Tenemos perfectamente interiorizado que la exposición solar provoca la aparición de manchas, arrugas y otras imperfecciones que suman años. También que la contaminación de las ciudades puede acelerar un 10% el envejecimiento de la piel, o que no desmaquillarse impide que las células cutáneas se regeneren correctamente mientras dormimos. Por eso, nunca salimos de casa sin protección solar, utilizamos cosmética para combatir los radicales libres cada mañana, seguimos un riguroso ritual de limpieza doble cada noche y copiamos todos los cuidados diarios que cualquier dermatólogo recomendaría. Y, sin embargo, la mayoría de nosotras tenemos al menos una amiga que, a pesar de no seguir todas esas pautas que a nosotras nos parecen básicas e imperiosas, tiene la piel luminosa y perfecta, sin una sola mancha, rojez o arruga, y aparenta cinco años menos que el resto del grupo. ¿Cómo puede ser posible?
La ciencia ha tratado en cientos de ocasiones de responder a esta pregunta, y una de las investigaciones más completas de los últimos tiempos podría haber dado con una explicación clara y convincente. Un equipo dirigido por el doctor Daniel Belsky, profesor del departamento de medicina geriátrica de la Facultad de medicina de la Universidad de Duke, evaluó el envejecimiento de 954 personas durante doce años. Pero, a diferencia de otros estudios anteriores sobre esta temática, Belsky decidió que los participantes no fueran mayores que ya sufren signos obvios de envejecimiento o incluso enfermedades, y pidió que sus voluntarios, todos nacidos en Dunedin (Nueva Zelanda), tuvieran 26 años.
En los casi mil participantes, los científicos midieron 18 marcadores de salud que pueden verse afectados con el paso del tiempo, como son la presión arterial, la función pulmonar, el colesterol, el índice de masa corporal o la inflamación. Según los resultados, se calculó la edad fisiológica de cada participante, una cifra que no tiene por qué corresponderse a la edad biológica que marca el DNI. Seis y doce años después, cuando los participantes tenían 32 y 38 años, se repitió la evaluación y así se pudo establecer el ritmo de envejecimiento de cada voluntario.
Como los investigadores comprobaron, aquellas personas cuya edad fisiológica era mayor a la biológica, o quienes habían envejecido más que lo correspondería a los doce años que pasaron entre el inicio del experimento y el final, también parecían mayores a ojos de los demás. Además, sufrían un mayor deterioro en su capacidad de equilibrio y en sus habilidades mentales. Habían envejecido más, a nivel puramente estético y también intelectual, y tenían la salud de una persona más anciana.
Estos resultados demuestran que el envejecimiento es global, pero también que cuidarse por dentro se refleja por fuera. Porque, como explicaron los responsables de la investigación, solo el 20% del envejecimiento está directamente vinculado con el ADN y el 80% restante es efecto del estilo de vida. Todos los participantes en este estudio vivían en el mismo lugar y sufrían las mismas condiciones ambientales y de contaminación, así que debían ser las costumbres particulares de cada uno las auténticas responsables de su nivel de salud. Teniendo en cuenta los marcadores que se midieron en esta investigación, los buenos hábitos como seguir una dieta baja en grasas y sal, mantener un peso saludable, practicar ejercicio de forma regular, no fumar y no sufrir estrés serían unas más que acertadas medidas para cuidar la salud, física y mental, y ralentizar todo el envejecimiento, tanto el interno como el externo.