La palabra 'dieta' no tiene la culpa de nada. Sin embargo, después de probar más de una dieta para perder peso -sin éxito-, estarás de acuerdo con que hay que tomar cierta distancia con determinados métodos para adelgazar.
Muchas personas la asocian con la palabra 'régimen', y ésta se asocia en la mayoría de casos con los conceptos de 'obligación', 'falta de libertad' y 'sufrimiento'. Sin que te des ni cuenta, en tu subconsciente la palabra 'dieta' está asociada a la frase “para conseguir resultados tienes que sufrir”. Y aquí es donde comienza el problema en la mayoría de nosotros. Para cambiar sufriendo tenemos que ver un peligro muy inminente; y la obesidad y el sedentarismo son enfermedades que no duelen en el momento.
Las dietas, entendidas como “un papel donde hay escritas una serie de recomendaciones”, están pensadas para facilitar la vida de quien las hace. Cuando se facilita tanto el proceso, corremos el riesgo de no aprender durante el camino. Es igual que los navegadores para tu coche. Te facilita la vida, pero muchas veces no te ayuda a orientarte.Las dietas, además, cuando son 'milagrosas', se sustentan en los resultados en el corto plazo. Con esfuerzos puntuales, consumiendo pocas calorías y pocos alimentos (rompiendo un principio de variedad fundamental), el cuerpo responde bajando peso. Sin embargo, el estado de carencia de nutrientes es insostenible a medio y largo plazo, y por eso los efectos rebote.
- Lee: Cómo reconocer una 'dieta milagro'
- Lee: 'Saboteadores' de la dieta
Paralelo a cualquier proceso de asesoramiento nutricional -que te animamos a que sigas- es fundamental aprender a lidiar con el impulso devorador de azúcar que tenemos en el estómago y el 'saboteador' que autojustifica tu comodidad en la zona de confort. Las dietas, si no hemos aprendido a comer ni a gestionarnos, provocan la siguiente situación que te resultará familiar:
Llegas a casa entre las 18 y las 21 horas, después de una jornada de trabajo extenuante, en el que los niveles de estimulación han sido altos; ya sea por el trabajo o por el café. Cuando los niveles de estimulación de tu día a día son altos, nadie se acuerda de comer porque no tiene hambre (ante el estrés ningún animal tiene hambre). Después de muchas horas sin comer porque no has tenido hambre, con los niveles de azúcar un poco más bajos de los que debieran, abres el frigorífico de casa y ¡¡zash!! El impulso que viene del estómago se apodera de ti, porque ha ido creciendo durante todas esas horas sin comer. Por otro lado, tu 'saboteador interior', que ha estado dormido mientras has estado prestando atención a las tareas del trabajo, de los hijos, de tu pareja... también te pone una justificación del tipo:
1. Encima del día que llevo, ¿no voy a poder permitirme esto?
2. Bastante bien estoy. ¡Tengo amigos que están mucho peor que yo!
3. Si no compraras esto, yo no lo comería.
4. Si la gente me quiere, que me quiera como soy.
Las dietas entendidas como “un papel con alimentos” no enseñan a entender esos impulsos y, por tanto, las posibilidades de no llegar a ningún lado son siempre altas. Por eso te recomendamos que antes de cada comida -en casa, en un restaurante, o en una celebración- hagas el siguiente juego mental.
Primero, compensa y equilibra tus platos (proteína, carbohidratos y grasas) tanto si los cocinas tú como si sales a comer. Segundo, disfrutar de cualquier plato equilibrado que tengas delante. Y, además, introduce en tu vida un equilibrador como el ejercicio. Cuanto más ejercicio hagas, más rienda suelta podrás dar a tu 'impulso' en fechas señaladas. Y nunca más tendrás que hacer dieta.
- Lee: Consejos para comer equilibrado
- Lee: La proteina, tu aliada para conseguir un peso ideal
- Lee: Ejercicio para perder peso
- Lee: ¿Los hidratos de carbono engordan?
La próxima semana, no te pierdas nuestro siguiente consejo: ¿Ya debería comenzar a notar los resultados?