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Charlene Wittstock

Desde que el príncipe Alberto la presentara en sociedad como su novia en las Olimpiadas de Invierno en Turín de 2006, la bella Charlene ha ejercido de manera impecable, y con permiso de las princesas Carolina y Estefanía, su papel de Primera Dama. Tanto es así que sus conciudadanos siempre han visto con buenos ojos que la sirena de Mónaco ocupara el hueco que dejó un día la princesa Grace.


28 de junio de 2010 - 14:25 CEST
Rhodesia
Página Oficial: https://www.palais.mc/

Charlenne Lynette Wittstock, aquella chica que captó la atención de la prensa internacional durante los Juegos Olímpicos de Invierno de Turín en 2006 por mostrarse en cariñosa actitud con Alberto de Mónaco, era una nadadora sudafricana de 28 años que había sido olímpica y había logrado en 2002 diversas medallas en los Juegos de la Commonwealth. Algo que no extrañó de la bella y rubia joven, dadas sus esculturales medidas: 1,76 de estatura y 62 kilos de peso.

Muy popular en su país por sus triunfos como nadadora y por su belleza, Charlenne pertenece a una familia de emigrantes que dejaron Hamburgo para establecerse en la prometedora colonia británica Kaffraria, en Sudáfrica. Tras pasar su infancia en Zimbabwe, se convirtió en una figura del deporte en su país. Ni elegancia ni sofisticación faltan en la figura de la sudafricana. La prensa de África del Sur se refirió a ella “como una joven tan bella como buena que se muestra siempre agradable, sonriente y siempre disponible, particularmente para los niños”.

Desde el principio de su relación con el príncipe Alberto, todo el mundo hablaba de ellos como si de una pareja de novios se tratara. Algo que Charlene sobrellevó con la mayor prudencia y naturalidad posibles, pues era consciente de que convertirse en Primera Dama de Mónaco conllevaría una responsabilidad muy distinta a la que exige ser nadadora olímpica. Después de todo, convertirse en la esposa del soberano monegasco era asumir el mismo papel que hizo de la princesa Grace una leyenda.

“He conocido a muchas personas, pero la única vez que me han temblado las piernas ha sido con el príncipe Alberto. Sabe cómo tratar a una mujer, es educado, encantador. En una palabra, fantástico”, declaró Charlene en 2001.

Cuando, en enero de 2008, la nadadora anunció que no participaría en los Juegos Olímpicos de Pekín, muchos apuntaron a esta decisión como la clave de un anuncio de compromiso. Unos rumores que adquirieron más valor al conocerse que Charlene estaba siendo instruida en la fe católica por el capellán de Palacio, y que se vieron confirmados el 23 de junio de 2010 cuando el soberano monegasco anunció su compromiso con la que había sido su compañera durante casi cuatro años.

El deporte ha estado siempre presente en la relación del Señor de Mónaco y la bella Charlene. Dicen que fue en las Olimpiadas de Sidney donde se conocieron y fueron los Juegos Olímpicos de invierno de Turín, con el eslogan “La pasión vive aquí”, donde él la presentó en sociedad. El nombre de Charlene quedará para siempre ligado a la historia del deporte como antes quedó, entre otros, el de Silvia de Suecia, quién enamoró al entonces príncipe Carlos Gustavo durante los Juegos de Múnich (1972); o el de Mary Donaldson, que conocería también en “Sydney 2000” al príncipe Federico de Dinamarca.

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