Sevilla entera se echó a la calle y lució sus mejores galas. No hubo balcón del que no colgara un mantón de Manila, una bandera de España o una guirnalda. En las calles, sevillanas, palmas, arte, colorido y gritos de ‘guapa, guapa’ para la Infanta. Hubo jolgorio, luz, color y ritmo del que sólo los andaluces son capaces de organizar. La soberbia Giralda, emblema de la ciudad, engalanada como nunca antes se había visto, más de siete kilómetros de calles repletos de guirnaldas y banderas con los perfiles de los contrayentes, rojas y amarillas, blancas y azules... todo para recibir a la infanta Elena y don Jaime de Marichalar.