Sus padres eran fanáticos de los Beatles. Por eso, la leyenda que ya le rodea cuenta que tras el Hey Jude fue bautizado con un nombre atípico pero que, sin ninguna duda, le ha servido de talismán en su corta, pero intensa, carrera.
Estudiante poco entusiasta, a los diecisiete años dejó los estudios y se dedicó a su gran pasión, la interpretación. De la televisión y sus soap opera, a la gran pantalla de la mano de Ethan Hawke y otros jóvenes actores que siempre coquetean con lo independiente.
Películas con extraños aromas, como Gattaca, junto a clásicos de Shakespeare que responden a Marlowe, testifican que Jude Law camina directo hacia una fama que pareció tocar, en forma de Oscar, con la taquillera El talento de Mr. Ripley.