónica. Once años en los que aderezaba la jornada inevitable con toques underground que iban de la escritura, a la interpretación, pasando por la dirección de cortos, sin olvidarse de ciertos devaneos musicales acompañado por Fabio MacNámara. Cuando los ochenta comenzaron a dar guerra, en sus primeros años, Almodóvar tenía en sus manos su primer filme: Pepi, Luci, Brom y otras chicas del montón. Tras el estreno, y la aprobación por parte de la crítica, a Almodóvar le parecieron cortas las horas del día y decidió decir adiós a las oficinas de Telefónica para abrazarse plenamente a la magia de poder crear sin límites horarios.

Lo de Almodóvar fue una guerra sin cuartel por crear un idioma propio en, fundamentalmente, el color de sus películas. Cada tapicería, cada objeto están cuidadosamente estudiados para que entren a formar parte de una sinfonía visual única. Pero sus películas son mucho más que objetos armoniosamente colocados, a gusto y estudio exhaustivo de Almodóvar. En sus películas hay personajes que son mujeres Almodóvar, hombres Almodóvar, porque su sello va impreso casi sin quererlo en cada uno de los aspectos que hace de una película una joya del séptimo arte. Ahí están las chicas Almodóvar que interpretan desgarros con unos toques de excentricidad que las hacen, a dosis similares, humanas y divinas. Ahí están sus descubrimientos, léase Antonio Banderas que surgió de sus historias rotas y acabó comiéndose Hollywood a base de vitalidad. Cuando en 1990 la Academia de Hollywood le propuso al Oscar por Mujeres al borde de un ataque de nervios, todos esperaron que más allá de los mares pudieran captar la fina ironía, la idiosincrasia evidente, de las imágenes almodovorianas. En aquella ocasión no pareció quedar del todo claro. Hubo de esperar casi una década para que, Oscar en mano y retahíla de santos en verborrea incontenible, Pedro Almodóvar agradeciera en un inglés made in La Mancha que el tío Oscar, al fin, hubiera ido a parar a sus manos de director experto... y muy, muy personal.

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