Nació hace medio siglo en el barrio norteño barcelonés de Horta, en el seno de una familia consagrada a la hostelería desde 1869. Y aún sigue instalado en el local decimonónico, que inauguraron sus bisabuelos: una antigua casa de comidas populares y albergue de viajantes sin un duro que, hoy, renovada con todos los adelantos tecnológicos y comodidades burguesas, atrae hasta el límite de la rotonda de circunvalación a gastrónomos de todo el país, hechizados por la magia, el sentimiento y la verdad de una crema catalana o unos canelones reinventados.
Los canelones, una de sus recetas más emblemáticas, los lleva preparando desde que tenía seis años. A esta edad, aunque no tenía muy clara su vocación, se metía en la cocina para echar una mano a sus padres los fines de semana; antes de decidirse por esta profesión estudió Comercio, hasta que a los 16 años comenzó a ayudar en sala y, cuando su madre cayó enferma, se lanzó de lleno a los fogones. Aprendió todo el recetario clásico y, casi por casualidad, cayó en sus manos La cocina del mercado de Bocuse, que le rompió todos los esquemas. Se dio cuenta de que hacía lo mismo, pero aportando algo de sí mismo.
Hoy ofrece a todos los que acuden al restaurante [Gaig] una cocina tradicional puesta al día; la suya es una labor de conservador de las esencias que se adapta suavemente al devenir de los tiempos, ayudado por su mujer, Maria Àngels, y sus hijos, que son el futuro de un establecimiento en el que han trabajado ya cuatro generaciones con el apellido Gaig.
Además, Carles asesora el restaurante del hotel Barceló Sans, pero a pesar de las muchas ofertas que le han ofrecido para crecer, él sigue fiel a su establecimiento, avalado por una estrella Michelín y las mejores calificaciones de la crítica.