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Francisco: las memorias del único Papa que ha contado su vida

'Que tengáis buen viaje, hermanos y hermanas… Yo solo soy un paso'


23 de abril de 2025 - 6:32 CEST

Kevin Joseph Farrell, el camarlengo del sumo pontífice, la mañana del 21 de abril, dio una noticia que no por esperada dolió menos: "Debo anunciar la muerte de nuestro Santo Padre Francisco. A la hora 7:35 de esta mañana, el obispo de Roma Francisco ha regresado a la casa del Padre". Francisco I concluía su vida como finalizó Esperanza, su autobiografía, con un ejemplo y un gesto de humildad encomiable: "Luchad con ternura y coraje… Yo solo soy un paso". Le faltó añadir que un paso de gigante, porque solo un titán logra dejar de lado su debilidad física para cumplir hasta el último suspiro con su misión, como él hizo el Domingo de Resurrección desde el balcón del palacio apostólico. Dio su bendición a los fieles que se agolpaban en la plaza de San Pedro, compartió con ellos un mensaje de fraternidad y solo entonces descansó en paz.

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HOLA+4213 Papa Francisco© MONDADORI
La sonrisa de Jorge Mario Bergoglio, en 1937, con unos meses de vida.

Con sus propias palabras

Doce años de pontificado han bastado para evidenciar lo que se supo desde el 13 de marzo de 2013, el segundo día del cónclave que le designó como sumo pontífice de la Iglesia Católica: Francisco iba a ser un Papa atípico. Su nombre no estaba en la lista de los favoritos. De hecho, él tenía su billete de regreso a Buenos Aires convencido de que jamás saldría elegido. Pero, en la quinta votación, el cardenal Jorge Mario Bergoglio dejó de lado su nombre de pila para hacerse llamar sencillamente Francisco, en honor a San Francisco de Asís. Aunque nunca regresó a su Argentina natal, siempre mantuvo un estrecho contacto con sus familiares —en especial, con su única hermana aún con vida, María Elena, doce años menor que él y a la que llamaba religiosamente cada domingo— y con sus amigos de la escuela, de la parroquia de San José de Flores y con todos aquellos que cosechó a lo largo de las décadas. De hecho, el 20 de julio, Día del Amigo en Argentina, seguía intercambiándose mensajes en los que escribía, como cualquier viejo amigo, cómo le iba la vida. Aunque se sentía 'un hombre viejo', jamás perdió ni un ápice de esas esperanzas que le hacían creer que algún día regresaría a su amada patria ("el pueblo por el que rezo cada día, que me formó, me preparó y me ofreció a los demás") o que conocería las islas Canarias. Si sabemos tantos detalles ha sido gracias a la valiente escritura de su autobiografía, Esperanza, publicada, el pasado enero, por Plaza &,Janes, que se puso a la venta en 100 países y en 17 idiomas. A través de sus páginas, descubrimos a ese hombre sabio y bueno que se consideraba un 'pecador'. Pero uno con ganas de superarse. Y de pedir perdón.

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Sobre estas líneas, con su madre y sus hermanos Marta y Óscar, en 1944. Debajo, fotografía del futuro Francisco I de niño en familia. Él mismo reveló que no era precisamente un 'ángel', al tiempo que evocaba con nostalgia su niñez en "el número 531 de la calle Membrillar", del barrio de Flores, un mundo de personajes pintorescos.
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Esperanza es el legado de su pontificado en 326 páginas. La primera autobiografía de un Papa que se publica en la historia. Un libro de memorias humano y conmovedor en el que trabajó junto al editor italiano Carlo Musso. Francisco tenía la intención de que se publicara después de su muerte, pero el verano pasado cambió de opinión para que coincidiera con el nuevo jubileo de la esperanza y para lanzar este mensaje en un mundo que enfrenta desafíos urgen­tes. "El libro de mi vida es la historia de un camino de esperanza que no puedo imaginar sin mi familia, sin mi pueblo, sin todo el pueblo de Dios".

Nunca pensó que sería Papa y había comprado el billete de avión para regresar a Buenos Aires, pero fue elegido pontífice, el 13 de marzo de 2013, y ya nunca más volvió a su país

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La sonrisa del Papa Francisco era su gran aliada: "El malhumor nunca es señal de santidad, sino todo lo contrario".

La infancia de Jorge Mario Bergoglio

Sus memorias, de 326 páginas, son 'una bolsa de viaje', la novela de su vida y de la de la los suyos. Por ellas, sabemos que sus abuelos Rosa y Giovanni Bergoglio y su padre, Mario, se salvaron del naufragio del transatlántico Princesa Maflada, al cambiar a última hora los billetes del barco, y cómo llegaron a Argentina desde Italia en un camarote de tercera clase. También descubrimos que solo llegaron con las posesiones que su abuela logró esconder en el forro de su abrigo. Eran 'inmigrantes de ultramar' y lograron sobrevivir en los primeros tiempos gracias al apoyo de los hermanos de su abuelo, que habían llegado siete años antes a Argentina en busca de un futuro más próspero. Su familia logró comenzar de cero una y otra vez. La crisis de 1929 los sumió en la pobreza: "La vida de mi familia ha conocido muchas penurias, sufrimientos, lágrimas, pero incluso en los momentos más duros experimentamos que, con una sonrisa, una carcajada, podíamos arrancarnos la energía necesaria para retomar el camino". Siempre acababan sacudiéndose los dolores y poniéndose en pie.

Jorge Mario nació el 17 de diciembre de 1936 y, a pesar de su puntualidad enfermiza, llegó al mundo con retraso, como si se lo estuviera pensando. En su libro, se definió a sí mismo como 'un niño travieso' y no negaba que sentía nostalgia por su niñez en el barrio bonaerense de Flores, más concretamente, en la calle Membrillar, donde residió desde los dos hasta los 21 años.

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Sobre estas líneas, Jorge Mario Bergoglio con sus padres y sus cuatro hermanos. La única que le sobrevive es María Elena (izquierda de la imagen), doce años menor que él. "Mi abuela Rosa me enseñó a rezar, contaba las historias de los santos y me marcó el camino de la fe", fue un ejemplo de valentía y superación porque fue una "mujer que sufrió mucho" y había "salido adelante con pan, amor y nada". "Quise mucho a mi abuela Rosa y ella me quiso mucho a mí. Representó para mí una demostración diaria de santidad".

Jorge Mario Bergoglio nació en 1937 —sus abuelos emigraron desde Italia siendo su padre un niño— y le sobreviven su hermana pequeña, María Elena, con la que hablaba todos los domingos, y muchos sobrinos

En sus primeros años, apuntaba maneras de joven enamoradizo, como él mismo reveló. Primero, de una compañera de la escuela, Amalia Damonte. Pura inocencia de un niño que le escribió una carta diciendo que deseaba casarse con ella ("o tú o nadie"). "Para ilustrar la proposición, dibujé la casita blanca que compraría para ella y en la que un día iríamos a vivir, un dibujo que, aunque parezca increíble, aquella niña guardó toda su vida… Pero, al parecer su madre tenía otros planes para ella, porque, cuando me veía en las inmediaciones, me echaba de allí agitando la escoba".

Mas adelante, se sintió 'atraído por dos chicas'. Aquello fue cuando tenía 17 años "y ya sentía en mi interior la inquietud de la vocación por el sacerdocio". En el seminario, una joven que conoció en una boda le trajo de cabeza, pero, a pesar de la tentación por su belleza, terminó venciendo su determinación de ponerse al servicio de la Iglesia. Después, vino su formación intelectual y su profundo respeto a sus maestros, especialmente a Miguel Ángel Fiorito, quien, como él mismo confesó, fue el detonante de sus primeras reflexiones sobre 'la teología del pueblo'.

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En la imagen, junto a su madre.

El camino de sacerdocio

Desde muy pequeño, mientras estudiaba la primaria, ayudaba a sus abuelos en su tienda, pero, con 14 años, su padre le buscó otros trabajos para sus meses de vacaciones. Jamás se le cayeron los anillos por fregar suelos, limpiar baños o hacer tareas administrativas en una fábrica de medias. De niño, soñaba con ser médico, pero, en 1950, empezó sus estudios en la escuela técnica especializada en Industrias Químicas. En esta escuela forjó amistades muy sólidas que nada ni nadie pudo romper. El 21 de septiembre de 1953, Jorge Mario Bergoglio sintió una especie de epifanía. Se encontraba haciendo un recado en las inmediaciones de la iglesia de San José cuando sintió "que algo me empujaba a entrar". "Vi venir a mi encuentro a un sacerdote que nunca había visto". Se trataba de Carlos Duarte Ibarra. Decidió confesarse con él y cuando terminó, "además de no ser el mismo, sabía que quería ser sacerdote". Aquel cura sufría leucemia y falleció un año más tarde. Fue un mazazo emocional para el joven Bergoglio: "Lloré de pena como no recuerdo haber llorado antes".

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En sus primeros años de sacerdocio, durante una homilía.

Jorge Mario siguió estudiando para entregar a sus padres el codiciado diploma académico. Esto llegó en diciembre de 1955, pero, en ese instante, el joven se encontró con una encrucijada: ¿cómo revelarles a sus progenitores que su deseo real era ser sacerdote? Los suyos, en especial su madre, estaban convencidos de que él sería médico, y cuando aclaró que sería médico, "pero de almas", su decisión no fue bien aceptada por su familia. Su madre no lo acompañó al seminario "ni presenció mi toma de hábito".

Todos estaban convencidos de que sería médico, y cuando aclaró que lo sería, 'pero de almas', su decisión no fue bien aceptada por su familia, que vivió una agonía cuando enfermó en el seminario y estuvo entre la vida y la muerte

Su camino hacia el sacerdocio y hacia su edad adulta tuvo que superar un gran escollo. En agosto de 1957, se sintió gravemente enfermo: "Estuve entre la vida y la muerte", como consecuencia de tres quistes en el pulmón derecho. Cuando salió del hospital, con una lesión de por vida, se sentía más convencido que nunca de su camino: "Entraría de novicio en la Compañía de Jesús". "El 10 de marzo preparé la maleta con solo dos mudas". ¿Quién hubiera dicho entonces que Jorge Mario Bergoglio se convertiría en el primer Papa jesuita de la historia? Se ordenó sacerdote a unos días de cumplir 33 años, una edad clave para los cristianos, e hizo los votos de pobreza, castidad y obediencia el 12 de marzo de 1960. Completó sus estudios en Chile, donde fue testigo de la pobreza más desgarradora: "Algunos chicos eran tan pobres que no tenían zapatos: iban al colegio descalzos en invierno, pasaban frío y siempre tenían hambre". Este hecho le condujo directamente hacia una concepción de su papel sacerdotal como una forma de servir a los más vulnerables y necesitados de la comunidad. Se formó exhaustivamente para su misión. En 1963, se licenció en Filosofía y, mientras seguía sus estudios de Teología, fue profesor de Literatura y Psicología. Como curiosidad de aquellos años, su encuentro con el genio de Jorge Luis Borges, quien, ya casi ciego, le pidió ayuda para afeitarse, en un hotel de Santa Fe.

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El Papa felicita la Navidad a Benedicto XVI. Debajo, dos hitos de su pontificado: impartiendo el 'Urbi et Orbi' en San Pedro, hace once años, y la misa multitudinaria en Copacabana, celebrada en 2013.
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Su gusto por la vida

El Papa Francisco solía decir que "quería pastores con olor a oveja". Es decir, que deseaba rodearse de personas que vivieran la dura realidad de los más vulnerables a pie de calle. Él siguió trabajando por los más débiles y formándose intelectualmente. De su madre heredó el amor por la música lírica: de Puccini a Verdi… "Schubert, Chopin, Wagner, Beethoven. Y también el sentimiento trágico de los grandes románticos, 'Erbarmr dich', de Bach, que cada vez me parece más sublime, y Mozart, obviamente. 'Et incarnatus est', de su gran misa en do menor, lo lleva a uno de la mano ante la presencia de Dios". Pero también contaba entre sus favoritos otros genios de la música popular, como Édith Piaf… o el tango y la milonga: "El tango hay que sentirlo, porque viene de dentro… Y no soy el primer pontífice que escucha tangos en el Vaticano".

De sus maestros, heredó la pasión por la literatura. La lectura siempre fue uno de sus grandes 'vicios': La Eneida, de Virgilio; Baudelaire; Dostoievski, o Shakespeare se convirtieron en sus autores de cabecera. Pero no solo de altos vuelos intelectuales vivía Francisco. El sumo pontífice no negó nunca su gran pasión por el fútbol y se declaró hincha de San Lorenzo de Almagro, un club que había fundado, en 1908, un sacerdote, aunque, como no veía la televisión en los últimos años, era la Guardia Suiza quien le cantaba los resultados.

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Francisco tenía la intención de que el libro en el que trabajó seis años junto al editor italiano Carlo Musso se publicara después de su muerte, pero el verano pasado cambió de opinión para que coincidiera con el nuevo jubileo de la esperanza. "Recuerdo mis pecados y me avergüenzo de ellos… Soy un pecador. Esta es mi definición más exacta. Y no es una forma de hablar ni un artificio dialéctico, una figura retórica o una pose teatral. Soy como Mateo en el cuadro de Caravaggio: un pecador a quien el Señor ha dirigido su mirada". En la imagen, el Papa sopla las velas en 2014, mientras miles de fieles le felicitan por su cumpleaños.

"Al comienzo de mi papado, tenía la sensación de que sería breve: no más de tres o cuatro años". "Nunca imaginé que escribiría cuatro encíclicas y todas esas cartas, documentos, exhortaciones apostólicas... Ni que habría viajado a más de 60 países"

'Me equivoqué mucho'

En 1971, obtuvo la licenciatura en Teología y, al año siguiente, se convirtió en "superior provincial de la orden. Tenía 36 años y era el más joven que ocupaba ese cargo en Argentina. Ese nombramiento fue una locura. Me equivoqué mucho. Y mucho pude aprender, y con dureza, de mis errores". Fue provincial durante la dictadura militar de 1976 a 1983 y la dureza de todo lo vivido —arriesgó mucho transportando gente a escondidas a través de los puestos de control, escondiendo a seminaristas y acogiendo a jóvenes en situación difícil— le hizo acudir a terapia con una psiquiatra. Nunca lo negó. A la dictadura de su país la calificó de 'genocidio generacional' y tuvo que llorar la desaparición y muerte de amigos cercanos. Entre ellas, la de Esther Ballestrino, su profesora en el laboratorio de análisis, que fue secuestrada, torturada y arrojada desde un avión: el vuelo de la muerte. "Una mujer formidable, le debo tanto... Era una comunista de las de verdad, atea, pero respetuosa. Y me enseñó mucho de política…".

A lo largo de los años, Jorge Mario Bergoglio se dedicó al estudio de idiomas (francés, italiano, alemán, inglés, latín y griego). Juan Pablo II lo nombró arzobispo de Buenos Aires y, después, en 2001, cardenal. Sin embargo, él renunció al palacio cardenalicio y decidió vivir en un piso corriente: "Cuando era cardenal, me encantaba caminar por la calle y tomar el metro. Las calles me hablaban. Están llenas de enseñanzas".

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Sobre estas líneas, la portada de sus memorias, lanzadas por Plaza&Janes el pasado enero. Han llegado a cien países y han sido traducidas a diecisiete idiomas. A lo largo de su Pontificado, Francisco visitó sesenta y seis naciones. Arriba, el Papa bebe mate. Junto a esa imagen, el Santo Padre comprándose unas gafas en una óptica de Roma, una escena atípica. Derecha, durante sus viajes a México y a Canadá.

Su legado

Su lema papal fue Lo miró con misericordia y lo eligió. La mirada tierna, valiente, justa y decidida del Papa pasará a los anales de la historia. Sobre los días en los que fue elegido sumo pontífice de la Iglesia Católica, él recordó la siguiente anécdota: "En San Pedro, esos días vi a una persona sin hogar que se paseaba con una pancarta en la que había escrito 'Papa Francisco I'. Esta imagen solo me vino a la memoria después, cuando varios periódicos publicaron la fotografía". Lo querían los que menos tenían y eso a él le llenaba de satis­facción.

De las lecciones que ha dejado rescatamos en estas líneas su apología al sentido del humor: "Si podéis reíros de algo, también podéis cambiarlo". En este sentido, también escribió en Esperanza: "El mal humor nunca es señal de santidad, todo lo contrario". Su sonrisa escondía una lección de vida y su 'sana ironía' fue la fórmula perfecta para huir del narcisismo. Otro legado de Francisco I es el valor para reconocer públicamente sus imperfecciones: "Recuerdo mis pecados y me avergüenzo de ellos… Soy un pecador. Esta es mi definición más exacta. Y no es una forma de hablar ni un artificio dialéctico, una figura retórica o una pose teatral. Soy como Mateo en el cuadro de Caravaggio: un pecador a quien el Señor ha dirigido su mirada". Y así se definió tan pronto como fue elegido sumo pontífice: "Aún cometo errores y pecados. Me confieso cada 15 o 20 días, porque necesito sentir la misericordia de Dios sobre mí. Todos somos pecadores. Si dijera que no lo soy, sería la persona más corrupta de todas".

Francisco respiró por última vez el 21 de abril de 2025, a las 7:35. Sus pulmones enfermos le habían acompañado a lo largo de toda su vida. Conoció el dolor y se alimentó de su fe hacia un Dios benevolente y justo que se preocupa por los suyos y guía sus pasos. Para la familia Bergoglio, "la cultura era una necesidad que debía ser estimulada y satisfecha". La fe le llegó como una epifanía e iluminó por más de medio siglo cada una de sus acciones. "El amor es el que cura, el que salva", escribió en su autobiografía. Su ejemplo de servicio y entrega permanecerá por generaciones. Su mirada atenta hacia el más necesitado ha sido una lección de vida. Su trabajo infatigable por lo que creía hasta que el cuerpo perdió todas sus fuerzas, una lección de cómo morir. "Que tengáis buen viaje, hermanos y hermanas… Yo solo soy un paso".

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